No hay casi nada imposible si pones toda tu pasión en lo que haces. Sobran los ejemplos. Científicos como Stephen Hawking, atletas olímpicos como Teresa Perales o si hablamos de jazz, ese inmenso, colosal pianista, que respondía al nombre de Michel Petrucciani.
Nacido en Francia en 1962, Petrucciani pronto tuvo que aprender a convivir con la osteogénesis imperfecta, una terrible enfermedad que además de deformar los huesos, impide que aquellos que la padecen, lleguen a superar el metro de altura. No le hizo falta medir más. Proveniente de una familia de músicos de origen italo francés, comenzó a estudiar música como suele decirse, “en su más tierna infancia”.
Aunque por supuesto la enfermedad que padecía le ocasionaba múltiples problemas (sus padres o sus hermanos a menudo tenían que literalmente ‘cargar con él’) para llevarle a muchos sitios, según explicaría más tarde esto también tenía sus ventajas, ya que le permitía concentrar toda su atención en la música y el piano. “Me hubiese resultado imposible distraerme con el deporte o con otras cosas” declararía años más tarde al repasar su historia.
Como suele ocurrir en estos casos, todas las esperanzas estaban puestas a que un día el joven Michel se convirtiese en un gran concertista clásico, capaz de liderar las mejores orquestas. Y orquestas lideraría sí, pero no precisamente las soñadas por su familia. Entrar en contacto con la música de Duke Ellington a los quince años, provocaría que sus planes diesen un giro de 180 grados.
A los 17 años, cuando ya es considerado de forma unánime como un prodigio del piano, Petrucciani graba su primer disco de jazz en Francia, lo que le lleva casi a continuación a trasladarse a California para “fichar” por el grupo del famoso saxofonista Charles Lloyd.
A partir de entonces, aunque Petrucciani volvería a grabar en Francia discos en grupo y en solitario, apenas se separaría de LLoyd. Mítica resulta en este sentido, la actuación que ofrecieron ambos el 22 de febrero de 1985. Segundos antes de comenzar el concierto, Lloyd entró en el Town Hall de Nueva York con Petrucciani en sus brazos y lo sentó en el taburete del piano, para lo que sería una noche histórica.
De Petrucciani podemos recomendar grandes discos como “Pianism”, “Power of Three” (grabado con Wayne Shorter y Jim Hall), “Music” o “Playground”. Sin embargo es el doble CD que recoge sus actuaciones en París y que lleva como título “Au Teathre Des Champs-Elysees” el que probablemente representa la cima de su carrera discográfica. Por supuesto sin menoscabo de muchas colaboraciones con otros grandes artistas, como Dizzy Gillespie, Dave Holland, Tony Williams y muchos otros.
Su enorme talento y una personalidad arrolladora consiguió dejar la enfermedad que le consumía en segundo plano, lo que además de popularidad le proporcionó un breve matrimonio (Se casó con la pianista clásica italiana Gilda Buttà, pero solo duraron tres meses) y varias parejas. Con una de ellas, la canadiense Marie-Laure Roperch, llegó a tener un hijo (Alexander) que desgraciadamente, heredó la enfermedad de su padre.
Su corta pero intensísima carrera no daría para mucho más. Petrucciani fallece el 6 de enero de 1999, a los 36 años, convertido por méritos propios en una de las grandes leyendas del jazz europeo.
tributo merecido y lamentable que no le hayan prestado la atención que merecía…