La primera vez que asistí a un concierto de Cécile McLorin Salvant fue en 2016. La cantante formaba parte de un programa doble que el Lycée Français de Madrid organizaba en el marco de la primera edición de “Las Noches del Botánico”. La americana, de madre francesa y padre haitiano, actuaba en primer lugar, dando paso a continuación a otro de esos artistas que nadie debería perderse en directo: Ibrahim Maalouf.
Han pasado cinco años y Salvant ha vuelto al Botánico. Y de nuevo, en un estupendo programa doble en el que el pianista armenio Tigran Hamasyan ha sido el encargado de “calentar al ambiente”, para dar paso a la que sin duda ha sido la gran estrella de la noche y aún más, de toda la edición de este año (Wynton Marsalis mediante). Y es que la artista que esta semana ha dejado mudo al público con su tremendísima interpretación de “Alfonsina y el mar” (un clásico ya en su repertorio) y que incluso, se atrevió a versionar el “Todo es de color” de Lole y Manuel, ha vuelto a demostrar que pocas voces están a su altura en el mundo del jazz.
Resulta muy complicado no enamorarse de una voz que llena el escenario profunda y delicadamente, que Salvant proyecta hasta cada uno de los espectadores sin forzarla nunca, balanceándose entre temas propios, el “A dream is a wish your heart makes” de la Banda Sonora Original de “La Cenicienta” o “l’Ogresse”, otra película de animación en la que la cantante participa componiendo su banda sonora. Resulta casi imposible no caer rendido ante una artista que domina el escenario de forma espectacular, y que tiene tanta confianza en sí misma que es capaz de reconocer que se ha “olvidado” de la letra que sugiere el pie que le acaba de dar Sullivan Fortner al piano.
El de Nueva Orleans tiene una sólida carrera como sideman y colabora habitualmente con músicos como el vibrafonista Stefon Harris, el saxo Donald Harrison o el trompetista Roy Hargrove entre otros. Sin embargo yo os recomiendo que le deis una oportunidad a “Aria”, su disco de debut en 2015 para Impulse! Nos reconcilia con la tradición que nació en Congo Square hace más de dos siglos, sin renunciar a sonidos mucho más cercanos, con toques latinos e incluso, ibéricos. A su lado, escuchamos a una Salvant que se encuentra en el que probablemente es el mejor momento de su carrera, ese “sweet spot” de la que sabe que puede cantar cualquier cosa y cantarla siempre bien.
Decía sin embargo que el trío de Tigran Hamasyan fue el encargado de abrir el programa, llevando a Madrid muchos de los temas de su último álbum, “The Call Within”, uno de los trabajos más aclamados de 2020, lleno de notas graves y energía, pero también cantos oníricos que nos trasladan a su tierra natal. Acompañado por Evan Marien al bajo electrico y Arthur Hnatek a la batería, tal vez lo único que desentonó de un concierto más que notable, fue parte de una audiencia que desde luego no sabía qué era lo que se les “venía encima”.
Los que esperaban un “telonero cómodo” que sirviese para “hacer tiempo” mientras esperaban a Salvant, se encontraron con una descarga de tan alto voltaje, que a muchos les levantó de sus asientos para llevarles a deambular por la zona de perritos calientes y cervezas, a salvo de las disonancias eléctricas y los castillos barrocos que rompían una y otra vez la melodía principal de cada tema. Los que nos quedamos sentados en cambio, nos rompimos las manos de aplaudir. Porque si es verdad que aunque Hamasyan puede en ocasiones pecar de repetir ciertas ideas, el dramatismo a veces extremo en el que se zambulle, lo encontramos en muy pocos otros pianistas.
“Las Noches del Botánico” me dejan sensaciones sin embargo algo encontradas. A la programación, que sigue siendo de un nivel muy alto, se le han sumado nuevas zonas verdes, más espacio para descansar y una oferta gastronómica y de “mercadillo” más amplia. Pero a la vez, no podemos evitar pensar que ha perdido por completo ese aire de concierto de verano, para intentar convertirse en el primo lejano de eventos como el Mad Cool.
Los controles draconianos a la entrada con cacheo y la obligación de enseñar los llaveros a los guardias de seguridad, la imposibilidad de acceder al reciento si quiera con una botella de agua o el prohibir cualquier tipo de fotografía de una cierta calidad (solo los smartphones y las cámaras muy compactas estaban permitidas), le acercan más a esos eventos en los que la música es una excusa para todo lo demás, que el ingrediente principal de la fiesta.
Con todo, al calor de los casi 30 grados que sufrimos en Madrid las noches de julio, el poder disfrutar en la capital de conciertos de jazz bajo las estrellas sigue mereciendo mucho la pena. El año que viene, la organización nos promete concierto de Pat Metheny. Estaremos ahí para contarlo de nuevo.