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Jazz en la era del #MeToo

Ha sido el año del #MeToo. El año en el que las mujeres han decidido decir basta y denunciar a los que las acosan, las discriminan, las ningunean. Hemos visto a Harvey Weinstein entre rejas y cómo los cimientos de muchas industrias (cinematográfica, tecnológica, musical) han temblado como no lo habían hecho antes. La onda expansiva de la primera denuncia ha llegado a todo y a todos, y como no podía ser de otra forma, también al jazz.

En 2019 pero también antes, se han acumulado denuncias de mujeres que han sido acosadas en escuelas musicales tan importantes como Juillard (aquí el testimonio de la trombonista Kalia Vandever), se han escrito cartas dirigidas al «patriarcado», denunciando la situación de dominio masculino que se da en el mundo del jazz (os recomendamos la lectura de «An open letter to Ethan Iverson (and the rest of jazz patriarchy)» firmada por la percursionista Sasha Berliner) y artistas consagradas como Esperanza Spalding han dado viva muestra de lo que supone ser mujer en una escena musical fuertemente dominado por los hombres.

Pero la denuncia es solo el principio. Señalar a los que acosan ha sido el primer paso. Este mismo año hemos asistido al nacimiento de  «We have voice», un colectivo formado por mujeres del jazz que está trabajando para garantizar que el comportamiento depredador y sexista sea visto como aberrante, no como parte del coste de hacer negocios en el jazz.

Para ello y además de canalizar y amplificar las denuncias que se siguen produciendo en esta escena musical, han creado un código de conducta y un sello propio, al que pueden adherirse si lo solicitan y cumplen con el código, escuelas y centros de formación, festivales de música, casas discográficas y clubs. Pero como también afirman sus fundadoras (un grupo de 14 intérpretes entre las que se encuentran vocalistas, bajistas, o saxofonistas) lo importante no solo es denunciar, sino «transformar el mindset», cambiar de forma radical la forma de hacer las cosas.

Hasta la fecha, más de sesenta organizaciones de todo el mundo han suscrito los principios del movimiento, incluyendo festivales tan importantes como el Winter Jazzfest de Nueva York, centros educativos como la Universidad de California además de numerosos sellos, ensembles y espacios para la difusión de la historia del jazz, como el National Jazz Museum de Harlem.

Al mismo tiempo, la percusionista y productora musical Terri Lyne Carrington, ha creado el «Berklee Institute of Jazz and Gender Justice», una organización que como leemos en su página web, «se centrará en la equidad en el campo del jazz y el papel que desempeña el jazz en la lucha más amplia por la justicia de género. El instituto celebrará las contribuciones que las mujeres han hecho en el desarrollo de esta forma de arte, y promocionará condiciones más equitativas para todas las carreras de jazz en un esfuerzo por trabajar hacia un cambio cultural necesario y duradero en este campo».

Queda por supuesto mucho por hacer, empezando por una presencia mayor de la mujer en escenarios y festivales, en la promoción de carreras musicales y en su llegada a puestos de dirección pero tras décadas de abusos, las mujeres del jazz por fin han tomado la palabra.

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