“Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, leal, traidor, cobarde y animoso (…) creer que un cielo en un infierno cabe dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor, quien lo probó lo sabe.” (Lope de Vega).
¿Tiene algo que ver el jazz con Lope de Vega? Respuesta fácil: no. Y sin embargo, no es difícil escuchando la Poinciana de Ahmad Jamal, dejarse llevar por los versos del dramaturgo y poeta del siglo de oro.
Por mucho que Poinciana no hable de poesía, sino de un árbol (la Delonix Regia, un árbol originario de Magadascar) pocas veces se ha compuesto un tema tan apasionado. Más conocido en España como Flamboyán, la Poinciana es también un homenaje a una canción folclórica cuba que se llama “Canción del árbol”.
Aunque Ahmad Jamal no fue el primero en interpretar el tema y otros como Glenn Miller, Bing Crosby, Charlie Parker, Chet Baker o Dave Brubeck tienen sus propias versiones del tema compuesto originalmente por Nat Dimon y Buddy Bernier, desde luego la interpretación que hace Jamal, es simplemente prodigiosa.
Tanto es así que este tema, que podría haber pasado sin pena ni gloria por cualquier estación radiofónica, consiguió que el álbum que la incluía “Ahmad Jamal at the Pershing: but not for me” (1958), consiguiera permanecer más de dos años en la lista billboard de grandes éxitos. Y hace no mucho, el tema volvió a estar de moda cuando se lo incluyó como parte de la banda sonora de la película “Los puentes de Madison“.
¿Pero cuál es su secreto? ¿Qué tiene de especial un tema que desde la primera vez que lo escuchas, lo comienzas a tarear una y otra vez…y ya no desaparece nunca? Si preguntamos a los expertos, nos dirán que el truco es el “vamp”: superponer el fraseo reposado del pianista a un ritmo insistente y atractivo, notas que se repiten de forma progresiva desarrollando lentamente el conjunto de la composición.
De alguna forma, al insistir en las mismas notas, al arrastrarlas formando frases nuevas, recorriendo la misma escala, llegando al final y vuelta a empezar, el piano de Poinciana evoca el ir venir de las olas de un mar en calma sobre la playa. Mientras, de menos a más, la percusión se convierte en ese ruido de fondo de arena arrastrada por la resaca y ocasionalmente, algunas grandes olas estallando contra las rocas. No se la pierdan.
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