Bill Evans

Bill Evans, o cómo romantizar la tristeza

Hace unos días escuchaba a Antonio Delgado, de Radio Nacional de España, preguntarse de manera retórica sobre el porqué de nuestra pasión por la música del pianista Bill Evans. Uno de los entrevistados, creo que el periodista Pedro García Cuartango, reconocía casi lamentándose no poder dar razones convincentes por más que buceara en sus más profundos sentimientos. Frecuentemente la especie humana es así de desconsiderada, si cabe, consigo misma. Cuando nos gusta algo simplemente nos gusta. Está ahí, y ya. En este caso una pieza musical o la manera de interpretar de un músico. Y las razones para ello se nos antojan siempre innecesarias. Nos gusta y basta. No obstante, a veces merece la pena ponerse a prueba y pararse a escudriñar bien profundo, allá donde nace el raciocinio, para descubrir el origen de un determinado sentimiento. Los motivos indescifrables de su pasión musical me hicieron plantearme la cuestión sobre el bien llamado “poeta del piano” (Gene Lees dixit).

Creo recordar que mi primer encuentro con Bill fue en la escucha del “Kind of blue” de Miles Davis y su sexteto. ¡Menuda presentación! Fue viendo girar ese vinilo cuando lloré por primera vez frente a su inolvidable “Blue in green”. Un tema que Miles Davis quiso hacer suyo, aunque el tiempo y la historia lo pusieran en su sitio como mero ejecutor de la pieza y, por qué no reconocerlo, creador de una atmósfera única para su interpretación en el afamado 30th Street Studio de Columbia Records allá por marzo de 1959, junto a John Coltrane, Cannonball Adderley, Jimmy Cobb, Paul Chambers y el propio Evans.

Tras haber recorrido de manera incansable su discografía en los últimos años pienso que es en este tema y en su interpretación donde se encuentra la esencia de un músico aparentemente indescifrable. Es un tema que recorre casi de puntillas, de manera discreta, triste, melancólica y elegante. Muy “blue”, muy tristemente alegre a veces. Demasiado para corazones sensibles.

También es en “Peace piece”, acompañado de Sam Jones al bajo y Philly Joe Jones a la batería, donde Evans termina de exponer ante nosotros todo el carácter que inunda a un hombre tímido y triste que desnuda su ser con la única certeza de una combinación perfecta de teclas blancas y negras. Tras “Blue in green” y “Peace piece” hay decenas de temas en los que bucear en la introspectiva personalidad de Bill Evans: el operístico “I loves you, Porgy”, “Lucky to be me” o “Young and foolish” son sólo algunos ejemplos, también aplicables a la herencia que dejó en otros grandes del piano como Keith Jarret, Chick Corea o Herbie Hancock.

Bill Evans

Toda esta sucesión de composiciones tienen su contrapunto en temas como “Bemsha swing”, “Tenderly” o los grabados con Tonny Bennet, donde el guerrero interior de Bill Evans parece hacer desvanecer su yo más taciturno (al fin, un músico distópico que convierte una sucesión alegre de notas en una vuelta a la inevitable melancolía y a la lírica que toca almas).

Bill Evans: impacto visual y sentimental

Si algo hay que agradecer a Evans aparte de sus innumerables aportes a los estándares del jazz, es su apuesta por la configuración de trío que hasta el momento en el que se unió con Scott Lafaro y Paul Motian, no había tenido mucho éxito. Un modelo donde, siendo líder, prestó la figura de solista absoluto del bajo en una prueba más de su generosidad musical.

Las conversaciones que mantienen los instrumentos son la historia viva de una creatividad en la improvisación sin precedentes; fue con este modelo de grupo donde Bill Evans encontró más libertad para mostrar su lirismo heredado de los grandes de la música clásica: el álbum “Sunday at the Village Vanguard” quizá sea el mejor ejemplo para comenzar una aproximación al Bill Evans más “librepensador” y creativo (¡ay!, su “Alice in Wonderland” acompañado del sonido de fondo del club es tan embriagador…).

Fue este trío y su devastador e inesperado punto y final lo que también acabó con una parte de nuestro protagonista: a los seis días de esa mágica grabación, la muerte repentina de su amigo Scott Lafaro en un accidente de coche fue el principio del fin. Un «suicidio constante» al que Bill se sometía desde hacía años llegaba a uno de sus hitos más significativos… y entonces desapareció, como dice el escritor de Gales Own Martell:

«La historia de Bill Evans está muy documentada, pero en sus biografías no hay nada sobre esos meses de silencio. Un capítulo se cierra con la muerte de LaFaro y en el siguiente, Bill Evans ya está tocando otra vez.”

Tras meses en los que incluso alguna leyenda urbana asegura que caminaba por las calles de Nueva York ataviado con la ropas de su amigo Scott Lafaro en una muestra más del mazazo que supuso su pérdida, Bill Evans fue capaz de recuperarse y formar un no menos famoso “segundo trío”. Pero al más puro estilo de “Una serie de catastróficas desdichas”, la vida le deparaba unos acontecimientos que marcarían el final de su vida y de su trayectoria musical: la adicción a la heroína imposible de dominar, lo deja prácticamente en la ruina. En este periodo también debe afrontar el suicidio de su pareja sentimental tras haberse enamorado Bill de una pianisa durante una gira. Y el punto final a esta trágica existencia lo pone el suicidio de su hermano Harry tras no poder superar una profunda depresión.

Bill Evans

Con este panorama quizá sea más sencillo comprender el impacto visual y sentimental que Bill Evans genera en sus seguidores. Es por ello por lo que en sus obras siempre encuentro profundas notas enraizadas de tristeza romantizada, donde la alegría de vivir termina abatida por la pena de una existencia tan miserable como injusta. Y ahí Bill Evans se encuentra como pez en el agua, al menos musicalmente.

Evans era todo lo que no parecía, y parecía todo lo que no era. Semblante serio, risa forzada a veces, gafas de pasta, traje impecable y pelo engominado, un cliché que parecía admitir pocas licencias. Y mucho menos una asociación tan arraigada de su figura a las drogas. Inestable, reservado y frustrado. Estudioso del piano, metódico y sensible. Inseguro, inteligente y modesto.

Su postura frente al piano siempre me lo ha dicho todo de él, y los muros que su personalidad infranqueable y su presencia de profesor de física cuántica levantan frente al espectador, se vienen abajo cuando comienza a tocar. Una de las entrevistas que más he visionado, ahora que Internet nos permite tenerlas al alcance con un simple click, es la que Chris Albertson le hizo en 1972 durante su programa “The Jazz Set” de la PBS. Es muy fácil a la vez que duro mirar los ojos a un Bill Evans abatido mientras habla, o lo intenta, conociendo su penoso pasado y todas las experiencias traumáticas vividas, y comprender el porqué de su música y de tanta sensibilidad en sus composiciones.

Gracias de nuevo a la era tecnológica podemos disfrutar también de uno de sus últimos conciertos, grabado a finales de 1979 en los estudios de TVE de Esplugues de Llobregat, acompañado de Marc Johnson al contrabajo y Joe Labarbera a la batería, y con un aspecto muy diferente al de las habituales instantáneas de Bill en las portadas de sus grabaciones. Sobre estas portadas se podría hablar largo y tendido, pero si una siempre me ha resultado realmente llamativa porque vuelve a reforzar los contrastes en la vida de Bill Evans, esa es la pretenciosa “Everybody dig Bill Evans”, en la que los elogios de varios músicos (entre ellos Miles Davis) se transcriben sobre un fondo ocre poniendo un contrapunto incompresible en la siempre modesta presencia del pianista.

Volviendo a la pregunta con la que iniciaba esta breve aproximación al músico de Nueva Jersey y tras asumir lo penoso de su existencia, estoy convencido de que Bill Evans nos llega tan dentro (y permanece como el sabor agridulce) porque a diferencia de lo que encarnan otras estrellas del jazz en la idealización de lo maldito, él supo enmarcar la tristeza en un halo de romanticismo que tan bien han congeniado en la historia general de las artes.

Bill Evans, o cómo romantizar la tristeza comentarios en «5»

  1. Gran artículo. Realmente hay algo en Bill Evans difícil de definir, pero qué atrapa sin saber porqué…..pero, hace falta saberlo?

  2. Es genial cuando alguien pone en palabras las sensaciones que nos inspira un músico. Muy acertadas. He disfrutado mucho leyéndolo. 😉

  3. Fenomenal ir adentrándose en la inspiradora miseria de grandes como estos que sin melancolía, blues y desdicha, quizás terminarían tocando musica tropical para casamientos

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