Café Society

Jazz y derechos humanos: el Café Society de Barney Josephson

No sé ustedes, pero a mí con la edad cada vez me interesa menos la política. El galimatías diario en redes sociales, la exposición innecesaria e involuntaria a las tan de moda fake-news y un periodismo cada vez más polarizado y menos creíble tienen la culpa en mi caso. Tengo la sensación, no sé si fundada o no, de que los medios y los políticos me engañan, de que les he cedido de manera inconsciente mis voluntades (Mirian Arbalejo dixit).

Me he cansado de leer cómo nos atacamos de manera inmisericorde por cuestiones que nada tienen que ver con mejorar nuestro paso breve por esta vida, y es cierto que he sabido dejar a un lado de las aguas lo poco importante centrando mi andadura en lo que me hace feliz: mi familia o el jazz por ejemplo. No obstante la lectura del breve pero interesantísimo “John Coltrane. Jazz, racismo y resistencia” de Martin Smith (Ed. El viejo topo) despertó en mí la curiosidad acerca de cómo y en qué condiciones los músicos de jazz se han visto influenciados por la política dominante durante sus años de vida. Y también cómo el género ha sido capaz de afectar de una manera u otra al devenir político de un país. 

Me di cuenta atendiendo a las referencias consultadas de algo que intuía. Y es que al final hablar de política y derechos humanos es hablar inevitablemente de racismo. Quizá por ello las aguas me llevaron a los pocos días de acabarme el libro de Martin Smith, a encontrarme en el artículo de la compañera Raquel Rodríguez una referencia sobre el tema en la sembranza de la pianista, compositora y arreglista del swing Mary Lou Williams: “En 1942 se trasladó a Nueva York, donde trabajó en el Café Society de Barney Josephson – el primer club de jazz sin segregación racial – y grabó para el sello Ash”. Wow, pensé. Un club sin segregación racial en plena década de los 40 en Estados Unidos, con la comunidad negra recién organizada en torno al Partido Comunista. “Esto merece un artículo”, me dije. Y aquí lo tienen: una breve historia del Café Society y su fundador, Barney Josephson, que creo que es digna de ocupar un espacio en Caravanjazz.es.

El valor del contexto: la Gran Depresión americana

Es importante centrarse en el lugar y el momento, el contexto añade a la apertura de este local un punto más de interés. Nos encontramos a finales de la década de los años 40 en Estados Unidos, año 1938. En octubre un jovencísimo Orson Welles atemorizaba a medio país narrando la invasión alienígena de “La guerra de los mundos” en la CBS, dando a luz -quizá sin saberlo- a la primera fake-news de la historia moderna.

Estamos en los albores de la Segunda Guerra Mundial y en concreto en Estados Unidos en el inicio de la recuperación tras la Gran Depresión financiera con el segundo “New deal” de Roosevelt, quien disfrazó las políticas de cierta tendencia antidiscriminatoria.  En esta etapa nacieron la particular seguridad social americana, la reorganización de los rangos de impuestos a las rentas más altas y, lo que es más importante, el impulso a la libertad sindical sin importar el color para la admisión.

Se iniciaron etapas de creación de cierta prosperidad económica y posibilidades de trabajo en beneficio de la población de color. Necesario pero insuficiente, incluso a día de hoy. No obstante es probable que esta tendencia en lo que a derechos de la comunidad negra se refiere facilitara a nuestro protagonista la apertura de su local. Ese lugar “para todos” al que muchos llamaron “the wrong place for the right people” (el lugar equivocado para la gente correcta).

Barney Josephson
La cantante Helen Lee charlando con Barney Josephson (en el centro) durante una audición para un programa de radio

La idea de un local distinto

Comparto con Barney Josephson el deseo de abrir las puertas de un local con mi estilo propio, supongo que también es el de muchos amantes del jazz. A él se le presentó la oportunidad en 1937 y no la rechazó; fue su hermano quien le animó a trasladarse a Nueva York tras haber recibido un dinero prestado y su intención de abrir un local parecido a los que tanto le fascinaron en su visita a la Europa de 1931 estaba cerca de hacerse realidad.

La singularidad del Café Society quizá se deba a la idea de su propia concepción, asentada sobre los pilares del progresismo y la libertad colectiva de los grupos más oprimidos de la época; también en la indignación que le provocaba, por ejemplo, el hecho de que la madre de Duke Ellington no pudiera ir a ver actuar a su hijo al Cotton Club simplemente por el color de su piel. El prototipo de Josephson para su propio local difería de las que en aquella época poblaban las calles de la ciudad. Y no era algo innovador, sino necesario: “Quiero un club donde los blancos y los negros trabajen juntos bajo los focos en el escenario y se sienten juntos enfrente. Por lo que yo sé no existe un lugar así en toda Nueva York y pudiera ser que en todo el país”.

Y cierto es que no existía. En lugares como el Cotton Club ocurría eso y mucho más. Aparte de la financiación más que dudosa por parte de las bandas organizadas del crimen y la droga de la que Josephson trataba de huir, la segregación racial llegaba al extremo de que blancos y negros no pudieran compartir escenario. Incluso el propio nombre le parecía ofensivo a la par que contradictorio: un campo de algodón trabajado por negros donde los propios negros no podían entrar: “En el Cotton Club me molestó que los negros estaban limitados a la última parte del local, detrás de columnas. Me enfurecía que incluso en su propio gueto (Harlem) tuvieran que aceptar eso. Por supuesto, en cualquier club debajo de Harlem que tenía entretenimiento negro, como el Club Kit Kat, un negro ni siquiera podía entrar.”

Café Society

Realmente bochornoso, por lo que Josephson se propuso crear un lugar de entretenimiento donde reflejar sus propios valores sociales de comunidad, respeto por la diversidad e igualdad de oportunidades para todos. De esta manera, quizá de forma consciente, quedó excluida de su clientela -o al menos quedó advertida de lo que iban a encontrarase dentro- las figuras políticas y sociales de la glamurosa vida neoyorkina, la élite que prefería no estar acompañada de negros y gays mientras hacían chistes ofensivos sobre el color de piel o la orientación sexual. Este asunto nos lleva directamente a hablar del nombre del local, elegido a conciencia y parece ser que sugerido por la columnista de Vanity Fair Helen Lawrenson a modo de burla hacia la alta sociedad (“la Society”), a la flor y nata de la época que se consideraba privilegiada por poder acceder a lugares donde otros no podían simplemente por ser negros. Estaba claro que el Café Society iba a ser un nuevo tipo de club: los artistas recibirían un salario justo y legalmente obtenido, y todos los públicos serían bienvenidos independientemente de su raza, su orientación sexual o sus convicciones políticas.

Los interiores del “Café Society”

Y con esa intención fue con la que Josephson aceptó los 6.000 dólares ofrecidos por su hermano, alquiló un sótano por 200 dólares al mes en el número 2 de Sheridan Square de Greenwich Village (en el lado oeste de Manhattan) y se decidió a hacer realidad su sueño. Tomándose muy en serio el principio “antiburgués” tan escorado a la izquierda y que ya había fundamentado su idea inicial, contactó con algunos de los mejores ilustradores de la época que ya habían trabajado para Roosevelt creando obras públicas pagadas por el gobierno.

Syd Hoff
Pintura de Syd Hoff para el Café Society

El objetivo era decorar las paredes del local y la elección de los mismos tampoco fue casual: algunos de ellos fueron el litógrafo Adolf Dehn, los ilustradores de revistas Sam Berman, Syd Hoff y John Groth y los pintores Gregor Duncan, Anton Refregier y William Gropper, quienes decoraron los muros con auténticas caricaturas del capitalismo, el egoísmo y la codicia imperantes en la sociedad de la época: “Les dije que iba a abrir un cabaret político con jazz, una sátira a las clases altas. Podían pintar cualquier cosa que se les ocurriese. Les pagué a cada uno 125 dólares y otro tanto para que pudiesen comer y beber cuando les diera la gana”. 

Aunque Josephson siempre aclaró que el contenido de las obras era elección de cada artista, para todos ellos quedó claro cual iba a ser el poso social en el que se desarrollaría la vida diaria en el interior del local, y nunca les vetó ninguna de las representaciones incendiarias de la clase alta de Nueva York en esos murales, de marcado transfondo marxista y al más puro estilo del pintor Diego Rivera.

John Hammond, un experto musical para el “Café Society”

Si algo estaba claro para Barney Josephson era su gusto por el jazz. Pero no se consideraba un experto en la materia por lo que programar actuaciones le resultaba complicado. Tampoco disponía de los contactos necesarios para dar el pistoletazo de salida a un local como el suyo, que contaba con el importante handicap inicial de las bases ideológicas sobre las que se cimentaba.

No obstante durante su estancia temprana en Nueva York pudo hacer amistad con el fotógrafo Sam Shaw (autor por ejemplo de las conocidisimas instantáneas de Marilyn Monroe en su época dorada) quien, conociendo sus carencias en lo que a la organización de eventos musicales se refería, lo puso en contacto con John Hammond, productor musical de Columbia y gran estudioso del mundo del jazz, tanto desde el punto de vista estrictamente musical como de su utilización como instrumento de lucha contra el racismo.

Podríamos decir que tanto Hammond como Josephson compartían su conciencia por la igualdad racial en los Estados Unidos de los años 30 y 40 y se les puede considerar progresistas comprometidos con la actividad política de izquierda. Y fue así como comenzó una relación muy fructífera entre el empresario aficionado al jazz y el experimentado musicólogo, que les llevó a abrir las puertas del Café Society la noche del miércoles 28 de diciembre de 1938 con un concierto que contó con Frankie Newton y su banda, los pianistas Albert Ammons, Pete Johnson y Meade Lux Lewis, el pianista y cantante de blues Joe Turner y una joven y desconocida Billie Holiday que aquella noche apenas contaba 23 años.

Billie Holiday
Billie Holiday durante una actuación en el Café Society (1939)

Desde entonces y durante diez años por el Café Society pasaron innumerables artistas más conocidos o menos, programados casi siempre por Hammond y con actuaciones que suponían un granito de arena en el activismo hacia la desaparición de esta lacra que aún a día de hoy sufrimos a nivel mundial y que no es otra que el racismo: allí actuaron estrellas como Duke Ellington, Mary Lou Williams, Art Tatum, Alberta Hunter o Sarah Vaughan, y sirvió de escenario para el desarrollo de las estupendas bandas de Benny Goodman y Count Basie. Dado el éxito apabullante, Josephson abrió a los dos años un segundo local de jazz, el Café Society Uptown en East 58th Street. Ambos se convirtieron en auténticos invernaderos de intelecto musical y de los que surgieron numerosos artistas musicales.

La confirmación del éxito definitivo llegó de manos de Billie Holiday, cuando interpretó el famoso “Strange fruit” de Abel Meeropol sobre el escenario del Café Society, poniendo el broche perfecto que el local necesitaba en su reivindicación de los derechos humanos que tan concienciados tenían a Josephson y Hammond.

Pollos asados… y música en directo: cierre en falso del Café Society

A finales de la década de los años 40 y con la intensificación de la Guerra Fría parte de lo bueno que el “New deal” trajo a Estados Unidos se desvaneció por el sentimiento anticomunista generado en la sociedad. Estaba claro que el Café Society era algo más que un club al que acudir a escuchar jazz; se convirtió en una sede improvisada para la lucha por la integración de la comunidad negra en la sociedad americana, y fue epicentro de reuniones, debates y actos a favor de los mismos.

El FBI comenzó a elaborar sus famosas “listas negras”, y tanto Barney Josephson como John Hammond fueron investigados. Este último nunca había negado sus profundas convicciones a favor de la raza negra y su admiración por el ideario comunista, pero también es cierto que manifestó sus desacuerdos en muchas ocasiones con algunas políticas del partido. A pesar de haber participado en numerosos eventos a favor del mismo junto a Duke Ellington, Coleman Hawkins , Count Basie y Benny Goodman, su posición de hombre blanco y rico le evitó problemas mayores y las investigaciones sobre su vinculación con posibles traidores a la patria estadounidense no fueron a más.

Mary Lous Williams
Mary Lou Williams durante una actuación en el Café Society

No fue así con el propietario del Café Society. Su hermano León, abogado y miembro del Partido Comunista norteamericano, fue citado por el HUAC (comité de actividades antiamericanas) y ante su negativa de declarar acogiéndose a la quinta enmienda cuando fue preguntado por las causas antifascistas y sus vínculos comunistas, fue encarcelado y multado. El tufillo conservador de la sociedad y la prensa se encargaron de hacer el resto, y pronto establecieron conexiones infundadas entre lo ocurrido con León Josephson y el Café Society de su hermano Barney, y aunque este último continuó con la organización de los mejores eventos de jazz de Nueva York en la época, supo que desde aquel momento cualquier persona que pisara su local sería considerada partidaria de los ideales radicales que presuntamente se defendían allí. Acusado desde la prensa de tener vínculos completamente inventados con los soviéticos, en 1949 ya había cerrado ambos negocios ante la falta de ingresos.

Una vez desligado de cualquier actividad que pudiera suponer motivo de investigaciones como enemigo de los Estados Unidos, Barney Josehpson decidió montar una cadena de pollerías (sí, esto es un auténtico “WTF”) a la que llamó “The Cookery”, según sus propias palabras para intentar convertirse en un perfecto desconocido y vivir en paz y de manera anónima, intentando obviar la persecución a la que había sido sometido años atrás. Pero es curioso en este punto de la historia cómo la música y el jazz en concreto terminaron formando parte de nuevo de la vida de nuestro protagonista: la pianista y figura clave del swing Mary Lou Williams quiso volver a los escenarios tras una etapa de inactividad, y eligió “The Cookery” para ello. Fue el comienzo de una nueva etapa musical para Josephson con Alberta Hunter de estrella principal, ya que allí acudieron de nuevo muchos de los artistas que ya habían tocado en el Café Society. Todo ello hasta 1984, cuando echó el cierre.

Mujeres y hombres valientes

Esta increíble historia de cómo el jazz sirvió de instrumento para el reclamo de los derechos humanos más elementales, pone de manifiesto la valentía de todos los que participaron en aquellos conciertos. También de los que asistían a ellos a sabiendas de que su contribución hacia unos Estados Unidos más justos era pequeña pero importante.

Y desde luego el arrojo de Barney Josephson, quien en un contexto propicio pero de futuro incierto arriesgó su dinero y su honor por unos ideales poco comunes, lamentablemente, en aquellos años. Quizá no todos fuéramos capaces de hacer lo que él hizo, y estoy seguro que este tipo de contribuciones a las causas más justas superan con creces a lo que muchos de nuestros políticos son capaces de ejecutar en cuatro años de legislatura. Por esto y mucho más, cuando leo o escucho a alguien intentar separar el jazz de la causa que reclama algo tan básico como el respeto a los derechos humanos mientras se le llena la boca de lo precioso que es el “Alabama” de Coltrane, enfurezco unos minutos pensando en porqués a los que nunca encuentro respuesta.

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