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Arreglistas: los «fontaneros» del jazz

Si hay un término que casi todos asociamos al jazz es improvisación. La libertad que tiene el músico para hacer suya música conocida y convertirla en algo diferente. Si aceptamos esta premisa, parece que la figura del arreglo y sobre todo el más profesionalizado arreglista, no tiene mucho que decir en esta historia. Al fin y al cabo cada músico es libre de hacer lo que quiera encima del escenario…¿o no es así?

Pues bien, por increíble que pueda parecer, el arreglo juega un papel fundamental en el jazz y un buen arreglista es muy cotizado. Pero comencemos por lo básico. ¿Qué entendemos por arreglo musical? Si nos vamos a una definición clásica, el arreglo es cualquier obra musical que se deriva de una obra original. Así en una sinfonía, sobre una obra en la que la «voz cantante» puede por ejemplo llevarla el piano, encontramos arreglos específicos para cada uno del resto de los instrumentos (violín, flauta, vilonchelo, etc.). Mientras que el autor de un tema escribe una composición, el arreglista literalmente escribe lo que cada uno de los músicos van a tocar.

Lo cual nos lleva directamente al jazz. Y es que si como en el jazz ya hemos dicho que se improvisa, con el arreglo se determina sobre qué se va a improvisar. Y es que teniendo en cuenta que un grueso de las composiciones del jazz se ha basado históricamente en un conjunto de standards, el arreglo, la variación de la obra para el gusto de una nueva corriente o estilo personal de un artista determinado, ha jugado un papel fundamental.

A diferencia de la música clásica, en el jazz muchas de sus grandes estrellas han sido a la vez, grandes arreglistas. Y lo son desde la época del jazz de Nueva Orleans. Louis Armstrong por ejemplo, conocido por su gran capacidad para improvisar, siempre tocaba con arreglos. Fletcher Henderson considerado el primer gran arreglista del jazz consideraba además que su orquesta tenía que tener una gran capacidad de improvisar y entre los arreglistas de primera encontramos nombres como los de Duke Ellington, Jelly Roll Morton, Charlie Parket o Miles Davis. Dicho de otra forma, el arreglo cuando hablamos de jazz, es la puerta de entrada para improvisar.

Tanta importancia tiene el arreglo en este género musical que resulta bastante habitual que un único disco contenga dos o más versiones del tema principal, cuando no también de otros temas «secundarios» y es que las conocidas como «alternate takes» han llegado a convertirse en reliquias para los más aficionados. Tal y como contábamos hace unos días, de un tema como «After You’ve gone», Benny Goodman llegó a grabar hasta cuarenta versiones diferentes.

A diferencia de la música clásica o incluso de otros estilos musicales, el arreglo en el jazz no siempre está anotado. Cuando los músicos se conocen por ejemplo y tienen cierta complicidad muchas veces el arreglo se discute antes de empezar a tocar o a grabar. O en ocasiones días/semanas antes de la grabación el autor del disco es el que comunica al resto del grupo de qué forma quiere que suenen determinados temas. Esto por supuesto puede llevarse tan lejos como el músico quiera.

Para la grabación de «Kind of Blue» por ejemplo, Bill Evans solía contar que únicamente Miles Davis tenía claro lo que iban a hacer. Explica el fabuloso pianista que Davis les pidió a sus músicos que casi no ensayaran, pese a que lo único que tenían eran unos bocetos de las líneas de escalas y melodías. Una vez en el estudio Davis les dio breves instrucciones de cada pieza y después se pusieron a grabar.

Podría discutirse eso sí qué papel jugaba el arreglo en el free jazz y otras formas de jazz de vanguardia, si es que acaso jugaba alguno. Teniendo en cuenta el carácter marcadamente «improvisacional» de este estilo, seguramente no demasiado. Con todo, figuras como le Ornette Coleman por supuesto los seguían teniendo en cuenta, incluso cuando el crítico respetable afirmara que eso que estaba tocando desde luego no era jazz o si quiera, algo musical.

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