Llegaba el pasado mayo a Madrid, invadiendo la ciudad con su ambiente festivo y efervescente: calles y praderas se llenaban de verbenas, chotis, chalecos, boinas y mantillas… y música, mucha música. Pero al margen de la programación oficial, la agenda de los amantes del jazz, venía con fechas señaladas en rojo: Marta Sánchez, una ilustre madrileña, volvía a su ciudad natal para presentarnos su último trabajo: SAAM (Spanish American Art Museum).
Álbum, al igual que artista, perteneciente a dos mundos. O siendo más precisos, a un lugar fronterizo entre ambos: el mundo clásico de su formación, y el del jazz más contemporáneo; el mediterráneo de su cultura española de origen, y el de la cultura creativa norteamericana de la cual forma parte activa y protagónica. Porque, aunque nacida y criada en Madrid, hace más de una década que decidió establecerse en Nueva York.
Y aunque con sus primeras formaciones, ya empezaba a degustar el sabor del éxito en festivales y concursos; ha sido en la ciudad más ferozmente competitiva del planeta (y ni hablemos del mundo del jazz), donde el ansiado éxito pasea furtivamente por aceras plagadas de fracasos, donde Marta Sánchez ha escrito su nombre con letra firme y destacado con su enorme talento como compositora e intérprete. Pocos músicos pueden presumir, con cada nuevo trabajo, de unanimidad de crítica y alabanzas en medios especializados como Downbeat, The New York Times, o All About Jazz; y que sus discos ocupen las más altas posiciones en los rankings de los mejores álbumes del año.
Y con esa gran expectación, iniciaba en el Café Central el pasado 16 de mayo una corta pero intensa gira por nuestro país. Y lo hacía muy bien acompañada. Porque éste es otro de sus talentos, saber entender el poder de las alianzas. Y la verdad…Nueva York es buen lugar para hacer amigos: Ethan Iverson, Caleb Curtis, Camila Meza o Ambrose Akinmusire (sus notas repetidas -y su solo- en Mariví son una auténtica delicia) son buenos ejemplos de cómo la suma eleva el resultado. Y volviendo a Madrid, se presentaba al piano junto a Roberto Nieva (saxo alto -el 17 Caleb Curtis-), su inseparable Román Filiú (saxo tenor), Demian Cabaud (bajo) y Andrés Litwin (batería), formando un novedoso pero más que solvente quinteto.
Y tras sentarse al piano, necesita pocos compases su música para llevarnos a un mundo tan personal como atractivo: los primeros arpegios del piano de The Unconquered Vulnerable Areas hacen de puerta de entrada a un mundo de emociones, sensaciones y texturas por el cual transitarán todos los asistentes durante las siguientes casi dos horas.
Porque SAAM es el mundo de Marta, un mundo creado a partir de una intensa y profunda experiencia personal: la pérdida de una madre en plena pandemia, sin que, por encontrase en Nueva York, pudiera viajar a Madrid para despedirse. Y su mundo, es complejo, y profundo. Puede ser un mundo rugoso y áspero, y a la vez cercano y armónico. En él hay vulnerabilidad, fragilidad; pero también fortaleza, y dignidad. Hay misterio, extrañeza, e incomodidad, porque hay rabia y desesperación; y después calma, y paz. Hay pasajes llenos de frialdad, en su música y en su forma de tocar, que se ilumina con momentos de gran calidez, y esbozadas sonrisas de complicidad. Y hay, por encima de todo… equilibrio.
Porque qué mérito tiene transitar por esa frontera tan estrecha, y que todas las piezas encajen. Y llegar ahí por el camino contrario a la lógica, el de la experimentación. Su música está en continua búsqueda, transitando ese límite, donde suceden los hallazgos más valiosos, y donde también hay más riesgo de fracasar.
Pero las composiciones de Marta son un derroche de valentía, y de complejidad: cada secuencia armónica, cada exploración rítmica en continuo cambio, cada desarrollo temático y melódico en constante disonancia, es un salto al vacío de una funambulista que ha hecho del riesgo y la experimentación su forma de crear y expresarse.
Y clave para este resultado, es su formación habitual: el quinteto, optando por dos saxos (alto y tenor) frente a otras formaciones más clásicas con timbre y sonoridad diferentes (trompeta y saxo). Y es que no siempre fue así, y gran culpa de ello tiene un nombre habitual de la escena jazzística madrileña: Ariel Brínguez. Años atrás, una joven Marta, lideraba su música en formato trío.
Pero al conocer y emocionarse con el sonido del saxo de Ariel, abrazó las enormes posibilidades compositivas y sonoras de añadir otro instrumento melódico a su piano; y más tarde, doblando la apuesta, llegamos al quinteto con dos saxos que conocemos hoy: melodías orgánicas, diálogos constantes entre instrumentos, unísonos que se desdoblan en elegantes bailes disonantes para volver a abrazarse, y sofisticados ejercicios de contrapunto; componen su habitual paleta de recursos que hacen que no haya un solo minuto de su música sin interés compositivo (The Eternal Stillness es buen ejemplo de ello).
Destaca en su directo la interpretación de Mariví, momento con alta carga emotiva acompañado por la voz de Ángela Cervantes. Y es que, si la música de Marta funciona a la perfección en el lenguaje de la abstracción transmitiendo emociones y conceptos complejos, con este tema, opta por verbalizar sus sentimientos. ¿Y el resultado? …imposible no emocionarse y empatizar. Toda una oda a la generosidad y una última carta de agradecimiento al amor incondicional de una madre, que hace que a más de un espectador se le humedezca la mirada.
Porque su música es, también, empatía. Ese plano etéreo y difuso donde transcurre su mundo, y donde las emociones se disuelven, funciona, a su vez, como espejo. Un espejo donde se vierten una mirada íntima y experiencias profundamente personales; pero donde todos nos reflejamos, donde la individualidad se convierte en universalidad. Porque su temática es contemporánea. Sus emociones son las emociones de nuestro tiempo, del mundo en que nos ha tocado vivir, y que todos podemos identificar: sentimientos de angustia, rabia, incomprensión, dolor, pérdida; y ternura, compasión, amor, y agradecimiento, nos van atravesando al avanzar la actuación.
Y como si de una escenografía intencionadamente diseñada se tratara, las paredes y columnas del Café Central, participan de este embrujo. Los espejos que los recubren, testigos musicales de excepción, nos devuelven ecos del pasado, y con la música de Marta, aparecen en ellos las sombras y miradas de Brad Mehldau (jugando al mismo juego melódico con Joshua Redman), de Bill Evans, de Duke Ellington; y más en la profundidad… de Claude Debussy.
Y es que es, curiosamente, con este último, con el que más comparten, al menos en esencia, ambas pulsiones creativas y musicales: “El placer es la ley. No existe una teoría. Solo tienes que escuchar”. Son las palabras del compositor francés las que mejor nos revelan el secreto último de su música, el gran regalo de escuchar a Marta Sánchez: la emoción. Sumergirnos en su universo sonoro es sentir, es cruzar ese plano de equilibro, ese umbral, y pasar al otro lado del espejo, donde ni los hallazgos musicales ni los malabarismos teóricos tienen importancia.
No son el fin, son su medio para llegar a un universo impresionista donde todo es color, atmósfera y bruma, diseñado a brochazos y pinceladas por las teclas del piano, donde las tonalidades cromáticas, ambientes, y texturas, van modulando en gama e intensidad según transcurre su música. Cierren los ojos, cojan de la mano al sonido, y estén dispuestos a sentir. Es ahí donde reside el corazón de su música…a través del espejo.