GoGo Penguin

El pingüino mecánico

Estoy seguro que todos los que tuvieron la oportunidad de asistir el pasado 4 de febrero al concierto que GoGo Penguin dio en Madrid, coincidirá conmigo si digo que fue un auténtico «bolazo», uno de esas actuaciones de las que se sale pensando que la mejor música se vive y se disfruta en directo.

Los de Manchester trajeron a la Sala MON temas de su último álbum, «GoGo Penguin», el tercero de la banda para Blue Note, pero también algunas de sus composiciones para Gondwana Records, uno de los sellos que más olfato han demostrado tener en los últimos años para el nu-jazz y el jazz de vanguardia. El sello, fundado en 2008 por Matthew Halsall y Nat Birchall cuenta con nombres como los de Portico Quartet, Mammal Hands o Allysha Joy (por no hablar del propio Halsall) configurando junto con la de Londres, una de la escenas más interesantes del momento.

Formado originalmente en 2012 por Chris Illington (piano), Grant Rusell (contrabajo) y Rob Turner (batería), actualmente el único miembro que se mantiene «en su puesto» es Illington, toda vez Nick Blacka sustituyó a Russell en 2017 y Jon Scott a Roy Turner en plena pandemia.

Pero más allá de los cambios de los últimos años, el sonido de GoGo Penguin sigue siendo tan reconocible como en 2012: breakbeat y melodías minimalistas que destacan por el gran protagonismo del bajo en cada composición, inspirándose por supuesto en el jazz, pero también en otros estilos musicales como el trip-hop, la música electrónica, o la clásica.

GoGo Penguin

En este sentido, la música de GoGo Penguin puede recordar en ocasiones a «clasicazos» del jazz como el Esbjörn Svensson Trio, pero a la vez, se diluye en los loops de formaciones como Massive Attack, sin renunciar a referentes tan modernos en lo suyo como Shostakovich o Debussy.

Sus temas, salvo contadas excepciones, son «intercambiables», ya que no están pensados tanto para reconocer su individualidad, sino para crear texturas y atmósferas, de modo que cuando más se disfruta de este grupo es cuando tenemos la oportunidad de participar en una «escucha» completa, dejándonos llevar por el ir y venir de cada una de las composiciones y alejándonos un tanto de esa atención cerebral que es propia de determinados estilos dentro del jazz.

Y una vez más y aunque queremos huir de los tópicos, la música del grupo británico puede llegar a ser clasificada en ese creciente número de grupos de los que se afirma que hacen «jazz para millenials» (tal vez de forma algo despectiva), pero que en realidad, lo que hacen es empujar los límites del jazz para descubrir escenarios y panoramas nuevos. Si con eso consiguen conectar con nuevas audiencias, por mucho que pueda no agradar a la «policía del jazz», bienvenido sea.

Como se afirma en el blog de Gladys Palmera, «las piezas de GoGo Penguin funcionan como postales, registros del tiempo y de la emoción, capturas del vértigo, del desconcierto, de hermosos ejercicios de contemplación». Nosotros no podíamos estar más de acuerdo. Máxime si tenemos en cuenta que un concierto que duró poco más de dos horas, se pasó como un suspiro… como un intervalo de tiempo en el que todos los problemas se quedaron fuera de la sala y cuando volvimos habían desaparecido.

El final del concierto supone por lo tanto el despertarse de un sueño: uno en el que no sabemos exactamente qué es lo que ha pasado o cómo hemos llegado hasta ahí, pero con el convencimiento de que no podíamos haber disfrutado más de un viaje que ha sido espectacular.

1 comentario en «El pingüino mecánico»

Deja un comentario

Escribimos en Caravan