“Nunca antes en la historia de la música negra hubo un individuo que dominara tan completamente el arte como el maestro, Daniel Louis Armstrong“. Así comienza la necrológica publicada por Dizzy Gillespie el 7 de julio de 1971 en el New York Times. Un día antes, el genio de Nueva Orleans, había fallecido a los 71 años de edad, a causa de un infarto de miocardio.
Lo que hace el paso del tiempo. Louis Armstrong se había ganado en los años 30 y 40 del siglo XX la más profunda admiración y el respeto del mundo del jazz y la música negra. Y sin embargo, con el paso de las décadas, la imagen que comenzó a proyectar parecía estar mucho más cerca del “showman” que iba a la tele siempre que se le pedía entretener al público blanco (Miles Davis le acusaría literalmente de haberse convertido en un “Tío Tom”) que de bandas inimitables como los Hot Five o los Hot Seven.
El bop, que encontró precisamente en Dizzy Gillespie su faro, venía de hecho a romper de forma abrupta y radical con buena parte de lo que Armstrong representaba en su momento. “Que se jodan los blancos” parecía escucharse bajo los largos solos de saxo y trompeta ; “la música negra es solo para nosotros” llegaban a amenazar en algunos clubs en el Harlem de los años 50.
Y sin embargo, en la elegía de Gillespie solo leemos la gratitud que se le debe a los auténticos pioneros. Continua de la siguiente forma: “Su estilo fue copiado igualmente por saxofonistas, trompetistas, pianistas y todos los músicos que formaban parte de la escena del jazz”.
De su influencia sobre las generaciones venideras, Gillespie destaca sobre todo cómo Armstrong convirtió la trompeta en un instrumento con personalidad: “Antes de Louis” explica, “el papel de la trompeta era únicamente el de servir de acompañamiento. Él la convirtió en un instrumento único, capaz de liderar”. No tardaríamos en comprobarlo de hecho, en manos del propio Gillespie, que hizo de la trompeta punta de lanza de una revolución musical.
Y no es que simplemente fuese bueno con la trompeta, nos recuerda el “padre del bop”, sino que en ese artículo cuenta cómo en la figura de Armstrong siempre había algo más: “la música que era capaz de hacer no tenía precedentes. Su concepto melódico era perfecto, su ritmo impecable. Su sentido del humor llenó de felicidad la vida de millones de personas, negras y blancas, ricas y pobres”.
Recuerda cómo en 1956, el departamento de Estado le envió junto con su banda a recorrer varios países de Europa con el objetivo de mostrar las innovaciones que a la cultura estaba aportando la música americana. En aquel viaje, cuenta el músico, “Louis fue exhibido constantemente”. Al final, que cantase (algo que por cierto Armstrong no hacía nada mal) que hiciese muecas, mofas o imitaciones era lo de menos.
Termina Gillespie el artículo de la forma más sentimental: “Louis no está muerto, su música permanecerá en los corazones y las mentes de millones de personas de todo el mundo, tocada por cientos de miles de músicos, que han quedado bajo su influencia”.