Blue Note: la marca que no puedes olvidar

Si recordáis la entrevista que reproducimos en el artículo que dedicamos a Fred Cohen y su impresionante tienda de discos, una de las cosas que explicaba es que los discos más buscados por los coleccionistas solían ser en muchísimas ocasiones, vinilos descatalogados y grabaciones de poca tirada, casi siempre bajo el sello de «Blue Note Records».

Si recordáis la entrevista que reproducimos en el artículo que dedicamos a Fred Cohen y su impresionante tienda de discos, una de las cosas que explicaba es que los discos más buscados por los coleccionistas solían ser en muchísimas ocasiones, vinilos descatalogados y grabaciones de poca tirada, casi siempre bajo el sello de «Blue Note Records«.

El sello, que ahora forma parte de ese gigante musical que responde al nombre de Universal Musical Group, comienza su andadura como casa musical independiente en 1939 y con un propósito muy claro: convertirse en la marca de referencia en el mundo del jazz. De hecho, el propio nombre, Blue Note, alude precisamente a la característica homónima que se da tanto en el blues como en el jazz.

En este sentido, la «Blue Note» es un efecto musical resultante de bajar un semitono el tercer y séptimo grado de la escala pentatónica mayor. Un giro melódico que empezaron a utilizar los músicos de blues ante la dificultad de los cantantes negros para interpretar el intervalo de tercera mayor, un sonido al que no estaban acostumbrados debido a sus raíces culturales.

Judíos y comunistas

Fue Alfred Lion, un judío que había huido a tiempo de la Alemania nazi, quien en 1939 puso en marcha el sello discográfico, al principio, con unos recursos muy modestos y contando para ello, con la financiación que le ofreció de forma prácticamente desinteresada, el escritor comunista Max Margulis.

Las primeras grabaciones se realizaban en estudios alquilados y los primeros músicos que firmaron por la marca fueron los pianistas Albert Ammons y Meade Lux Lewis. El olfato de Lion se materializó contratando poco después a un joven Sidney Bechet, que con «Summertime» firmaba el primer éxito comercial para la marca.

A partir de aquí sin embargo, la historia del sello seguiría de forma paralela a otros de la época, posicionándose incluso como una discográfica menor, al contratar a muchos de los intérpretes que eran rechazados por casas más prestigiosas. La historia de Blue Note daría un vuelco sin embargo con la contratación a finales de la segunda guerra mundial, del saxofonista Ike Quebec, aunque no tanto por su talento musical, como por su trabajo a la hora de descubrir el mejor talento.

¿Por qué? Porque no es otro que el propio Quebec quien les explica a los directivos de Blue Note que hay un nuevo estilo de jazz, capaz de cambiar todas las reglas y que desde luego, no lo pueden dejar escapar: hablamos por supuesto, del Bebop.

Blue Note, Bebop y más

La nueva corriente, preconizada por Charlie Parker y Dizzy Gillespie hundió rápidamente sus raíces en Blue Note. Entre 1947 y 1952 fueron numerosos los artistas de bebop que grabaron con el sello, como el pianista Thelonious Monk, el batería Art Blakey, el pianista Tadd Dameron, los trompetistas Fats Navarro y Howard McGhee, el saxofonista James Moody o el pianista Bud Powell.

De las grabaciones de Monk para el sello en esta época se ha dicho que representan el culmen de su carrera y el mismo calificativo recibe el trabajo de Powell en los que sin lugar a dudas, fueron sus mejores años. Por supuesto, Blue Note era más que Bop, y a partir de 1952 empezó a explorar otros estilos, con artistas como Horace Silver o Miles Davis a la cabeza.

Para mediados de los años 50, casi todos los músicos de jazz que querían llegar a algo, deseaban firmar por Blue Note. Y no sólo porque fuera un sello de prestigio sino sobre todo, porque empezó a labrarse fama como una de las discográficas que mejor pagaba, ya que remuneraba no solo la grabación final, sino también cada uno de los ensayos. Así pocos se extrañaron que en las filas de la empresa de Alfred Lion, acabasen figurando músicos como Hank Mobley, Lee Morgan (imprescindible su documental en Netflix), Herbie Nichols o Dexter Gordon.

Habría que esperar sin embargo a los años 60, para que la firma diese el campanazo definitivo, el que protagonizarían los cuatro miembros más jóvenes del quinteto de Miles Davis: Herbie Hancock, Wayne Shorter, Ron Carter y Tony Williams. Y es que Hancock y Shorter en particular produjeron una sucesión de álbumes excelentes, en distintos estilos.

Adiós a la independencia y renacimiento musical

Como casi siempre, todo lo que sube baja y para Blue Note las cosas no fueron diferentes. Tras el éxito de las últimas dos décadas, la compañía fue adquirida en 1965 por Liberty Records. En 1967 Alfed Lion deja la compañía y el propio nombre Blue Note, se medio diluye en el catálogo de la nueva empresa.

A partir de aquí y durante algunos años Blue Note siguió produciendo discos bajo la batuta de dos hombres de la casa: el pianista Duke Pearson y el fotógrafo Francis Wolff. La aventura sin embargo duró poco, ya que Wolff fallece en 1971 y Pearson deja el grupo. Resultado de todo ello es que aunque se continua de vez en cuando grabando algún buen disco, la marca comienza a producir música mucho más comercial, la única en ese momento que parece garantizar su viabilidad económica.

Son años por lo tanto complicados, que no terminan hasta que en 1979 EMI adquiere United Artist Records, que a su vez unos años antes se había hecho con el control de Liberty Records. Comienza así un lento pero progresivo renacimiento para la marca. A partir de mediados de los 80 y los años 90, Blue Note vuelve a hacer música de calidad y no solo dentro del jazz.

Por Blue Note acabaran firmando artistas de la talla de Norah Jones, Van Morrison o Al Green y a partir del año 2003, la firma pasará a contar con el gran Wynton Marsalis, probablemente el artista de jazz que más vende en nuestra época.

 

 

 

 

 

 

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