John Coltrane - A Love Supreme

La honestidad musical de John Coltrane: “A Love Supreme, live in Seattle”

Cuando en 1964 John Coltrane se retiró durante semanas en el garaje de su vivienda de Dix Hills para parir su suite “A Love Supreme”, lo hizo a sabiendas de que no saldría de allí hasta que tuviera lo que realmente buscaba. Y así se lo hizo saber a su mujer, Alice Coltrane, cuando salió del encierro: “Apareció como Moisés bajando del Sinaí, parecía satisfecho del trabajo que había hecho tras pensar y repensar tanto su música. Me dijo: es la primera vez que lo tengo todo listo, tengo el proyecto sobre el papel y sé exactamente lo que quiero hacer en el estudio”. El 9 de diciembre de ese mismo año, John Coltrane se encerró en el estudio de Rudy Van Gelder en New Jersey junto a tres de los mejores músicos de la época y grabó, en un ambiente perfecto para los intérpretes, una de las mayores obras maestras del jazz.

A diferencia de otros números uno de las listas de ventas del género de los años 50 o 60, «A Love Supreme» nació con el espíritu de convertirse en lo que realmente es a día de hoy. En esta grabación John Coltrane desarrolló un diálogo con su propio dios, intenso y muy personal tras haber explorado la oscuridad que su yo más íntimo le había desvelado.

Pero sobre todo fue honesto consigo mismo, continuando en la cuerda floja de su tan criticada evolución y apuntando directamente a una nada musical en la que todo es posible. Sin red y hacia el vacío. Quizá sea uno de los discos que más he escuchado en mi vida, y aunque quizá sea algo dentro de la norma en los aficionados al jazz, bien es cierto que el álbum es merecedor de ello. Y seguiré haciéndolo tanto en esos momentos claves en los que sólo la música te proporciona respuestas, como en aquellos en donde el saxo desenfrenado de Coltrane o la batería despiadada de Elvin Jones abre mentes y corazones deseosos de libertad y paz.

Me encuentro con frecuencia en la situación de necesitar con ansia poner en contexto álbumes o temas que escucho de manera recurrente, rodearlo de toda la información sobre el mismo que esté a mi alcance. Ya me pasó con “Kind of Blue”, y a día de hoy mi biblioteca personal cuenta con más de una docena de publicaciones escritas y audiovisuales donde se dan diferentes puntos de vista sobre la obra, su marco histórico y se aporta valioso material gráfico para poder entrar de lleno en el momento exacto de la grabación, en lo que sentían y pensaban lo músicos y el resto de personal involucrado, desde productores e ingenieros de sonido hasta amigos y familiares.

Incluso he sentido siempre mucha curiosidad por el sonido de esos temas fuera del estudio, y aunque el material existente no es muy extenso en general, sí es suficiente para confirmar que el jazz no se trata de una música enlatada regida por patrones estrictos, sino que en cada una de las grabaciones que se hayan podido realizar en directo o como versiones del álbum o tema principal, el hilo conductor de los acordes principales se ve alterado, con mayor o menor acierto, convirtiéndolas en nuevas piezas únicas.

John Coltrane
John Coltrane (right) with McCoy Tyner at New Jersey’s Van Gelder studios in 1963, one day after the session that would become the newly unveiled Both Directions at Once.

Así ocurre con el álbum que nos ocupa, una gran revelación para los amantes de Coltrane y del jazz en general. Su valor es aún mayor precisamente debido a las pocas referencias existentes sobre grabaciones en vivo de esta suite, ya que hasta el momento sólo se sabía del “Live in Antibes”, grabado en julio de 1965 en el festival “Juan-Les-Pins Jazz Festival” de la localidad costera de Antibes, en Francia.

Ya en la reseña que realizó del concierto Ron Wynn para “All Music” dejaba claro el concepto y la dirección de “A Love Supreme”: “Aunque sigue siendo una música increíble y fundamental, también se percibe que el cambio estaba cerca y era inevitable”. Es probable que Coltrane y los otros tres componentes de su grupo (Elvin Jones, McCoy Tyner y Jimmy Garrison) tocaran parte de los temas en algunos clubes de norteamerica y giras europeas, pero lamentablemente hasta el día de hoy sólo conocemos dos: Antibes y este flamante, acrobático y honesto “Live in Seattle”, que es una verdadera hazaña musical en la que Coltrane no sólo no renuncia a sus principios, sino que los asienta en unos cimientos consistentes.

Su repercusión ha aflorado sentimientos encontrados en los aficionados del género, ya que es un álbum que vuelve a arrastrarte sin contemplaciones a unas décadas doradas pasadas en las que parece que se hizo si no el mejor jazz de la historia, sí puede que el más valorado. Volver tan atrás en pleno siglo XXI existiendo auténticos diamantes del jazz actual como Melissa Aldana, Julian Lage o Brad Mehldau a algunos les parece un atraso, un ataque hacia el género actual porque le resta importancia y dedicación a lo que ahora se produce.

Decía el periodista Antonio Muñoz Molina hace poco entre las páginas de El País y refiriéndose a este álbum, que “desde hace ya mucho tiempo, la actualidad del jazz suele suceder en el pasado”. Acertado para algunos, no tanto para otros, lo que sí es innegable es que este nuevo descubrimiento ha puesto de relieve lo enganchados que estamos las legiones de acólitos de Coltrane a su música. Y aunque honestamente pienso que el jazz actual tiene mucho que decir con grandes nombres propios que siguen dignificando y abonando el famoso árbol del género con músicas de cinco estrellas, es en su historia pasada que debemos esforzarnos en entender, en los personajes que la poblaron y en los lugares en los que interpretaron y vivieron, donde se encuentra esa semilla que tenemos que proteger para evitar la extinción de un género como es el jazz.

John Coltrane

Este “Live in Seattle” nos ha sorprendido a todos, aún más cuando hace relativamente poco tiempo del descubrimiento del “Both directions at once”, grabado dos años antes de este concierto y que tanto nos reveló sobre la dirección unívoca en la manera de hacer música de Coltrane y su cuarteto. Las cintas fueron descubiertas por el  saxofonista Steve Griggs y han sido restauradas por Impulse!. Imagino su reacción al escuchar esos sonidos tan reconocibles por primera vez y la emoción debió ser mayúscula. Grabado el 2 de octubre de 1965 en el club “The Penthouse” de Seattle con una grabadora Akai y dos micrófonos, la actuación fue capturada por el propio dueño del local y amigo personal de Coltrane, Joe Brazil. En esta ocasión la labor de los ingenieros de sonido ha sido dura ya que la grabación original tenía una calidad mejorable. 

Es un álbum de una honestidad apabullante, donde lo que se escucha nunca es lo que se espera, un nuevo viaje a lo desconocido con notas inmersas en un ánimo hacia una apertura mental y espiritual sin parangón que entra de lleno en el misticismo más ecléctico y personal. Tan real como un pellizco, y doloroso en algunos tramos de un free celestial de 55 minutos de duración que dejan sin aliento.

Ojo a los amantes del clásico grabado en estudio porque esto es mucho más salvaje, libre y distendido que el álbum original. Aparte de los componentes del cuarteto, aquí también podemos escuchar -cuando la percusión inhumana de Elvin Jones nos lo permite- a los saxofonistas Carlos Ward y Pharoah Sanders (leyenda viva del jazz) y a Donald Garrett al contrabajo y parece ser que al clarinete (hay algunas dudas en los estudiosos de Coltrane sobre esto último).

Y es que la percusión en este álbum sobresale por encima del resto de instrumentos, erigiéndose en protagonista absoluta a pesar de todo el viento metal que incorpora y complementa el tenor de Coltrane; la energía salvaje de Elvin utilizando en algunos tramos instrumentos africanos se impone a los soplos voraces para alcanzar ese éxtasis metálico del que es imposible salir.

La suite está interpretada en el mismo orden en la que fue concebida: comienza con un envolvente “Acknowledgement» de 21 minutos en el que en su parte intermedia, un espiral de notas inesperadas durante el solo extraterrestre de Coltrane se amalgaman con una percusión resuelta a la perfección y que dota al tema del sentimiento original con el que fue grabado.

Resolution” se inicia sin dar apenas respiro y transcurre durante 11 minutos de manera furiosa y extrovertida, desprendida de complejos y con momentos donde se llega casi a la posesión espiritual. No me extrañaría que alguien en aquella sala hubiera pensado en pedir ayuda a un exorcista. El tercer tema es un “Pursuance” donde Elvin vuelve a hacer de las suyas, con un Coltrane saltando con alaridos agudos fuera de sí.

Aquí hay una interpretación estremecedora y alarmante por momentos, sobre todo cuando uno intenta aproximarse a lo que ocurría en el interior de su cabeza para elegir un rumbo tan incomprensible a la par que exitoso. McCoy Tyner pone en la segunda parte del tema algo de normalidad, haciendo que los oídos descansen en la magia de su mano izquierda. Por último, “Psalm” pone el broche a la interpretación de esta suite crepitando en un espacio atemporal donde se abre el corazón más íntimo y revelador de Coltrane, un tema donde gime y solloza mirando al cielo, desarmado ante su propio dios.

Los temas están separados por breves interludios en los que Elvin y Garrison tratan de calmar la aguas para recuperar el aliento. Aunque ciertamente se quedan cortos tras cuatro interpretaciones verdaderamente extenuantes.

Este directo incita a la fe, a creer en Coltrane y en su dios. A hacerse devoto de su forma de entender la música, de sus conceptos y de su sensibilidad. ¿Quién sabe si en unos años aparecerán nuevas grabaciones de este tipo? Pondremos unas velas y oraremos a las deidades del jazz para que así sea…

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