Jimmy Glass Valencia

La pandemia del jazz

«Clubs que cierran”. Así titulaba a finales del pasado mes de febrero un artículo en Caravan Jazz. Aún no se había decretado el estado de alarma, y aunque el COVID-19 se colaba aquí y allá en los medios de comunicación de España, el coronavirus seguía pareciéndonos esa “gripe fuerte” de la que nos podíamos recuperar. Hablaba en ese artículo de la resaca de una crisis económica de la que algunos locales se empezaban a recuperar, de las trabas que muchos ayuntamientos ponen a la música en directo, o incluso de la preocupante falta de interés por el jazz en España. Ocho meses después, constato cómo ninguno de los artículos que he escrito hasta ahora ha envejecido tan rápido, tan mal.

Los solos de saxo en los balcones. Los aplausos de las ocho. Los conciertos gratuitos en Facebook e Instagram. Los “Tiny Desk Concerts” organizados por la NPR y en los que nos colamos en las casas de Norah Jones o Nubya Garcia. Casi por un momento, como en una alucinación colectiva, llegamos a pensar que podíamos dejar de vivir a toda velocidad. Que en el fondo nos venía bien. Parábamos sí, pero lo hacíamos para coger ese impulso que nos abriría todo tipo de posibilidades

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