Hace unas semanas Rudy me hizo una propuesta que me puso contra las cuerdas: “¿Podrías escribir un pequeño artículo sobre tu disco favorito y explicar por qué te gusta tanto?”. Para ser honesto yo no llevo muchos años escuchando jazz, aunque sí de manera intensa. Creo que suficiente como para saber qué me gusta y qué no. No obstante responder a esa cuestión me traslada al momento en el que el camarero de un restaurante italiano me pregunta qué voy a comer: ¡qué difícil elegir entre unos raviolis carbonara y una pizza americana! No digamos ya si tienen una carta variada de cervezas belgas o alemanas.
Aquí, como todo, depende del contexto y del objetivo: con “In a silent way” siempre consigo la concentración que necesito para terminar un trabajo complicado; “Stardust” me devuelve a una época bonita de mi vida fuera de España y en “My favorite things” me reencuentro con el jazz cuando me siento alejado de él. En general con Chet Baker y Nina Simone me araño un poquito el corazón, y con Keith Jarrett me enternezco recordando abrazos eternos a orillas del Cantábrico. Últimamente para mover un poco este esqueleto pandémico y cuarentón pongo un ratito a Keely Smith o Itziar Yagüe (¡lo que he bailado yo sentado teletrabajando mientras sonaba “What if it were you”!).
Definitivamente nunca se me ha dado bien elegir. En este caso concreto tampoco veo la necesidad; seleccionar una sola grabación de jazz de las que he escuchado desde que comencé a cultivar el gusto por el género se me antoja muy difícil. Lo que sí puedo hacer con más o menos soltura es escribir del álbum al que siempre vuelvo, ese al que recurro sin un porqué, sin un objetivo claro ni necesario. Sencillamente mi jazz porque sí (ay, Cifu). El que me alegra más cuando ya estoy alegre y al que recurro cuando no me apetece salir del pozo de la tristeza en el que a veces nos meten, o nos metemos adrede. Mi “soporte sentimental” como me gusta llamarlo. Ese álbum tan mío, tan personal y que suena en mis oídos de una manera única y singular no es otro que el “Kind of blue” de Miles Davis.
Escribir sobre Miles siempre me ha infundado respeto. En los pocos artículos que hasta ahora he publicado en caravanjazz.es he pasado de puntillas sobre él sin entrar en mucho detalle cuando he necesitado hacer referencia al mismo. Sobre todo porque, como ya decía en mi primer artículo sobre Bill Evans, es complicado explicar el porqué de determinados sentimientos hacia algunos temas y artistas.
Conseguir información sobre el trompetista de Illinois y su álbum estrella es relativamente fácil, hay cientos de referencias sobre su vida y obra, y creo que en mi biblioteca personal tengo todo lo que necesito para ahondar en la nostalgia hacia su figura y hacia este álbum concreto. Por suerte para ustedes este artículo no tratará de eso, sino de mis porqués, algo más personal e íntimo. Razones que serán diferentes a las suyas o a las de miles de fanáticos del mismo. Quizá se sienta identificado con ellas y le resulten convincentes, o quizá no. Sea como sea, ahí van mis porqués. Se trata de explicar lo inexplicable, de buscar la razón a reacciones químicas internas y descargas eléctricas involuntarias en mis sesos, así que sean benévolos…
Los temas: píldoras improvisadas para todos los estados de ánimo
Quizá mi gusto por el álbum suene muy tópico. Es fácil que esta joya entre bien por los oídos a cualquier aficionado a la música en general y al jazz en particular, pero es innegable lo redondos que le salieron los temas al equipo (mi “dream team” del jazz) en aquellas dos sesiones en la primavera de 1959. Ashley Kahn, historiador estudioso de figuras como Miles o Coltrane y que tuvo la oportunidad de poder acceder a la escucha directa de las copias maestras de “Kind of blue” en la sede actual de Sony, siempre resume el éxito del álbum en una frase: “está basado en la idea de que el primer pensamiento es el mejor” en relación a la improvisación total que impregna el álbum.
El mismo Miles tras grabar “Sketches of Spain” poco más tarde, se lamentaba de que cuando repetía varias veces un mismo tema sentía perder la sensación que quería transmitir. De ahí la importancia de lo improvisado y de que los músicos que grabaron “Kind of blue” supieran muy poco de lo que iban a tocar en el estudio.
Otro asunto importante para no perder la perspectiva sobre este álbum es el momento en el que se encuadra en la discografía de Miles: justo después de grabar “Porgy and Bess” y antes de “Sketches of Spain”, los dos con los arreglos de Gil Evans.
Es innegable que la relación entre ambos influyó tanto en este “Kind of blue” como lo pudo hacer la música clásica de Stravinski que Miles estudió en sus inicios. Y poco se ha hablado de ello a mi parecer. Escuchar los tres álbumes en ese orden y de manera continuada da una idea muy buena de cómo evolucionó su música durante esos años, comenzando la era del jazz modal con el que nos ocupa y en la que los intérpretes podían empezar a alejarse de ciertas obligaciones en la improvisación. Quizá el origen de esta manera de tocar música surgiera de la banda sonora para la película francesa “Ascensor para el cadalso” en la que grabó los temas mientras visionaba la cinta, dejando hacer al resto de la banda mientras él los conducía a su terreno de armonías únicas.
De esta manera y sin ningún tipo de ensayo previo, sólo aportando algunos acordes de cada tema y con Miles interviniendo únicamente en lo que no se debía hacer, en la primera sesión del 2 de marzo de 1959 se grabaron en este orden “Freddie Freeloader”, “So What” y “Blue in green”. Lamentablemente en esta primera jornada no estuvo presente el fotógrafo oficial de Columbia, Don Hustein, que en la segunda sí sacó las famosas instantáneas de la grabación.
Pocas semanas después, el 22 de abril, se grabaron “Flamenco Sketches” y “All Blues”. Imposible elegir por dónde empezar y con cual quedarse embelesado eternamente escuchando el detalle de cada nota. A mí personalmente me parece algo propio de superhéroes (y miren que no me gusta encumbrar a nadie) que los componentes del grupo respondieran de la manera que lo hicieron, tirándose a la piscina de la improvisación, sin oportunidad de resolver un posible error (o al menos haciéndolo pero quedando grabado para la eternidad) y obteniendo a la primera, aunque con algunas entradas en falso, tales resultados. A mis oídos le suena absolutamente melódico y espontáneo, y para mí sólo con eso ya es apabullante y decisivo.
Poco nuevo se puede decir de los temas. Hay bastante escrito y se ha estudiado por muchos músicos qué ocurre en el transcurso de los mismos, habiendo sido destripados hasta la saciedad. Como este artículo es algo tan propio diré que, en contra de lo que muchos críticos indican (que el místico “So What” y el más que notable “All blues” son las dos joyas de la corona), a mí el que me toca por dentro revolviéndome las entrañas es “Blue in green”.
Quizá tenga algo que ver mi debilidad por Bill Evans, a quien se le atribuye su composición muy a pesar de lo que Miles renegó en su momento de ello. Es sin duda alguna mi balada favorita del género, cuya forma circular (Davis/Evans/Coltrane/Evans/Davis) permite pasar por tantos estados de ánimo como se desee, siempre envuelto en una plácida atmósfera agridulce difícil de definir. Miles dijo de él: “Puedes decir dónde empieza, pero no dónde acaba. Me gusta ese suspense porque no sólo suena bien sino que además es imprevisible”.
Hicieron falta cinco tomas para llegar al resultado final de este precioso y etéreo “Blue in green”. Aunque Bill Evans por primera vez en la sesión es quien dirige, Miles participa activamente en la duración y hasta que Paul Chambers no marca la estructura de la armonía y de los acordes del tema como él quiere, no termina de grabarse completamente. En mi opinión, junto a “Peace piece”, es en este tema donde queda patente el carácter más lánguido, sentimental y lírico Bill Evans; y es en él también donde, si se escucha a un volumen suficientemente alto, se puede advertir la resonancia perfecta del techo abovedado del estudio en que se grabó.
Cuando finalizó el tema, en las cintas originales se escucha al productor Irving Townsend murmurar: “Beautiful beautiful!”. Y es que no hay otro calificativo para esta composición donde no todo es tan simple como suena, aunque en él sí parezca estar todo más claro. La entrada que Miles hace tras la introducción de Bill Evans me emociona sobremanera todas y cada una de las veces que lo escucho. Son tres notas, pero qué tres notas adornadas por la sonoridad sin igual de la sordina Harmon que tanto tiempo usó en su trompeta. Para mí es una experiencia complicada de describir, repleta de matices románticos y melancólicos a la par que alegres y tristes a la vez, pero siempre directa y certera.
Ashley Kahn afirma en su publicación “La creación de una obra maestra” que “‘Blue in green’ es en expresión y construcción la única composición del álbum que roza el minimalismo más puro, y sin embargo posee una esencia de totalidad que maravilla”. Y yo añado, que “menos es más”. Siempre, y este tema es una prueba más.
El equipo: Bill Evans como capitán y polizón
Otra de mis razones para amar tanto este álbum es sin duda alguna el quinteto que acompañó a Miles Davis durante aquellas dos sesiones, que fue elegido adrede. Debían ser ellos y no otros. Tal era el conocimiento de lo que Miles quería grabar exactamente que incluso sobre la idea principal de que Bill Evans sería el pianista que necesitaba, decidió que Winton Kelly lo sustituyera en uno de los temas, “Freddie Freeloader”. El propio Jimmy Cobb ha relatado en innumerables ocasiones el conflicto de aquella tarde cuando ambos pianistas se encontraron en el estudio…
Miles reunió a músicos diferentes con estilos diferentes y que incluso contrastaban, pero la mezcla fue perfecta y funcionó en contra de lo que se podría pensar de inicio. Quizá porque confió en la honestidad musical de los mismos y en que serían capaces de adaptarse a las circunstancias que él pretendía para sus temas. Puede que el mejor ejemplo de esta amalgama aparentemente imposible sea el de haber puesto a tocar al alegre Cannoball (con un increíble sentido del blues muy enraizado en su saxo), junto al oscuro, siempre inspirado y de intenso torrente musical John Coltrane.
La sintonía entre los componentes se puede escuchar en general en el enlace ideal de la sección rítmica, con Paul Chambers al contrabajo y Jimmy Cobb a la batería. Y en particular en el inicio de “So What”, en el que piano y contrabajo mantienen una conversación irrepetible mientras te conducen a un camino lleno de misterio y misticismo que no se sabe muy bien dónde termina. El famoso toque al platillo de Jimmy Cobb que da inicio a la melodía principal es un espectáculo que eriza la piel y te mantiene en vilo durante los más de nueve minutos de duración.
Como no podía ser de otra manera dada mi debilidad por el pianista, creo que merece la pena dedicarle una mención especial a Bill Evans. Personalmente nunca he llegado a saber quién de los dos, Bill o Miles, resultan más decisivos en este álbum, porque los dos aportan cosas diferentes pero necesarias para el conjunto: la misma cantidad de calor y brillantez pero con matices muy heterogéneos.
A menudo imagino un “Kind of blue” capitaneado por un Bill Evans siendo capaz de interpretar y traducir lo indómito en la cabeza de Miles. Y a su vez como blanco polizón inesperado de participación decisiva en un barco dirigido por afroamericanos. Una de mis imágenes favoritas que desvela esta complicidad entre ambos es la captada por Don Hustein, tomada en la lejanía del inmenso estudio de calle 30, en la que se ve a ambos de pie, fumando y charlando quizá sobre la arquitectura de alguno de los dos temas que se grabaron ese día.
Una de las pruebas más evidentes de que el pianista estaba oficialmente implicado en esta grabación son las hermosas “liner notes” del álbum escritas por él y en las que realiza una aproximación muy bella, escueta y concreta sobre el significado de la improvisación musical, comparándola con un arte de la escritura japonesa en pergamino donde no hay margen para el error dada la delicadeza del papel:
“Existe un arte visual japonés en el que el artista está en la obligación de ser espontáneo. Debe pintar sobre un fino pergamino, con un pincel especial y pintura negra de acuarela, con el cuidado de que un brochazo forzado o interrumpido no destruya la línea o traspase el pergamino. No hay lugar para los borrones o los cambios. Estos artistas deben someterse a una disciplina específica: la de permitir que la idea se exprese a sí misma en comunicación con sus manos de forma tan directa que no pueda interferir la reflexión. Esta convicción de que la acción directa es la reflexión más llena de significado ha intervenido, en mi opinión, en la evolución de disciplinas extremadamente rígidas como son las del músico de jazz o del improvisador.”
Un grupo al fin y al cabo totalmente irrepetible que consiguió completar un álbum “preciso sin ser rígido” (Herbie Hancock dixit) y cuyos componentes fueron capaces de crear un ambiente afectivo, melancólico y cercano en el que se respira libertad musical y no hay miedo al error. Porque como bien decía Miles, “el error es parte de ello” (si no hay miedo hay libertad, añado). Sólo por atender a la indudable sintonía entre ellos merece la pena escuchar “Kind of blue” más de una vez, sumergirse en él y reflexionar sobre la inspiración superlativa que lo llevó a convertirse en uno de los álbumes más importantes de la historia.
La atmósfera: una iglesia para siete evangelistas
Y por último y no menos importante, otra de mis razones se trata del contexto y el entorno donde se grabó el álbum. Es cierto que transcurrió en una época en la que todo era favorable para la música en Estados Unidos: el jazz inundaba los medios, los clubes abundaban en Nueva York y la creatividad de ilustres como Mingus o Coleman empezaban a poner los puntos sobre las íes en el devenir del género. No obstante, crear una atmósfera como la de aquellos dos días para la grabación de los cinco temas fue un mérito que siempre me gusta reconocerle a Miles Davis cuando alguien intenta arrebatarle, no sin cierta razón, el protagonismo en algunas de las composiciones del álbum en favor de Bill Evans.
Como decía Cifu en un especial en RNE sobre “Kind of blue”: “esta grabación se trata del Nuevo Testamento del jazz; el “Antiguo” lo escribe Louis Armstrong en los años 30”. Y qué mejor lugar para una escritura sagrada que un entorno tan particular como una antigua iglesia ortodoxa. Columbia Records por aquellos tiempos estaba empezando a volcarse en el mundo televisivo a través de su sección CBS y trató de adaptar los estudios de grabación.
De esta manera y según el propio John Hammond (el productor musical que fuera socio de Barney Josephson en el Café Society), “la compañía perdía algunos de los mejores estudios de grabación que jamás hubieran existido”. La alternativa la encontraron en este enorme espacio diáfano: la iglesia ortodoxa reconvertida en el famoso estudio de la calle 30 de Columbia.
Aunque comenzó usándose para grabar música clásica sobre 1947, pronto los ingenieros y técnicos de sonido se dieron cuenta de las bondades del lugar, de que la reverberación natural sobre los techos altos y las paredes de madera podían aprovecharse para conferir a las grabaciones un toque de calidad e indiscutiblemente único. Los músicos que grabaron en él coinciden en que el sonido era exquisito, como si estuvieran sentados en la mejor butaca de un teatro durante un concierto en directo y pudieran oírlo completamente todo con una claridad sublime.
En “Kind of blue”, haciendo uso de un volumen adecuado también es posible sentir la peculiar calidad sonora de este templo de la música, y es que a la vista de las imágenes que se conservan de este enorme estudio resulta increíble que este pequeño grupo de seis músicos colocados estratégicamente por los técnicos de sonido junto a sus micros, pudieran grabar esta joya de álbum que suena tan fantásticamente bien. El lugar, el entorno, la esbeltez de los techos, las cortinas aún colgando de las paredes y la calidez de la madera que rodeaban aquel día al grupo contribuyeron también a ese espacio de libertad musical que Miles Davis consiguió crear.
Una atmósfera que también se vio favorecida por la buena relación del músico con el productor Irving Townsend. Tanto en las pausas entre las grabaciones de los temas así como en las falsas entradas se pueden escuchar breves intercambios de palabras entre ellos, cómplices y hasta a veces cómicas. Se nota que Miles se encuentra a gusto, como en familia, y quizá ese “buen rollo” fue transmitido de manera inconsciente al resto de miembros del grupo, quienes se adentraron en un espacio propio y libre con el que dieron origen a este particular álbum.
Hay innumerables anécdotas sobre este álbum y las dos sesiones, y les animo a empaparse de ellas en los libros de Ashley Kahn y Eric Nisenson dedicados en exclusiva al mismo. O en la biografía de Miles Davis que escribió Quincy Troupe. Merece la pena, como siempre, poner en contexto grabaciones de este tipo para llegar a comprenderlas mejor.
Es más que probable que este no sea para muchos el mejor álbum de jazz de la historia, y en este artículo no hay pretensión alguna de compararlo ya que se trata de una percepción personal que nadie ha podido cambiar hasta ahora (yo tampoco me dejo, esa es la verdad). Desde luego que muchos otros virtuosos han logrado hazañas sofisticadas e innegables musicalmente hablando, pero aun así me van a permitir que les recomiende tener al lado del Diccionario, ese libro que siempre debe haber en todas las casas, una copia del “Kind of blue” en el formato que deseen. Es justo y necesario. Un imprescindible o, como dicen ahora las generaciones más jóvenes, un “must have” que sólo se podría haber grabado en esa época, en ese contexto histórico y con ese equipo. Una proeza musical que sus oídos y sobre todo su corazón se lo agradecerán eternamente.
Referencias bibliográficas
- “Miles Davis y Kind of Blue. La creación de una obra maestra” – Ashley Kahn – Ed. ALBA Editorial
- “Miles. La autobiografía” – Quincy Troupe – Ed. ALBA Editorial
- “MilesStyle: The Fashion of Miles Davis” 5 mayo 2020 – Michael Stradford (Autor)
- “Miles por Miles” (recopilación de entrevistas) – Editado por Paul Maher Jr. & Michael K. Dorr
- “A Love Supreme y John Coltrane. La historia de un álbum emblemático” – Ashley Kahn – Ed. ALBA Editorial
Enhorabuena por este pedazo de artículo. Está claro que hay un antes y un después del “Kind of Blue”, pues se trata de un disco del cual emergieron una variedad de estilos y aproximaciones en el jazz: el estilo de improvisación de Miles, los acordes “So What” de Evans, la estructura circular y la licuidificación del tempo de “Blue in Green” (que exploraría Evans más adelante con LaFaro y Motian), la fusión de blues y cool jazz de “Freddie Freeloader” o “All Blues”, etc. Es increíble que estos músicos grabaran una obra maestra de tal envergadura y repercusión en el mundo de la música. Sin duda es un disco al que siempre volver y aprender algo nuevo.
¡Muchas gracias Gonzalo! Me alegro mucho que lo hayas disfrutado; yo le debía algo así a “Kind of blue” y a todos los músicos que participaron en la grabación. Personalmente a veces uno siente la necesidad de poner en negro sobre blanco todos esos sentimientos tan bonitos que se desprenden del álbum.