Cachés

Petarlo o morir de hambre: cachés y condiciones laborales de los músicos

Los trabajos culturales animan a una implicación entusiasta como manera de evidenciar el valor (inmaterial) de la pasión de un trabajo creativo, intelectual o estético que punza. Pero simultáneamente, dicho entusiasmo participa en un proyecto de vulnerabilidad económica, sostenido en «unos cuantos ganan siempre y otros viven del entusiasmo y la vocación», justificando que se trabaje gratis o se pague por trabajar”. 

Remedios Zafra. “El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital”. 

En mi carrera como artista siempre he tocado con gente que tenía más experiencia que yo, así que mis compañeros me iban indicando cómo funcionaba el proceloso mundo de la música en directo. Tras doce años en el circuito de Madrid, visto y conocido el sector desde dentro, puedo corroborar que desde fuera uno ni se imagina la cantidad de malas prácticas, el valor escaso que se le concede a la música y a los músicos, y la dificultad de labrarse una carrera medianamente digna en este sector. 

Por eso, y a petición de Rudy, hoy escribo sobre los cachés y las condiciones laborales de los músicos cuando tocan en directo. Las actuaciones en directo, a grandes rasgos y sin especificar demasiado, se dividen entre: 

  • Actuaciones en festivales, ciclos, eventos privados, bien por contratación institucional (asociaciones, ayuntamientos, organismos etc) o por contratación privada (promotoras, productoras, etc). En este tipo de actuaciones, se ofrece y/o negocia un caché cerrado al conjunto o solista en cuestión, caché que suele incluir dietas, transporte, alojamiento, y por el que se factura, con su consiguiente deducción de IRPF y adición de IVA. La horquilla de los cachés varía muchísimo porque depende de infinidad de factores, demasiado complejos de detallar, pero, en general, un músico profesional cobra unos 100 – 125 euros (a descontar el IRPF) por uno de estos bolos. A partir de esa cantidad, entran en juego otras variables: nivel y calidad, trayectoria discográfica, premios y distinciones, comercialidad de la propuesta artística, prestigio (tanto del músico, como del proyecto, como del ciclo o festival en sí) etc, que mejoran este caché mínimo. 
  • Actuaciones en salas: hay muchas fórmulas. Salas que alquilan el espacio a los músicos para que den el concierto (los músicos pagan por tocar y luego recuperan o no esa inversión); otras que garantizan un fijo sin que importe cuántas entradas se vendan; otras en las que la formación cobra lo recaudado en taquilla tras restar el sueldo del técnico que pone la sala (entre 60 – 80 euros) e incluso otras que pagan a los músicos en función de un porcentaje de lo vendido en la barra, pero a esto solo suelen prestarse los músicos y formaciones muy amateurs que buscan curtirse en el escenario. También sé de sitios (conozco uno al menos) donde los músicos cobran un mínimo de 40 euros y se les permite pasar la gorra y recibir propinas con las que se redondea esa cantidad. 

En general, en un buen día (jueves, viernes o sábado), en una sala pequeña del centro de Madrid, un cuarteto que cobra por el número de entradas vendidas suele ganar, como mucho, 80 – 90 euros por músico. Esto en la era previrus. La reducción de los aforos a raíz de la pandemia ha forzado a las salas a ofrecer dos pases en cada convocatoria, sin que el caché de los músicos se duplicara. En un mal día, la mayoría de los 30 de los que consta un mes, esa cantidad queda lejos. 

Eso sí, tocar en una sala cuenta con al menos una ventaja: la comodidad. Todo se hace en negro: no se factura, no se realizan las odiosas gestiones administrativas, no se declara a Hacienda ni se cotiza a la Seguridad Social. Llegas, tocas, te dan lo que sea y una cerveza, y te vas a tu casa. Y chimpún. Mañana otra sala, otro bolo, otro repertorio, misma jugada. 

En el mundo de la música profesional, la precariedad prevalece sobre la dignidad laboral. Lo que en otros sectores nos escandaliza, aquí está asimilado como “normal”. Contratar y asegurar a los músicos, pagarles la comida y remunerarles justamente no se estila. Y además, muy pocos (MUY pocos, lo aseguro) logran afiliarse al RETA (régimen de autónomos) y reunir lo suficiente para abonar cada mes la cuota, dada la inestabilidad de sus ingresos.

Hace unos años circuló un vídeo con declaraciones de Richard Bona sobre el tema: 

Aunque culpar a las salas a mí me resulta demasiado simplista. 

La apuesta por la música en directo requiere muchos gastos por parte de una sala. Hay que invertir en backline y su mantenimiento, en equipo técnico (iluminación y sonido), hay que solicitar y pagar licencias y permisos específicos (nada sencillos de tramitar); hay que insonorizar y acondicionar el espacio, hay que contar con técnicos de sonido y hay que contratar la comunicación de la programación de la sala. Todos los que tenemos una empresa o somos autónomos conocemos la realidad administrativa y tributaria de este país. Esa realidad kafkiana hace prácticamente imposible que una sala asuma los contratos y las altas de los músicos que tocan en ella. Por eso, desde mi punto de vista, programar y remunerar dignamente a los músicos se convierte en una auténtica proeza. 

Además, la sala que programa también se la juega. Un programador puede llevar buenos espectáculos a su sala y aun así palmar pasta. 

¿Y saben? Culpar al público también es simplista.   

Y me explico. Al hablar de mi faceta musical, muchas personas suelen preguntarme: “eres cantante pero no vives de eso, ¿no?”

Es decir, el público general SABE que la música no da para vivir salvo contadísimas excepciones. Y sin embargo, he escuchado más de una vez que “cinco euros es mucha pasta para ir a ver a una banda que no conoces” o que “ir a conciertos solo vale la pena cuando te sabes las canciones”. 

Pero insisto en que tampoco procede culpar al público, porque al público se le educa. Y ese esfuerzo, esa labor de concienciar nos corresponde a todos: a los profesionales, a las salas, a los medios de comunicación y, en mayor medida, a las instituciones, cuya obligación consiste en otorgar espacio, cobertura, visibilidad y valor a la creación musical. Un deber que, lamentablemente, esas instituciones incumplen sin que existan visos de un compromiso real o efectivo, pese a la vacua palabrería y el politiqueo cutre. 

Cierro con una anécdota reciente. 

Hace poco me preguntó alguien: “¿y no te gustaría hacer un dúo con Tangana y petarlo?”

Lo preguntaba en serio. 

Y después de pensarlo un par de segundos, le respondí en serio: “Petarlo no es mi meta en la vida ni en la música. Yo quiero que mi música me guste a mí y sea coherente con quien yo soy. Pero esta sociedad no entiende ni aprecia que metas como la coherencia, la búsqueda de la autenticidad y la defensa de una identidad propia también tienen un valor. Quizá incluso tengan más valor que lo que hace Tangana”. 

Imagínense que un informático solo mereciera un sueldo y condiciones laborales dignas si su aspiración fuera convertirse en un Bill Gates o en un Zuckerberg. 

Pues eso nos pasa a los músicos. Condenados a petarlo o morir de hambre. 

1 comentario en «Petarlo o morir de hambre: cachés y condiciones laborales de los músicos»

  1. Me he leído el artículo y está bien explicada cuál es la situación en las condiciones del mundillo musical.
    Tengo que añadir que como informático y músico, he padecido precariedad y malas condiciones en ambas profesiones.
    Ahora bien, yo ya intuía donde me metía al elegir la música como profesión (sin contar la educación musical). Alguien cree que alguna vez la farándula va a tener mejores condiciones que cualquier otra profesión, y por qué debería ser así en cualquier caso?
    La farándula es lo que es. Si te lo curras mucho, eres bueno y tienes suerte podrás tener éxito y vivir de la música. Si no , pues te tocará o dedicarte a la enseñanza o buscarte una profesión «de verdad» en la que las conddiciones sean algo mejores y te permita sobrevivir económicamente.

    «esta sociedad no entiende ni aprecia que metas como la coherencia, la búsqueda de la autenticidad y la defensa de una identidad propia también tienen un valor. Quizá incluso tengan más valor que lo que hace Tangana»
    El problema no es C.Tangana ni lo que hace. El problema es el sistema de mercado capitalista en el que vivimos. Los bufones y cuentacuentos no PRODUCIMOS cosas que el mercado pueda vender, por regla general, así que de ahí el valor casi nulo de nuestro trabajo.

    Salud

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