El 23 de octubre de 2001 se produjo un pequeño milagro…empresarial. Sobre el escenario del Apple Town Hall en Cupertino (California), Steve Jobs presentó un dispositivo que estaba llamado a convertirse en toda una revolución para la industria de la música: el iPod.
No era el primer reproductor de música digital de la historia y probablemente, tampoco era el mejor. Pero cumplía con una promesa: el permitir que los usuarios pudieran llevar consigo 1.000 canciones en el bolsillo. Aún más importante para la industria, junto con el iPod nacía la iTunes Store, que permitía a los usuarios adquirir canciones por 0,99 euros.
Hasta la llegada del iPod, los reproductores de música digital se encuadraban básicamente en dos categorías: los portátiles, asimilables al discman o el minidisc, que solo permitían almacenar unas decenas de canciones. Marcas como Rio, vendían reproductores MP3 de hasta 64 MB de capacidad de almacenamiento por un precio que no estaba demasiado lejos del iPod. Yo de hecho fue el orgulloso dueño de un Samsung Yep’, que contaba con 32 MB de memoria.

En el terreno de la calidad, destacaba el «Creative Nomad Jukebox«, el primer reproductor de música digital que incorporaba disco duro y que entre otras maravillas, tenía salidas RCA e incorporaba una de las mejores tarjetas de sonido del momento, la misma Soundblaster que llevaban algunos ordenadores. Su problema es que a un precio elevado, sumaba además un tamaño (superior al de un discman) que no favorecía precisamente la portabilidad y pese a tener su propia batería, no resultaba demasiado cómodo su uso fuera de casa.
Además y aunque ya existían tiendas en los que los usuarios podían comprar música digital, la experiencia estaba lejos de la comodidad y conveniencia que ofrecía Apple con iTunes por lo que al final, sumando todos estos factores, Steve Jobs convirtió al iPod de Apple no solo en un éxito tremendo de ventas sino en uno de los productos icónicos del siglo XX. Y no lo voy a negar, yo también fui un entusiasta. Pocos dispositivos electrónicos me han dado tantas alegrías como el iPod.

AAC, el formato que cambió la historia
Cuando el iPod llegó al mercado, lo hizo además con su propio formato de música digital: Advanced Audio Coding (AAC). Pensado para ser el sucesor del MP3, el AAC ofrecía mayor compresión que el anterior y una calidad de sonido muy similar.
Además de poder adquirir música de la iTunes Store, los usuarios podían importar la música de sus CDs utilizando también iTunes, pero el resultado era similar: la música se incorporaba apropiadamente convertida al formato apoyado por Apple. En el caso que tuviéramos música digital en otros formatos y quisiéramos reproducirlos en el iPod, este proceso de conversión era un «must», por mucha calidad sonora que se perdiera por el camino.
Por supuesto, para la inmensa mayoría de los usuarios esto no representaba ningún problema. Acostumbrados a escuchar música en MP3, en todo caso AAC suponía un ligero avance. A esto había que sumarle el hecho de que incluso si hubiésemos conseguido «hackear» el sistema para que el iPod hubiese podido reproducir música de más calidad, tampoco hubiese importado demasiado. La tarjeta de audio del reproductor portátil de Apple no daba para más. ¿Os acordáis cuando os hablaba de la importancia del DAC?
Y a fin de cuentas…¿a quién le importaba?

Pono, el barco de batalla de Neil Young
Aunque podríamos decir que prácticamente a nadie, sí que con el paso del tiempo algunas empresas llegarían a la conclusión de que si no se podía batir al iPod de Apple en el terreno de la popularidad y de la conveniencia, podría hacerse en el de la calidad.
La idea sin embargo, no acabó de cuajar. Los distintos reproductores Walkman que Sony iba lanzando al mercado, aunque mejoraban la calidad del iPod, solo obtuvieron un éxito relativo en mercados como Japón, un país que además de por el sushi, destaca por su elevado número de audiófilos.
Pero ningún otro caso evidenció la indiferencia que el público sentía ante la música de calidad, que con el estrepitoso fracaso que rodeó al lanzamiento del «Pono». Apadrinado por Neil Young, «Pono» se presentó en 2014 como un reproductor de música que apostaba por los mejores componentes disponibles en el mercado para la reproducción de audio.
Aunque permitía reproducir audio comprimido (MP3, AAC, etc.) su punto diferencial es que estaba orientado a la reproducción de archivos de audio de alta calidad y sin pérdida, que eran en los que se vendían a través de PonoMusic, la tienda on-line asociada al dispositivo promocionado por el cantante.
«Pono» inició su andadura en Kickstarter y no tardó en recaudar los 1,5 millones de dólares necesarios para financiar un reproductor que en su característica forma de «Toblerone» ofrecía 64 GB de almacenamiento interno y la capacidad de ampliarlo con tarjetas de memoria. Todo por un precio muy parecido al del dispositivo de Apple.
No funcionó. Dos años más tarde, PonoMusic cerraba sus puertas y en 2018 el propio Young certificaba la muerte de su proyecto, culpando a las casas discográficas de cobrar el triple por la descarga de un archivo lossless, con respecto a uno de audio comprimido. No fue la única causa. Para ese año, la mayoría de los usuarios se habían acostumbrado a escuchar música en su móvil y las ventas del propio iPod comenzaban a desplomarse.

Y ahora ¿qué?
Llegamos a 2022 y si hiciéramos una encuesta, la mayoría de los usuarios dirían que para escuchar música utilizan su smartphone. Año tras año, los nuevos modelos que se presentan apuestan por una mejor batería, un cámara más potente y materiales Premium, pero pocos, por no decir ninguno invierten en mejorar la calidad de su tarjeta de audio.
En estos momentos, ni siquiera un smartphone tan avanzado como puede ser el iPhone 13 Pro, es capaz de reproducir muchos de los formatos de música digital Hi-Fi más populares, como puede ser Wave. Esto provoca que incluso si contamos con los mejores auriculares y los archivos de audio digital más «perfectos» el resultado de nuestra escucha siga siendo un tanto decepcionante.
La culpa no es de Apple. Su business es vendernos teléfonos, no reproductores musicales. ¿Qué alternativas tenemos? Si realmente nos lo queremos tomar en serio, hacernos con un reproductor portátil de música digital. Y sí, algunos es verdad que pueden llegar a ser muy caros (por encima de los 1.000 euros), pero muchos otros son bastante asequibles.
Por menos de 200 euros podemos hacernos con reproductores de audio digital con DACs de última generación y una capacidad de almacenamiento de escándalo. No serán desde luego tan bonitos como nuestro teléfono móvil (de hecho tienden a ser más gruesos para albergar la tarjeta de sonido) y nos obligará a llevar con nosotros un dispositivo más…pero a veces para los jazzeros, este es el precio a pagar.