Es siempre emocionante revisitar los inicios, los primeros pasos, las primeras palabras de una gran historia. A veces, es cierto, puede ser un ejercicio fútil; pero otras resulta increíblemente revelador. Casi una década ha pasado ya desde que Sons of Kemet se presentaron al mundo con el maravilloso debut que supuso Burn (2013). Y es que esos primeros 40 segundos de su discografía revelaban absolutamente todo lo que estaba por venir.
Ese “All Will Surely Burn” que abría el disco era todo un manifiesto, un firme y ardiente puñetazo en la mesa. Esos tambores de guerra que preceden a una explosión de energía (entrada de la tuba) para rematar con la hipnosis melódica del saxo, encendieron una llama de tal intensidad, que no ha dejado de prender y calentar todo cuanto ha tocado por donde ha pasado durante todos estos años. Y esa llama, con cuatro discos ya, pasaba por Madrid el pasado 2 de marzo, presentando Black to the Future (2021).
Reivindicaba Juan Ramón Jiménez las raíces, y las alas, “pero alas que arraiguen y raíces que vuelen”. Y es que cuánto han volado las raíces del jazz, atravesando mares primero, tierra y cielos después, desde que emprendieron viaje esos primeros ritmos y voces africanas hacia el Caribe en barcos de esclavos, para enraizar con fuerza en Nueva Orleans , y después echar a volar ya de forma imparable: Chicago, Nueva York, California, resto del mundo. Hasta llegar a este efervescente Londres del S.XXI, donde en las manos de estos músicos del “nuevo jazz británico” de los que Sons of Kemet forman parte importante, estas raíces se manifiestan más africanas y reverenciales con los orígenes que nunca, siendo a la vez profundamente contemporáneas y mestizas.
Pero la noche empezaba con contratiempos, y es que las altas expectativas generadas por tener a este grupo de la primera división del jazz actual en Madrid, se vieron ligeramente defraudadas cuando al salir los músicos, no apareció Theon Cross por el escenario. La otra mitad del brillante tándem que forma con Shabaka Hutchings, y principal culpable de la edad dorada que vive la tuba como instrumento protagónico del jazz, no iba a estar esa noche. No habría bramidos ni estómagos vibrando con sus portentosos bajos. Y teniendo en cuenta que Sons of Kemet son un cuarteto donde dos de sus cuatro integrantes son percusionistas, la baja de Theon Cross era más que sensible. Shabaka estaba solo y sin ninguna red armónica ni melódica.
Pero donde otros abandonan, ellos continúan, y Shabaka se agranda, dando un paso al frente. Él es el chamán, y si hay público…debe haber ceremonia. Y es que hasta física es la transformación de Shabaka en el escenario: el espigado músico de aspecto y educación formal, y redondas gafas de pasta con las que solemos verle en redes sociales mientras practica dificultosos estudios clásicos al clarinete; desaparece por completo para ceder el espacio a un poderoso hechicero de étnicos y coloridos ropajes, más grande y musculado (con la ayuda de la luz y el sudor), dispuesto a llevar a todos los asistentes del ritual hacia una catarsis final a través de su música, y sobre todo, del baile.
Porque pocos compases necesitan Sons of Kemet para subir la temperatura de la sala y empezar a ejercer su poder ceremonial sobre el público, al que solo ya le queda dejarse llevar… y bailar. Y es que la propuesta es demoledora, y de inicio a fin la tormenta enérgica y musical pasa por encima de todos con su clásico arsenal, una fuerza creativa tan libre y desprejuiciada de límites y géneros que apabulla (o descoloca al despistado que se acerca a ellos por la mera etiqueta del jazz): tempos frenéticos, melodías ágiles y rítmicas, vitalidad sonora arrolladora, continuos y vigorosos diálogos de ritmos africanos y caribeños entre Tom Skinner y Eddie Hick. (Un Tom Skinner, cuyo nombre recientemente acapara titulares de revistas de rock, al haber sido reclutado por los radiohead Thom Yorke y Jonny Greenwood para su nuevo proyecto en formato trío: The Smile…casi nada).
Incluso cuando el saxo tenor descansa para dar paso al clarinete, no es para bajar el ritmo o encontrar una pausa, simplemente los decibelios dejan paso a juguetonas e hipnóticas melodías para que el baile no cese. Y es que la cuerda sobre la que transita su música no pierde nunca el delicado equilibro que hay entre la profundidad de su propuesta y la festividad de su ceremonia; entre la ligereza y sencillez de sus melodías y la riqueza y complejidad rítmica y formal; entre la reflexión, y el puro disfrute.
Avanzado el concierto, no quedan dudas ya en la sala del poder incendiario de su música, ni del mensaje. Porque sí, el fuego de Sons of Kemet, además, tiene voz (literal y literariamente cuando colaboran raperos o poetas como Joshua Idehen en sus discos; muda y metafórica esta noche). Y tiene mensaje. Y se alza esa voz con rabia, poderosa y furiosa, contra el racismo, contra los abusos, contra la injusticia (en Black to the Future, 2021), pero sobre todo por la cultura negra, por sus mujeres, por la memoria, por las historias y las raíces (en Your Queen is a Reptile, 2019). Y también …. porque sí. Por el placer de bailar, por el goce, por la vida.
Y apagada la última llama del bis, solo nos quedaba aplaudir. Tratar de coger aire, y agradecer la manifestación de generosidad y derroche físico a la que acabábamos de asistir. Y también, y sobre todo, de talento. Porque hace tiempo ya que el joven músico que se fogueaba en esa cantera de jazz londinense que es el taller “Tomorrow´s Warriors”, demuestra que domina la llama del jazz y del escenario como pocos. Y con noches así, solo nos queda rendirnos, y asumir, como indica el título prometido por él mismo de su aún nonato primer disco en solitario, que el guerrero se ha hecho mayor, y ya reclama su trono. Salve…King Shabaka.
Fotografías: Alejandro Sanz Fraile