Hace unas semanas, una persona que tan solo de forma muy ocasional había escuchado jazz, me consultó sobre qué concierto del Festival de Jazz de Madrid le podía recomendar de los que se programaban el 18 de noviembre, ya que ese era el único día que tenía disponible.
Tras consultar la agenda del festival, le animé a sacar entradas para el concierto de Billy Cobham, mientras que yo ese mismo día, disfrutaría del concierto de Steve Coleman. Y aunque luego esa persona me confesaría que el espectáculo de Cobham había sido sensacional, me quedé pensando en cuál de los conciertos que Jazz Madrid ha ofrecido este año hubiese podido recomendar a cualquier persona que, en sus mismas circunstancias, hubiese tenido una agenda mucho más despejada.
Unos días más tarde, y tras asistir al espectáculo de Cyrille Aimée, salí de dudas. La cantante francesa ofrece todo lo que puede esperar (y mucho más) a cualquier persona que se introduce en el jazz por primera vez, mientras que regala a los que ya llevan el grueso del festival a sus espaldas, un show redondo y en el que tal vez solo se echa en falta algo más de riesgo.
Invitada por el Festival de Jazz de Zaragoza, la artista ponía en Madrid punto y final a una intensa gira que le ha llevado a recorrer varias ciudades de nuestro país y llegaba a las tablas del Teatro Fernán Gómez con una banda sin estridencias (ni para bien ni para mal), formada por Laurent Colundre al piano, Yonatan Rosen a la batería, y Matteo Bortone al contrabajo y bajo eléctrico.
Con ese color de voz tan bonito y que le ha llevado a ganar entre otros el primer premio de interpretación vocal en Montreux o el Concurso Internacional de Jazz Vocal Sarah Vaughan, arrancaba su cita en la capital con “Petite Fleur”, standard de Sidney Bechet y que da nombre al disco que ha grabado junto a Adonis Rose y a la New Orleans Jazz Orchestra. A continuación y con ese castellano mestizo que le viene de una madre nacida en República Dominicana, tardaba menos de tres minutos en desplegar su desbordante personalidad: una de esas alegrías contagiosas que consiguen que te sientas bien durante la hora y media que dura el concierto.
Es verdad que no encontramos en la voz de Cyrille Aimée el virtuosismo de Cécile McLorin Salvant, la profundidad de Veronica Swift, la potencia de Dee Dee Bridgewater, o el terciopelo oscuro de Samara Joy. El timbre de la francesa ni llega a esos agudos que se recuerdan cuando uno vuelve a casa, ni transita por esos graves blueseros que llenan salas sin necesidad de ningún instrumento. Sin embargo, sí que hace algo como pocas: llenar de color y de matices delicados esas dos octavas y media en las que vuela ligera de equipaje, cantando con tanta naturalidad, que uno diría que no hace ningún esfuerzo… sino que esa esa su forma de estar en el mundo; una juguetona “joie de vivre” que nunca cansa.
En este deslizarse por el escenario, escuchamos temas de su nuevo disco (“I’ll be Seeing You”) grabado junto al guitarrista parisino Michael Valeanu, y en el que además de la canción que da título al disco, escuchamos otras como “Softly, as in a Morning Sunrise” o “Bye Bye BlackBird”, que combina con esa querencia que tiene por la música latina y que se traduce en una maravillosa adaptación del “Estrellitas y duendes” de Juan Luis Guerra, o en la melancólica “En el último trago” del famoso cantautor mexicano Leonel García.
También y como recordando esa etapa de su vida que la llegó a visitar casi semanalmente el “Smalls” en el Greenwich Village de Nueva York, nos cantó unos cuantos standards, casi siempre de una forma íntima y cercana. Y en esos momentos, en los que acababa abandonándose a largos minutos de scat, terminaba entregándose por completo sobre el escenario…incluso tal vez demasiado…porque si el concierto tal vez acabó discurriendo por el terreno de lo previsible, se debió en gran medida en que insistió una y otra vez en echar manos de un recurso del que no conviene abusar.
Por ese mismo motivo, sí que nos impresionó a todos cuando, utilizando una grabadora programable, comenzó a montar acordes vocales en distintas capas de sonido, convirtiendo finalmente sus cuerdas vocales en todos los instrumentos que podría precisar una banda para ofrecer un concierto completo y demostrando además, que las tablas que lleva tras una década en los escenarios, le permiten improvisar casi sin que se note.
Volviendo al inicio de esta crónica, merece la pena destacar que Cyrille Aimée acertó al ser capaz de ofrecer un estupendo concierto de “jazz para todos los públicos”, en el mejor de los sentidos: sencillo, pero lleno de color y encanto, además de con momentos que evidencian la tremenda calidad que atesora una de las mejores cantantes de su generación. Más que recomendable.
Fotografías: MedusaJazz