Quien haya escuchado discos como “The Black Saint and The Sinner Lady” , ”Tijuana Moods” y sobre todo, “Blues and Roots” coincidirá conmigo en afirmar que Charles Mingus es probablemente uno de los bajistas y compositores de jazz más talentosos del siglo XX. A cambio, Mingus como tal vez muchos sepan, era un tipo problemático, amigo de zanjar cualquier discusión o simplemente expresar su opinión, con una buena dosis de violencia verbal…o física.
Su enorme tamaño por supuesto ayudaba, para bien y para mal. Para bien, porque le permitía dominar el bajo como nadie lo había hecho antes. Su mano derecha, actuaba como la de un guitarrista. Mingus fue el primer bajo en utilizar todos los dedos de la mano para tocar las notas sucesivas de una frase, algo que más tarde veríamos en otros bajos como Scott Lafaro. La fuerza y la lentitud de ese “oso” tocando el bajo, se contraponía sin embargo con la delicadeza con la que podía llegar a tocar.
Para mal, como veremos a continuación, por numerosos episodios en los que sencillamente, no podía controlar su cólera, llevándola a extremos pocas veces vistos antes sobre un escenario.
Charles Mingus saca un hacha
Uno de los episodios que más se recuerdan de esa furia tuvo lugar en 1953, cuando Duke Ellington lo fichó para su orquesta. Cuenta el propio Mingus en su autobiografía (“Beneath Underdog”) cómo tras un “incidente” con Juan Tizol (compositor junto a Ellington, de “Caravan”), acabó siendo despedido de forma fulminante.
Si hacemos caso a su palabra, en uno de los ensayos Tizol le habría entregado una partitura que debía interpretar. Al no hacerlo sin embargo como Tizol esperaba, este se habría dirigido directamente a él y le habría dedicado un comentario racista. De nuevo, si nos fiamos de las palabras del contrabajista, el puertorriqueño le habría dicho lo siguiente: “you’re like the rest of the niggers in the band, you can’t read”.
Mingus le habría preguntado a continuación en qué se diferenciaba entonces Tizol de esos “niggers” que no saben leer, a lo que el trombonista habría respondido: “yo soy blanco”. Mingus habría entonces salido de la sala de ensayos hecho una furia y al volver y tras increpar a Tizol, contaría que este habría acabado amenazándole con un cuchillo (Tizol era conocido por llevar siempre su navaja consigo).
Tizol reconocería más tarde que efectivamente, había discutido con Mingus por cómo habría interpretado la partitura (“esta tocando el contrabajo como se tocaría un chelo” dijo) pero nada más. ¿Por qué le despidieron entonces? Hay testigos que efectivamente, vieron a Tizol exhibiendo su navaja, pero en realidad era algo que no se salía de lo habitual y no pasaba de ser un gesto de chulería que nunca iba a más. Pero lo que también vieron fue a Charles Mingus irse y volver del camerino a los pocos minutos hecho una furia, para a continuación partir la silla de Juan Tizol con un hacha. El propio Duke Ellington lo explicaría de esta forma, tal y como se recoge en la biografía de Mingus:
“Cuando saliste después de eso pensé: Ese hombre tiene mucho miedo del cuchillo de Juan y a la velocidad que va probablemente ya esté en casa en la cama”. Pero no, volviste a entrar por la misma puerta con tu bajo todavía intacto. Por un momento tuve la esperanza de que hubieras decidido sentarte a tocar pero en vez de eso cortaste la silla de Juan en dos con un hacha! De verdad, Charles, eso es destructivo. Todo el mundo sabe que Juan tiene un cuchillo, pero nadie se lo ha tomado en serio. Le gusta sacarlo y enseñárselo a la gente, ¿entiendes? Así que me temo, Charles, que nunca he despedido a nadie, que tendrás que dejar mi banda. No necesito nuevos problemas. Juan es un viejo problema, puedo lidiar con eso, pero parece que tienes muchos. Debo pedirte que tengas la amabilidad de marcharte”.
La lámpara de Charles Mingus
No es este sin embargo el único incidente que habla de un carácter, digámoslo suavemente, “problemático”. Obsesionado como estaba con que los miembros de su banda interpretasen su música de la forma en la que “debía hacerse”, resultaba de lo más frecuente que en el escenario diese instrucciones a gritos, abroncando generalmente a la sección rítmica.
En realidad no había forma de saber qué es lo que pasaría en cada concierto. A Jackie Byard llegó a despedirle en más de una ocasión en mitad de un concierto, para después volver a contratarle al cabo de media hora. Había noches en la que podía poner “de patitas en la calle” a la mitad de su banda. Ese clima de tensión constante, que aterrorizaba a sus “empleados”, conseguía sin embargo que diesen lo mejor de sí…hasta que Mingus iba demasiado lejos.
En su “Pero hermoso. Un libro de jazz”, Geoff Dyer cuenta cómo un día en el que a Mingus no le estaba gustando un solo de Jimmy Knepper, se le acercó y le dio un puñetazo en el estómago. Como el solo no mejoraba demasiado, se le acercó una segunda vez y volvió a pegarle, partiéndole esta vez los dientes. Knepper presentó su dimisión esa misma noche. Por supuesto y anticipándose a las futuras estrellas del rock, en otra ocasión destrozó un bajo de 20.000 dólares en respuesta a la audiencia ruidosa en el Five Spot de Nueva York.
Pero Mingus no trataba mal solo a sus músicos. Era intolerante también con el público de sus conciertos, al que acusaba de no prestarle la atención adecuada y famosas son sus peroratas, que podía extenderse durante más de media hora. Cuando montó su propia casa discográfica, insultaba incluso a sus clientes, que le llamaban por teléfono para quejarse de que no habían recibido el disco por el que habían pagado hace meses.
Una de sus anécdotas más conocidas tuvo lugar en el Village Vanguard. Se cuenta que una noche de concierto, Mingus exigió que Max Gordon le pagara en el acto. En ese momento Gordon no tenía “cash” para pagarle, por lo que Mingus comenzó a romper botellas contra el suelo y, al buscar algo más que romper, atravesó una lámpara con el puño. La llamaron la “lámpara Mingus” y la dejaron así, como atracción publicitaria.