Nunca me había planteado la posibilidad de poder reseñar un álbum nuevo de una estrella del jazz internacional que ya no estuviera entre nosotros. Es una sensación extraña escribir sobre una grabación reciente y nunca escuchada sobre alguien que ha fallecido… pero esta ocasión merecía la pena.
En los últimos años han visto la luz diversas grabaciones de estos artistas, que comenzaron a germinar a principios de siglo como lo hacen los tulipanes en las praderas holandesas (de manera abundante y espectacular) para mayor gloria y disfrute de los amantes del jazz de las décadas de los 50, 60 y 70. He de reconocer que estas publicaciones me sorprenden en la misma forma que generan en mí cierta sospecha, sobre todo por el tiempo que han pasado sin ver la luz, quizá escondidos en un armario polvoriento de cualquier discográfica, o a buen recaudo de familiares o productores que han esperado el momento exacto para sacarlo a la venta.
Parece que la industria discográfica ha encontrado un filón en nosotros, obsesivos coleccionistas de jazz grabado; como si se hubiesen conjurado para sacar cada año una estupenda colección de álbumes a los que añaden adjetivos que ahondan en nuestra fijación por este tipo de música, y que a su vez los envuelven en un halo de misterio y misticismo al que raras veces es posible resistirse: “el álbum perdido de John Coltrane” (“Both directions at once”), “el disco inédito de Monk” (“Palo Alto”), “el Santo Grial de Miles Davis” (“Rubberband”) y “las cintas perdidas de Ella” (“Ella in Berlin”) son estupendos ejemplos de cómo los estudiosos del marketing consiguen vendernos eso que quizá no nos haga tanta falta en nuestra colección (o sí), tratando de convencernos de que han descubierto auténticos tesoros escondidos bajo tierra, como si de arqueólogos en busca de faraones momificados se tratara.
Uno de esos álbumes ha visto la luz recientemente, cierto que sin tanto ornamento y parafernalia mística pero sí con bastante expectación por el contexto en el que se grabó y por su contenido. Hablamos de “Merci, Miles! Live at Vienne” (Rhino Records, 2021), del legendario trompetista de Illinois Miles Davis.
Se trata de la grabación de un concierto en directo que Miles dio en la ciudad francesa de Vienne en julio de 1991, en el marco de la última gira europea antes de su fallecimiento a finales de septiembre de ese mismo año. En ella estuvo acompañado por Jo Gelbard, pintora neoyorquina, quien relata en su libro “Miles and Jo: love story in blue” el paso de la pareja por Europa. Este disco se graba pocos días antes de que el gobierno francés lo nombrara Caballero de la Legión de Honor francesa, otorgado en reconocimiento a su pasión de sobra conocida por el país donde se enamoró de Juliette Grecó.
En el transcurso de esta gira se encontró a su amigo Quincy Jones en el afamado festival de Montreux, en la que sería una de las últimas apariciones públicas del trompetista y donde ya mostraba un aspecto físico caduco. También tocó en París en el concierto “Miles and friends”, donde a pesar de la reticencia del propio Miles a mirar hacia atrás en lo musical, interpretó temas de su época dorada junto a grandes compañeros como John McLaughlin, Chick Corea, Herbie Hancock o Wayne Shorter.
En esta ocasión se hizo acompañar del grupo habitual en sus últimos años en directo, “The Miles Davis Group”. Grupo que el propio Miles había reducido considerablemente a cinco personas de las diez con las que comenzó, formando algo similar a los equipos con los que grabó algunos de sus grandes éxitos décadas anteriores.
Ahí estuvieron el joven teclista Deron Johnson, quien acababa de ser contratado y que en el álbum comienza su participación de forma sencilla pero que avanza en el transcurso de los temas a un estilo muy reconocible en algunos grandes teclistas, como puede ser Zawinul. Como “lead bass” Joseph McCreary (Foley), apareciendo por todas partes e inundando sus temas con un instrumento afinado más alto. Richard Patterson, también al bajo, le sigue la corriente en la sección rítmica. Al saxo Kenny Garrett, con sus conocidos fraseos llenos de energía que complementan a la perfección este concierto tan eléctrico de Miles. Por último el baterista Ricky Wellman, que en ocasiones pasa hasta inadvertido por la potente influencia de los dos bajos.
La grabación ha resultado ser una auténtica caja de sorpresas que refuerza la filosofía musical más vanguardista de Miles Davis, rociando los temas con improvisaciones únicas pero en solos en ocasiones muy débiles, en los que se advierte al resto del grupo lanzar el salvavidas musical para sacar a flote al líder.
Aquí hay un poco de todo: música clásica, funk, rock, R&B, mucha improvisación y sobre todo un poso eléctrico que indiscutiblemente identifica el sonido de Miles como único e innovador. Da comienzo con Hannibal, tema compuesto por Marcus Miller para el álbum “Amandla”. Miles lo adorna al inicio en un solo disperso con notas que rebotan, acariciándolas nada más. Al poco se le une Kenny Garret en una actuación espectacular que levanta el tema de entre la nebulosa en la que Miles lo acababa de dejar. Miles, casi siempre de espaldas al público y mientras el saxo desarrolla el tema, introduce algunas notas casi imperceptibles en un teclado situado en el centro del escenario.
El segundo es un tema de 18 minutos ni más ni menos: el famoso “Human nature”, popularizado por Michael Jackson en el épico “Thriller”. Una interpretación que se estira para dar cabida a la que para mí es la actuación estelar del álbum, con todos y cada uno de los participantes dando lo mejor de sí: comenzando por dueto inicial entre Foley y Miles, el posterior entre el propio Foley y Garret, hasta la diversidad excelente de sonidos que es capaz de introducir el propio trompetista en el marco de un tema del conocido. Esas notas que antes salpicaban el primer tema, ahora suenan con fuerza evocando épocas doradas en torno a arreglos flamencos en “Sketches of Spain”, incluso en saltos inevitables hacia los sonidos de Charlie Parker y Dizzy Gillespie. El final del tema es una explosión eléctrica de la que Miles se despide con únicamente dos notas en pleno éxtasis del público, y que son la guinda a un entrante difícilmente superable para el tema en cuestión.
La otra parte reseñable del álbum es la participación indirecta de Prince en él, ya que incluye dos temas suyos compuestos para el propio Miles Davis. Es de sobra conocida la relación de amistad que mantuvieron sobre todo en los últimos años de vida del trompetista, y lo mucho que influyó en él la manera de mirar la música de Prince y viceversa. Corría el año 1985, en pleno auge del famosísimo “Purple rain”, cuando Prince se dirigió a Miles en estos términos, acompañando la misiva de una grabación: “Aunque nunca nos conocimos, puedo saber solo con escuchar tu música que tú y yo somos tan exactamente iguales, que sé que cualquier cosa que toques es lo que yo haría. Si esta cinta te parece útil, por favor graba lo que se te ocurra. Porque confío en lo que tocas y escuchas”.
Dos años más tarde subirían juntos al escenario en un concierto en Paisley Park (Minneapolis); fruto de esta admiración mutua nacieron los dos temas de Prince que incluye este álbum: un poderoso “Penetration” de 9 minutos con líneas de bajo muy marcadas y un erotismo inevitable. Tanto como imaginarse al propio Prince retorciendo la columna sobre el escenario al compás de las notas de Miles Davis. El otro tema es “Jailbait”, con un inicio a lo “Tutu” que podría haber sido compuesto por el mismísimo Marcus Miller, más relajado y dentro de unos márgenes más reconocibles del jazz. Esta vez con Deron Johnson demostrando de lo que es capaz a pesar de su juventud en un solo fantástico hacia la mitad del tema. Kenny Garret lo cierra con una parsimonia no muy habitual pero muy acorde al tono general del tema.
El álbum también incluye una versión del famoso “Time after time”, éxito de Cyndi Lauper en la radiofórmula internacional que incluso a día de hoy sigue sonando en muchas emisoras, además del movido “Wrinkle” y el “Amandla” de Marcus Miller en el que el grupo parece recomponerse una y otra vez tras entrar en momentos próximos a un silencio desconcertante. No se trata al fin y al cabo de uno de los mejores directos de Miles Davis, pero sí permite realizar un acercamiento muy real a sus últimos años musicales. Esos en los que los sonidos eléctricos cubrían todas las improvisaciones en un alarde de innovación muy poco habitual en el género jazzístico, y en el que Miles pareció adentrarse (para no salir nunca) desde la grabación de “In a silent way” en el año 1969.
Esta grabación se puede adquirir en la web de Rhino Records en formato CD y vinilo, y también está disponible en la mayor parte de plataformas musicales digitales. Las “liner notes” son del historiador musical Ashley Kahn, autor de libros como “Kind of Blue, la creación de una obra maestra” o “A love supreme, la historia de un álbum emblemático”.