Fue hace unas semanas, bailando “Mack the knife” con mis hijos en el salón de casa mientras trataba de no partirme el cráneo contra uno de los juguetes que poblaban el suelo, cuando me abordó esa sensación tan extraña que en ocasiones lo inunda todo al desear que los demás compartan tus aficiones, o al menos que las entiendan y puedan llegar a sentir lo mismo que uno siente.
Esta vez una simple emoción derivó en la preocupación sobre la manera en que nosotros, adultos amantes de este género, podemos empezar a cultivar el gusto por el mismo en los más jóvenes. Es de inicio una tarea difícil porque se trata asimismo de un estilo en ocasiones enrevesado donde los patrones que necesita nuestro cerebro para simplificar las cosas y entenderlas, no existen.
O si existen, siguen unas pautas abstractas que incluso a los más estudiosos les cuesta explicar. Y puede que suene contradictorio cuando afirmo que quizá sea a través de esa soltura autónoma tan creativa en la que se basa el jazz, con la que se pueda ejercitar el gusto musical de los más pequeños, que son más libres que los adultos, no tienen complejos ni vicios adquiridos y tampoco estereotipos creados por todos nosotros, sus mayores, casi siempre tímidos, cohibidos y con los bolsillos repletos de clichés que hacen nuestra vidas más mediocres y menos originales de lo que siempre hemos esperado.
Al fin y al cabo el ideario musical de un niño es un libro por escribir donde todo cabe, y esa oportunidad es la que a mí, como padre, me gustaría aprovechar para ofrecerle y mostrarle lo bonita que puede llegar a ser esta música. Él debe ser y será el responsable cuando esté preparado para decidir si quiere seguir escuchándola o no… (fingers crossed).
Comentaba hace unos meses con los compañeros de Caravan mi caso particular y el agradecimiento sincero que le he profesado siempre a mis padres por haber hecho sonar en casa todo tipo de música, allí donde las videoconsolas y los netflixes nos sonaban a elementos de un paisaje futurista en el que los robots nos habrían ganado la batalla.
Recuerdo a Carlos Cano y a Rocío Jurado, a Charles Aznavour, a Michel Jackson y a The Beach Boys, a Mozart y Pavarotti, sonar en el esbelto Pioneer negro de cuatro módulos que mi padre atesoraba en un mueble bajo llave, lo que dejaba clara a mis manos imprudentes la importancia de lo que ahí dentro se cocía.
Y daba igual que fuera un vinilo, un CD o una cinta de cassette (también reproducía el malogrado formato laser-disc). Por los bafles oscuros a través de los que se veían vibrar sus membranas, las notas de todos esos músicos de estilos tan diferentes sembraron -quizá de manera inconsciente- mi gusto por un género tan especial como es el jazz. En aquellos momentos de mi infancia y juventud pienso que fue el crisol de sonidos a los que me exponía a diario lo que realmente alimentó mi futuro “yo musical” y mis preferencias a día de hoy.
Quizá por todo lo comentado anteriormente me sienta un poco en deuda conmigo mismo, y me haya creado la necesidad de transmitir la manera de disfrutar de este género en familia. Sirva este artículo como recomendación, muy personal y nada objetiva, de algunos temas relacionados con el jazz (y algo de soul y blues) que podrían tener cabida en su relación con los niños de la casa.
La percusión y el jazz vocal, el nuevo mundo para los más pequeños
Por experiencia con mis propios hijos, en las edades tempranas de nuestras vidas los elementos como la percusión, la improvisación de los cantantes o la utilización de algunos instrumentos de sonoridades particulares como el vibráfono o el nasal saxo soprano, son sin duda los que más atraen su atención.
Por ejemplo, uno de los grupos más longevos del jazz, “The modern jazz quartet”, tienen un álbum llamado “Fontessa” (Atlantic Records, 1956) donde el virtuoso Milt Jackson conduce las piezas a través del particular y llamativo vibráfono. Algunos de los grandes del género como John Coltrane y Wayne Shorter han utilizado con asiduidad el singular saxo soprano, relegado a menudo antes de que Coltrane lo introdujera en su estupendo “My favorite things” (Atlantic Records, 1956) por tener un sonido provocador que muchos no dudan en calificar como sucio y algo desafinado en los tonos agudos.
No obstante el scat es lo que consigue mantener a los niños más centrados en la música de este tipo, pues la mayor parte de las ocasiones es lo que más divertido les suena, invitándoles a entrar en el juego de tararear las melodías mientras reproducen este tipo de sonidos. Cantantes como Louis Armstrong, Ella Fitzgerald, Louis Prima o el excéntrico Cab Calloway fueron auténticos expertos en el desarrollo del mismo, una técnica de improvisación vocal en la que se cantan sílabas al azar, sin un sentido aparente, mientras se ejecuta una melodía.
Sin ir más lejos en la versión de “Mack the Knife” aparecida recientemente del álbum “Ella: The Lost Berlin Tapes” (Verve, 2020) hay un ejemplo estupendo para ofrecer a los pequeños: el tema comienza con un ritmo indiscutiblemente bailable y termina con un scat durante la imitación espontánea de la particular voz de Louis Armostrong por parte de la propia Ella. Una canción que no dejará indiferente a ningún miembro de la familia. Mención especial hablando de esta técnica vocal a “The Wildest!” (Capitol, 1956) de Louis Prima, donde los temas cargados de un humor incombustible y juegos de palabras acompañan a la eterna Keely Smith y al saxofonista Sam Butera en un álbum que es imposible escuchar una sola vez.
Por otro lado las imágenes que complementan a algunas obras, disponibles en abierto y que se pueden visualizar en plataformas como ´”Vevo” o “Youtube”, les resultarán muy llamativas a los niños de la familia. Aunque soy enemigo acérrimo del uso prolongado de pantallas en edades tempranas, sí es cierto que en ocasiones sirven de deliciosa guarnición a muchas interpretaciones.
Es aquí donde es posible adentrarse en el mundo infinito, y peligrosamente adictivo para ellos, de los dibujos animados: cantantes como Louis Prima han participado en las bandas sonoras de películas famosas como “El libro de la selva” (con el popular “I wanna be like you” poniendo voz al rey Loui, el orangután que gobierna entre monos una ciudad en ruinas), y Disney dispone de un catálogo amplio donde el jazz tiene presencia importante: “Los aristogatos”, “Tiana y el sapo” o la recientemente estrenada “Soul” con una banda sonora excepcional del premiado Jean Baptiste son algunas muestras.
Muy recordada incluso por los adultos es la adaptación a la gran pantalla de la obra “Rhapsody in Blue“, composición de George Gershwin para piano y banda de jazz, escrita en 1924, y con la que Disney le puso banda sonora a parte de la película “Fantasía 2000“. Para los más mayores igualmente hay propuestas en plataformas de vídeo, como las series “Treme” (HBO) en la que se narra la recuperación (también la musical) de Nueva Orleans tras el huracán Katrina, o “The Eddy” (Netflix), la bellísima historia del dueño de un local de jazz en París y cuya banda sonora es una auténtica gozada.
Esta última serie fue un proyecto de Damien Chazelle, director de cine conocido por las oscarizadas películas dedicadas al género “Wiplash” y “La La Land” que igualmente son recursos para edades más tardías.
Los clásicos y el ejemplo del antihéroe. La educación en valores
Algunas de las figuras más notables del jazz tienen temas e historias muy apropiadas sobre todo para los “ya-no-tan-niños”, pero en mi opinión siempre deberían complementarse de una explicación por parte de los adultos que los acompañan en su crecimiento.
Me refiero en concreto al relato de las vidas nada ejemplares y a su resurgimiento y recuperación posterior de intérpretes como John Coltrane, Miles Davis o Chet Baker. Nunca está de más dar a conocer el lado más humano de estos músicos, porque de ello se pueden sacar conclusiones muy importantes de cara a no encumbrarlos como héroes.
Por muchas maravillas estrafalarias y complicadas composiciones que un músico de jazz sea capaz de interpretar, nunca hay que abandonar el punto de vista general, aquel que nos muestra las debilidades, los vicios y los errores que el éxito les creó en sus días más felices.
Estas mentes privilegiadas con oídos extraterrestres fueron capaces de componer e interpretar temas con un trasfondo social importante, y es por ello por lo que que aparecen en este artículo. Si se repasa la historia del género se puede advertir que la defensa de los derechos humanos está presente en la mayor parte de la vida de los grandes del jazz: Duke Ellington con su suite “Black, brown and beige” (estrenada en el Carnegie Hall en 1953) fue una de las primeras piezas musicales que se centró en la historia y vida de la comunidad afroamericana, y rompió con la barrera racial de este espacio; John Coltrane con su escalofriante “Alabama” en memoria de las cuatro niñas asesinadas en un atentado racista, y la búsqueda introspectiva de “A love supreme”; Billie Holiday interpretando la lamentablemente necesaria “Strange fruit” escrita por Abel Meeropol en memoria de los Thomas Shipp y Abram Smith, dos afroamericanos linchados en 1930 por ser sospechosos de una violación que nunca cometieron; o el “Fables of Faubus” de Charles Mingus, donde se recriminan las actitudes racistas del gobernador de Arkansas, Orval E. Faubus, quien dio la orden a las fuerzas de seguridad de evitar la llegada de nueve estudiantes afroamericanos a la escuela de Little Rock.
Estos son sólo algunos modelos ejemplares del compromiso social del jazz contra la represión racial y la defensa de los derechos fundamentales que creo que es importante contar a las nuevas generaciones de hoy en día, cuando parece que ya estamos insensibilizados frente a problemas que aún siguen existiendo. ¡Qué importante y bonito es escuchar a Nina Simone y su canto a la libertad y a la lucha social!
Otro material interesante para ofrecer a nuestros adolescentes es el relacionado con los orígenes del jazz: sin duda alguna las músicas e historias nacidas de Nueva Orleans constituyen un material didáctico importante para entender la evolución del género y las razones de cómo se ha ido diversificando el mismo en la multitud de ramas que conforman un árbol plagado de sonidos muy reconocibles y bailables (la mayoría) con los que se puede disfrutar en familia. “Basin street blues”, “Tipitina” (más escorado al blues que al jazz), el famosísimo “When the saints go marching in”, además de la discografía inicial del padre de todo esto (el inigualable Louis Armstrong), forman parte ya de un ideario musical muy particular del jazz que merece la pena enseñar a nuestros pequeños.
Las actuaciones de las big bands y brass bands de la ciudad que vio nacer el género son por otra parte un bonito espectáculo visual que les mantendrá bien entretenidos al mismo tiempo que les abre nuevos horizontes musicales.
No quiero terminar este artículo sin hacer mención a la necesidad que tiene el mundo de la música en general y del jazz en particular de que nuestros hijos, sobrinos y nietos se aficionen a ella para no dejar que el género quede relegado al vicio de los nostálgicos del vinilo y de los años 50. Esa labor tan sana, en España, está encabezada por muchas escuelas que fomentan la creatividad en los niños y les ofrecen los recursos para desarrollarla en el ámbito de la música.
Recientemente hablaba de ello la compañera Raquel Rodríguez en su artículo “Tete Leal y el CAMM” en Caravanjazz.es. La ilusión con la que un chaval hace sonar por primera vez un instrumento es algo digno de ver y recordar, y sobre todo supone una oportunidad única para que el desarrollo personal e individual (y por supuesto el colectivo a través de las bandas de música) se vea beneficiado por algo tan bonito y sentimental como es el jazz.
Escuchar a Andrea Motis o Rita Payés (ambas formadas en la Sant Andreu Jazz Band de Joan Chamorro) es una demostración de que este tipo de escuelas funcionan y son necesarias, por servir de trampolín para que muchos jóvenes descubran sus habilidades ocultas. Sirva por tanto esta parte final del artículo para reclamar a los organismos públicos las ayudas económicas que hacen falta para el desarrollo de estos proyectos culturales tan necesarios a día de hoy.
Para finalizar, les comparto una “playlist” en la plataforma musical Spotify creada expresamente para este artículo, de casi 5 horas de duración actualizada de manera continua, y que espero les sirva a todos los miembros de su familia en estos tiempos tan extraños de pandemia para mover un poco el esqueleto con los ritmos de uno de los géneros más especiales de la música.
Nos falta cultura musical en general, me refiero en cuanto a educación. Salvo honrosas excepciones,( zona del levante peninsular)
Y si hablamos de Jazz , ya la cosa es casi anecdótica.
Una de las manifestaciones artísticas más importantes del siglo XX, sigue siendo poco menos que música de raros….
Me parece una idea genial el empezar por nuestro más cercano entorno, para intentar cambiar estas ideas preconcebidas.
La lista me parece genial, tiene de todo y muy asequible para todo aquel que quiera hacer una aproximación a esta fantástica música.
¡Gracias Francisco! Me alegro que lo hayas disfrutado, nos seguimos leyendo en Caravan 😉