Segunda Guerra Mundial
Historia, Otros

Historias del Jazz en la Segunda Guerra Mundial

Cuando Estados Unidos entró en combate durante la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas americanas fueron acompañadas por sus músicos de swing y jazz. Algunos formando parte de las fuerzas militares; otros solo se sumaron al proyecto de la United Services Organization con el fin de entretener y animar a los soldados en el frente con sus actuaciones musicales.

El primer lustro de la década de los años 40 facilitó así que muchos músicos de jazz se embarcan en aventuras de ultramar a la par de que algunos de los que se quedaron en tierra, o bien por edad, o bien por ser descartados para el servicio militar por sus adicciones, empezaban a darle forma a una nueva revolución jazzística llamada bebop. Pero mientras estos músicos vanguardistas creaban un nuevo sonido, los bombardeos atronaban en Europa y otras partes del mundo, por lo que la guerra influyó directa e indirectamente al fenómeno del jazz, tan vivo en aquel momento.

Además de llevar de gira a grandes leyendas del swing como Benny Goodman o Artie Shaw, o al propio Louis Armstrong, las USO también fue la Misión que dio pie historias jazzísticas como la historia de amor a primera vista y el consiguiente matrimonio entre el trompetista de Chicago, Jimmy McPartland y la pianista británica «Marian Page» (en su pasaporte ponía realmente Marian Turner). «Se conocieron en la tienda de campaña de la USO en las Ardenas (Bélgica) […] Los alemanes estaban huyendo. Él era un yanqui alcohólico que charlaba con desparpajo y tocaba genial la corneta. En aquel momento, Jimmy McPartland […] era una especie de leyenda menor en el mundo del jazz, al menos en el estilo de Chicago; alguien que había conocido a Bix, había jugado al balonmano con Benny en las azoteas, había hecho el payaso con Satchmo en el White City Ballroom y había bebido por litros con su pajita de bolsillo con Jack Teagarden. Mientras que ella – marcando el contrapunto – era una desconocida y aparentemente recatada pianista inglesa de sala de concierto, de clase media-alta, que había estado en una escuela de monjas y había estudiado composición y teoría clásica en la academia Guildhall de Londres. Les separaban unos 13 o 14 años y una distancia cultural del tamaño de un océano. Él ya se había casado una vez y tenía una hija en los Estados Unidos. Marian Turner, la más joven de los dos, sólo tenía padres cuadriculados en Kent que tomaban el té religiosamente a las cuatro de la tarde. […] Pero el amor, al igual que el jazz, tiene su propia lógica».(Paul Hendrickson, «The McPartlands love song to a Jazz beat». The Washignton Post, 29 de abril 1991 (traducción y síntesis propia). Así que se casaron estando aún de gira con las USO, el 3 de febrero de 1945 en Aquisgrán, Alemania, a pocos kilómetros de Bélgica y en uniforme militar, por supuesto.

 

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La aportación que Marian Turner, desde entonces Marian McPartland, ha supuesto para el mundo del jazz ya lo documentamos en este artículo.

La irrupción de la guerra trajo consigo obstáculos para la industria musical. Cortes de luz en los clubs de jazz, toques de queda nocturnos y nuevos impuestos al cabaret y los espectáculos musicales. El racionamiento de gas y gasolina dejó muchos buses de big bands “aparcados”, los trenes se llenaban de soldados, apenas dejando tickets libres para los músicos que querían ir de gira.

La industria dejó de producir máquinas de discos e instrumentos musicales por un tiempo para reconducir la producción industrial hacia la producción de armas y equipamiento para el ejército.  El swing embarcó hacia los cuatro puntos cardinales con la marina y el ejército aéreo americano  dejando vacantes difíciles de reponer en las big bands y forzando a los líderes de las bandas a pagar mejor a músicos suplentes de menor talla. «Le estoy pagando 500 dólares a la semana a un trompetista», se quejaba Tommy Dorsey, «y ni siquiera saber soplar unas velas como es debido». En esta situación de guerra, los temas más populares del swing se convirtieron en himnos representativos del espíritu americano.

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Los soldados recibían con un entusiasmo extraordinario el servicio de los músicos, una música que elevaba la moral de los soldados con un sonido más fresco y vibrante que el que emitían las fuerzas británicas a través de la BBC o el que emitía Radio Belgrado bajo control de Alemania. Mientras los alemanes escuchaban una canción un tanto cursi – Lili Marleen – que evocaba su lado más humano y tierno y les llenaba de nostalgia todas las noches, los americanos descansaban bailando y escuchando swing, ganando así unas dosis de endorfinas que posiblemente fueran infravaloradas por el régimen nazi, que declaró el jazz una música degenerada y una «peste anglojudía». El hot jazz y el swing otorgaban seguramente unas dosis extras de fuerza moral y ganas de vivir a esos soldados cuando más lo necesitaban.

Otro efecto documentado de los tiempos de guerra es su contribución a la emancipación femenina. Un dato curioso, en esta línea, es que el compositor y arreglista Eddie Durham encontró en las bandas femeninas de swing un refugio donde evitar ser enviado al frente. Con él, las International Sweethearts of Rythm dejaron de ser la banda de una escuela de secundaria para convertirse en una banda de primer nivel que llegó a compartir escenarios con Billie Holiday y a formar parte del cartel del Apollo Theatre. «Entonces me quedé con la banda femenina de jazz. Esa era la única manera de librarme del ejército. Conocí a un tipo viejo de las Indias Occidentales, un político que me conectó con el Departamento del Tesoro. Mientras siguiera al frente de las bandas femeninas ganaba seis meses evitando el ejército y mientras prestase algún servicio a las USO, el Departamento del Tesoro cooperaría con cualquier proyecto en el que estuviera metido… Así es como entré en contacto con las International Sweethearts of Rythm». D. Antoinette Handy, The Internationals Sweethearts Of Rhythm, Londres, The Scarecrow Press, 1998.

Esta oportunidad para las mujeres en la música no solo la reclamaron las «Sweethearts» para demostrar su valor como músicos profesionales. ¡La legendaria baterista Viola Smith causó sensación con su artículo de 1942 publicado en la revista Downbeat, y titulado «Give Girl Musicians a Break!» (algo así como «dale espacio a las chicas en la música!») en el que apelaba a líderes destacados de big bands a que contratasen a más mujeres profesionales. «En lugar de sustituir a los hombres que están en el frente con talento mediocre – escribió – ¿por qué no dar una oportunidad a las mejores mujeres instrumentistas del país?» The Washington Post, obituario del 23 de octubre de 2020.

La guerra también inspiró textos de swing como este de Fred y Doris Fisher interpretado por Una Mae Carlisle en 1941 en los que la jerga bélica de la época se transformó en metáforas pasionales.

«Blitzkrieg baby, you can’t bomb me

‘Cause I’m pleading neutrality

Got my gun, now can’t you see?

Blitzkrieg baby, you can’t bomb me

Blitzkrieg baby, you look so cute

All dressed up in your parachute

Let that propaganda be

Blitzkrieg baby, you can’t bomb me»

 

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