Cuando durante la pasada primavera toda Europa y gran parte del mundo estaba sumida en un confinamiento sin precedentes, los colegas de la escena de swing local propusieron hacer una pequeña fiesta a través de Zoom. Cada cual en su casa y el swing en la de todas. La retransmisión algo opaca del sonido a través de la aplicación de videollamada me hizo pensar en la sintonización de emisoras de radio prohibidas en los tiempos de la segunda guerra mundial, cuando los atronadores bombardeos propiciaban paradójicamente el espacio necesario para poder escuchar jazz y pasar desapercibido.
La asociación que se produjo en mi cabeza vino probablemente de recreaciones similares de la miniserie alemana Charité, la cual relata historias ligadas al personal del hospital más famoso de Berlín, en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. En esta serie hay un paciente que debe fingir mayor gravedad de estado de salud para evitar ir a un juicio por cuestiones políticas. Mientras Berlín sufre un bombardeo, este paciente busca esparcimiento en las radios extranjeras y baila un poco de swing con su mujer en medio de la intimidad otorgada por las bombas. Esta serie, basada en historias reales muy emotivas, me causó gran impresión, pero por aquel entonces desconocía las historias reales de algunos músicos ilustres de esa generación que también escucharon jazz en medio de los bombardeos o sobrevivieron a los campos de exterminio haciendo uso de sus instrumentos musicales.
Este es un artículo está dedicado a algunas de esas historias del jazz en la Alemania del régimen nazi y la Segunda Guerra Mundial.
El jazz en Alemania en tiempos del Tercer Reich
El jazz había llegado a Berlín en la efervescencia de los años veinte, causando sensación y entusiasmo. Algunos años después, el régimen nacionalsocialista supuso una “depuración” drástica que hizo que la gran mayoría de intelectuales de espíritu demócrata o sangre judía tuviera que huir del país. Sin ellos, Alemania se empobreció culturalmente de la noche a la mañana, arrollando así con años de vanguardias y avances científicos. Sin embargo el jazz, y muy especialmente el nuevo sonido del swing, no fue tan fácil de eliminar, pese a prohibirse su escucha y despreciarse a sus protagonistas afrodescendientes.
Comparado a menudo con un virus en diferentes contextos, el swing no solo siguió colándose en los ritmos sincopados que se tocaban en multitud de bares berlineses en pleno Tercer Reich, sino que fue un medio de manipulación en la guerra propagandística del Tercer Reich, quizás el ejercicio de apropiación cultural de menor escrúpulo de la historia.
En 1935 se emitió el Decreto Hadamovsky, el cual prohibió la retransmisión radiofónica del «jazz de negros», pero según indica Coco Schumann en su autobiografía esta prohibición fue poco efectiva, ya que las emisoras extranjeras gustaban mucho y el mercado de discos estaba en pleno apogeo con un tráfico bidireccional de importación y exportación, hasta que finamente más adelante se recrudeció también la represión a esta actividad.
Los legendarios bares de la capital para los que el jazz formaba parte de su identidad también siguieron adelante con actuaciones en directo. El Groschenkeller, el Delphi Palast o el Dorett eran clubes y tabernas nacidas en los años veinte y en las que se tocó jazz en directo hasta bien avanzada la guerra. Algunos de estos locales los habían iniciado empresarios judíos o intelectuales que tuvieron que emigrar y dejar el negocio en manos de otros.
Sin embargo, el swing permaneció y su supervivencia, si bien en condiciones precarias, fue un elemento magnético que atrajo a visitantes y músicos profesionales con una carrera tan ilustre como la del saxofonista italiano Tullio Mobiglia, que había sido alumno de Coleman Hawkins. A estos bares también acudían músicos de la Cámara de Música del Reich como Norbert Schulze, el autor de la melodía de la legendaria canción «Lili Marleen» y de numerosas marchas militares con textos provocativos. Y por estos mismos locales ya se movía Coco Schumann cuanto todavía era menor de edad; su entusiasmo y talento atrajo la atención del experimentado Hans Korseck, el cual le ofreció darle clases de guitarra gratuitas después de verle tocar en directo.
Otra de las ilustres bandas de swing que trabajó a la sombra del régimen totalitario fue la banda de Kurt Hohenberger, la cual integraba entre otros músicos de talento, al propio Hans Korseck. No obstante, estos oscuros años supusieron un coste alto para la escena de jazz. Muchas de las bandas más conocidas, «Kapellen» como los Weintraub Syncopators o la Orquesta de Dajos Bela se exiliaron aprovechando giras en el extranjero. Al vacío escénico provocado por el exilio de estos músicos conocidos se sumaban otras limitaciones para los músicos de jazz de Alemania; ninguno podía permitirse vivir de ser sólo músico de jazz y menos aún recibir formación musical en este estilo de calidad. Por eso mismo, la producción y el trabajo de estos músicos durante este período debe ser valorado a la luz de la hostilidad que tuvieron que soportar.
Aunque a menudo descrito como «la peste anglojudía», «el poder finalmente optó por sacar provecho de este fenómeno al menos durante el tiempo en que el mundo iba a tener la atención puesta sobre Berlín, la cual debía irradiar esplendor durante las Olimpiadas de 1936». Coco Schumann, Der Ghetto-Swinger, eine Jazzlegende erzählt, Munich, Deutscher Taschenbuch Verlag, 1997, p. 27. (traducción propia)
Pero una vez acabaron las Olimpiadas el Régimen nazi reinició sus intimidaciones para disuadir y perseguir la «degenerante» escucha de música extranjera. Esto obligó a músicos y empresarios de la gastronomía a diseñar estrategias para estar alerta en el caso de que hubiera un control sobre el bar en el que se estaba tocando música. «Si se oía a una patrulla en marcha, se lanzaba un silbido en el local y la banda cambiaba en menos de un suspiro el programa. Si estábamos tocando el Tiger Rag, nos pasábamos a Rosamunde tan pronto los oficiales ponían un pie en el local. Una ojeada al local con ojos penetrantes, una sonrisa del dueño del local y una pausa corta hasta que nos llegaba el aviso de que los agentes se habían alejado y ya estábamos tocando otra vez You can’t stop me from dreaming» Ibid., p. 44.
La banda italiana de Tullio Mobiglia camufló al adolescente Schumman como “otro italiano más” durante el tiempo que estuvieron en Berlín. Sin embargo, Coco Schumman, de padre alemán y madre judía fue finalmente descubierto y enviado al “privilegiado” campo de hacinamiento urbano Theresienstadt, un gueto teoréticamente modélico y en el que, por las pésimas condiciones de falta de higiene, hacinamiento y malnutrición murieron 35 mil personas y otras 88 mil fueron finalmente deportadas a los campos de exterminio. A partir de entonces, la música se convirtió en el clavo ardiendo que salvó la vida al joven Schumann, quien además de haber formado parte de la banda The Guetto Swingers en Thereisenstadt, en los últimos meses de guerra tuvo que compartir el terrible escenario de los barracones de Auschwitz y tocar con otros músicos de prestigio que compartían destino con él como forma de supervivencia. Una vez finalizada la guerra volvió a Berlín y volvió a dedicarse a la música ahora ya como profesión ejercida libremente y no como salvoconducto.
Escuchar jazz durante el “espacio” de los bombardeos
A unos 200 kilómetros de Berlín, en la ciudad de Leipzig escuchaba jazz a escondidas o durante bombardeos la adolescente Jutta Hipp.
Jutta Hipp nació en Leipzig en 1925 y desde los nueve años empezó a recibir formación clásica de piano a la par que daba sus primeros pasos como dibujante. «A partir de 1940 sin embargo, la música que más atraía a la quinceañera era el jazz y especialmente el swing: Fats Waller, Jimmy Lunceford y Count Basie fueron sus primeros ídolos.
En el Tercer Reich el jazz era una “música indeseable” por lo que Hipp aprovechaba los bombardeos para, en vez de resguardarse en el sótano con su familia, escuchar las emisoras de radio prohibidas y probar con la notación de los temas de jazz que iban sonando. También tenía contacto con el Hot Club Leipzig y participaba en jam sessions de jazz secretas en la casa de los padres de su futuro novio Teddie Frohwalt Neubert. Allí empezó con la improvisación al piano». Katja von Schuttenbach, «Remembering Jutta Hipp», folleto del Jazzfest Berlin, 2012.
La historia de Jutta Hipp continúa después de la guerra con el abandono de su ciudad natal en busca de refugio del nuevo régimen totalitario que recayó sobre el Este de Alemania y sigue ligada al jazz, hasta el punto de ser nombrada «Europe’s first lady of jazz», título que mantuvo durante mucho tiempo.
En 1955 el crítico de jazz Leonard Feather, de gira por Alemania como parte del equipo del tour de Billie Holiday, descubrió el talento de Jutta Hipp, a quien la encontró tocando en un club de jazz de Duisburgo y le invitó a emigrar a Estados Unidos para hacer carrera en la escena de jazz de Nueva York, lugar donde estuvo activa durante varios años y donde grabó algunos discos para el sello Blue Note.
Las historias de Coco Schumann, Jutta Hipp y otros muchos músicos que tuvieron que lidiar con las calamidades de los tiempos que vivieron son historias muy inspiradoras que nos recuerdan el poder de la música para mantener las ganas de vivir en tiempos adversos. Como personas son muestras de una resistencia impresionante al adoctrinamiento, la represión y la desolación, y comparten un elemento en común: la pasión por el jazz.
Adenda (1 de octubre de 2022)
Han pasado dos años desde que escribí este artículo y ahora tengo la suerte de vivir en Berlín. Poco después de escribirlo preparé una playlist con música de esta época que titulé República de Weimar en alemán y, que, curiosamente, se ha convertido en una de mis playlists que más éxito ha tenido.
Es extraordinario el texto. Gracias, Raquel.