The Road, de Zela Margossian Quintet: un disco reconfortante para estos tiempos difíciles

Dice el texto que acompaña a la edición digital del disco en Bandcamp que Zela Margossian creció en Beirut y que su infancia estuvo marcada por los conflictos que azotan la zona desde hace décadas. Su trabajo sin embargo parece permitirte asomarte a un mundo interior rico, luminoso, pacífico; también al de una personalidad que cuida en extremo el detalle. Tal vez un refugio frente a las inclemencias del mundo externo. Quizás no es casualidad que el tema que abre el disco se titule precisamente así (Refuge).

El último trabajo de Zela Margossian se titula The Road y es un álbum con un sonido equilibrado y delicado, para meditar, pero sin quedarse levitando en la ausencia de emociones, porque este es un disco que emociona.

El trabajo no destaca necesariamente por experimental, pero sí por el talento de generar un diálogo entre los instrumentos y por unos solos rítmicos capaces de mover fibras sensibles, de atraparte en ese caleidoscopio que parece activarse en el momento que una pieza da paso a otra sin poder parar de escuchar el disco entero, sin necesidad de saltarse ni un solo tema por excesivamente lento o por excesivamente machacón.   

A nivel musical la hibridación de líneas melódicas que hunden raíces en la herencia cultural en la que creció la artista – de origen armenio – con unos arreglos armónicos contemporáneos crean un sonido con personalidad propia y que de alguna manera conecta especialmente bien con un oído ya familiarizado con otras músicas híbridas como es el jazz flamenco.

Zela Margossian

El componente rítmico del disco es uno de los aspectos más cuidados. No solo por el nivel de elaboración que tienen todos los temas, sino por el uso de instrumentos poco convencionales en el jazz, como el cajón y el darbuka. Se crea así un sonido orgánico que, entrelazado con el sonido destellante de la batería de jazz, desarrolla una base rítmica fascinante que se complementa muy bien con el punteo del contrabajo y una forma de tocar el piano contundente y rotunda, que otorgan una fuerza y belleza especial a los temas. Así, por ejemplo, el solo de percusión y contrabajo del tema que da título al disco destaca por su detallismo, por la exquisitez y frescura con la que son capaces de generar expectación sobre cómo se va a resolver el tema.  

A nivel de vientos destaca la elaboración melódica a cargo principalmente del saxofón soprano, un instrumento que si bien es propiamente jazzístico, parece evocar en este trabajo en cierta manera al sonido del duduk o tsiranapogh armenio, en parte quizás, por la parcial coincidencia de registro que tienen ambos instrumentos, pero también por la forma de tocarlo, y ahí todo indica que la elección del instrumentista está muy estudiada. Esta evocación del duduk me parece especialmente notable en The Good that Exists, en el momento en el que se rompe con el ciclo rítmico y se da paso a la métrica libre en uno de los temas más luminosos del disco.

A nivel simbólico, este disco parece ser una celebración de la genialidad del ser humano y de la herencia cultural ancestral que cada uno llevamos dentro, estemos donde estemos. En este sentido no es un aspecto irrelevante que este álbum es un trabajo grabado íntegramente en Sydney (Australia); un producto del encuentro de culturas que han propiciado los movimientos migratorios hacia el nuevo mundo.

Este es el segundo disco del quinteto australiano liderado por Zela Margossian, el primero de la formación que forma parte del catálogo del sello discográfico estadounidense Ropeadope. Se ha publicado en febrero de este año.

El primer trabajo de Zela Margossian Quintet fue galardonado por el premio australiano ARIA en la categoría de mejor álbum de world music.

El quinteto lo forman Zela Margossian al piano, Alexander Inman-Hislop a la batería, Adem Yilmaz como percusionista a cargo de varios instrumentos, Jacques Emery al contrabajo y Stuart Vandegraaff al frente de los instrumentos de viento. Además del talento de la propia compositora y líder de banda, destaca la trayectoria de Stuart Vandegraaff por sus múltiples facetas y su formación en el terreno de la música clásica, música árabe (Máster en maqam árabe) y jazz, así como por incluir las flautas de caña (ney) entre los instrumentos que domina.

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