No ocurre todos los días que uno tenga la oportunidad de escuchar la voz de un preso en el corredor de la muerte. Y sin embargo, el pasado 25 de febrero, pude hacerlo dos veces. La voz de Keith LaMar sonó en primer lugar en uno de los espacios habilitados por el Círculo de Bellas Artes de Madrid, como la de un invitado más en una mesa redonda en torno a la inutilidad y la miseria del castigo más cruel. La segunda, apenas una hora más tarde, como protagonista del concierto «Freedom First«, acompañando al compositor y pianista Albert Marqués, la vocalista Erin Corine, el batería Marc Ayza y Darío Guibert al contrabajo.
No es fácil recuperarse de esa impresión. Me lo había advertido el propio Albert cuando tuve la oportunidad de charlar con él en el Café Central el día anterior. «Te cambia por completo» me dijo. Tenía razón.
La historia de Keith LaMar es a estas alturas, tristemente conocida. Nacido en un barrio de Cleveland, acabó en prisión a los 19 años por matar a un antiguo compañero drogadicto que le asaltó para intentar robarle los estupefacientes que vendía. En la cárcel que cumplía el castigo por ese homicidio, se produjo un motín que provocó nueve fallecidos. En el juicio que siguió a este motín, LaMar fue condenado a la pena capital por el asesinato de cinco de personas, pese que él siempre ha negado estas acusaciones. Lleva 28 años en el corredor de la muerte y si nada cambia, será ejecutado el próximo 16 de noviembre.
Entender esto y lo injusto del sistema penal estadounidense es lo más importante de un proyecto que además de como protesta política, nace como uno de los discos de jazz más especiales que he tenido la oportunidad de escuchar.
El primer disco desde el corredor de la muerte
Me cuenta Albert mientras hablamos sobre Keith, los motivos que le han llevado a ponerse de nuevo en huelga de hambre. «Tienes que entender que Keith molesta. Hace dos años sacó el primer disco desde el pabellón de la muerte y se publicó un artículo a doble página en el New York Times. En 2018 ganó un juicio en el que se falló que tenía derecho a hablar por teléfono o comunicarse por carta. Y son derechos que le quieren quitar. Por eso protesta y como mínimo, molesta».
Pero Keith hace mucho más que molestar. Cuando en el primer tema del disco «Calling All Souls» le escuchamos recitar «The music you are about to listen to comes out of the realm of the impossible, something that, in reality, should not have been doable. Whether or not I am successful in stopping these people from killing me, you are right now listening to my last will and testament, the embodiment of everything I’ve endured, learned, and conquered» te sientes necesariamente interpelado. Cuando lo escuchas en directo, te estremeces.
«En estos momentos no hay ningún recurso legal que pueda parar la ejecución de Keith. Tienes que demostrar que no hubo un juicio justo, que hubo irregularidades, que no se respetaron sus derechos constitucionales. Y eso abre la puerta a repetir el juicio» explica Albert, asegurando que aunque sabe que es difícil, no ha perdido la esperanza. «Mi sueño es volver aquí a Madrid, de gira con Keith en el escenario, recitando en directo su poesía» afirma.
Juntos, tal vez interpretando alguna pieza de John Coltrane, como esos «Aknowledgment» o «Alabama»que se incluyen en el disco y que han resultado decisivos para que LaMar pueda mantener un hilo de esperanza ante el futuro incierto que se presenta. Y es que como no se cansa de repetir cada vez que se lo preguntan, «John Coltrane me salvó la vida. Si no hubiera sido por ‘A Love Supreme’, estoy seguro de que me habría perdido. Lo escuché todos los días, y reconectaba algo en mí, cambió los circuitos de mi cerebro y me abrió de una manera que me permitió ver las cosas (sobre todo a mí mismo) a través de una lente más amplia. Necesitaba eso, para liberar mi mente, para seguir viviendo y respirando».
Activismo, música y libertad
Pregunto a Albert que supone trabajar durante dos años en un proyecto emocionalmente tan intenso como «Freedom First», la forma en la que le ha afectado y cómo se consigue mantener esa intensidad. Me habla de su otro trabajo. De su labor como educador social, lo que supone el trabajar en orfanatos, centros de menores, personas sin techo e incluso algunas que por distintas circunstancias, han acabado por quitarse la vida. «Desarrollas un cerebro que no es que no te afecten las cosas, porque si no te afectan te convierten en un robot y un monstruo, pero encuentras mecanismos para poder hacer este trabajo sin volverte loco, porque si te vuelves loco o te deprimes, entonces no puedes ayudar a nadie».
En realidad, prácticamente toda la carrera de Albert como compositor y pianista nace de ese compromiso social y ese saber mantener el equilibrio entre el músico y el activista. «Si activismo quiere decir que estás activo, lo compro. Que tienes iniciativa, que ves una injusticia y te activas y te movilizas y te despiertas, lo que sea. En este caso siempre he estado interesado en muchas temáticas de allí donde he vivido. Cataluña, París y Nueva York, siempre he estado involucrado en movimientos sociales y sindicales. Y en todos mis discos hay alguna pieza con carácter reivindicativo».
Me llama la atención sobre «Live in the South Bronx», un álbum grabado en un centro autogestionado de la que probablemente sea la zona más pobre, e históricamente peor vista de la ciudad de Nueva York y me habla del tema «Abraham Lincoln Brigade» que se incluye en el disco «Bulería Brooklyniana» y que conmemora el 80 aniversario del batallón Abraham Lincoln, una organización de voluntarios provenientes de Estados Unidos que integraron unidades de las Brigadas Internacionales en apoyo de la Segunda República Española durante la Guerra Civil.
«Cuando no tienes un mañana, tienes que improvisar»
También de «Jazz is Working Class» un tema con el que explica que a pesar de que el jazz del siglo XXI se ha convertido en la música clásica estadounidense, hoy en día sigue siendo más necesario que nunca reivindicar su clase social.»No se puede entender esta música, su energía, su violencia, la sola idea de la improvisación, si no se entiende su origen. Keith siempre dice que tiene mucho sentido que fueran los esclavos y los descendientes de los esclavos los que hicieran una música improvisada. Cuando no tienes un mañana, lo único que te queda es la improvisación».
De alguna forma, continúa, «hablar de jazz y olvidarse del sufrimiento del pueblo afroamericano, es como hablar de flamenco y no recordar o hablar de la marginalidad del mundo gitano». «Es fascinante, casi una venganza histórica, que sean precisamente aquellos más marginados, maltratados en España y Estados Unidos, los que han creados sus músicas más características y apreciadas internacionalmente de estos dos países», remata.
Eso nos lleva de cabeza a discutir sobre el papel que juega ahora el jazz en la sociedad americana y cómo de alguna manera, también en su propia música, la población afroamericana se está viendo marginada.»El interés de la población negra estadounidense en el jazz es menor que nunca. Y la cantidad de músicos negros tocando en Estados Unidos es la menor de la historia. Hay poquísimos» me confiesa ante mi sorpresa.
«En cualquier departamento de jazz de cualquier universidad estadounidense, en Berklee…mira que porcentaje de estudiantes negros existe. Es bajísimo» asegura. Hablamos de cómo el jazz se ha convertido en una cuestión de clase. De que cómo, cuando el academicismo entró en el mundo del jazz en los años 80 y 90, se perdió casi por completo el improvisar en la calle o el aprender en las jam sessions. «¿Cuántas personas y qué personas pueden permitirse gastarse 45.000 euros año en un centro como Berkeley? La educación jazzística se ha convertido en el mayor negocio del jazz. Ben Monder (The Bad Plus) me contaba que el dinero que mueve el mundo académico relacionado con el jazz es diez o veinte veces más grande que el que mueven todos los clubs de jazz y todos los festivales unidos. Entonces está claro que hay una cuestión de clase»
Y no es el único problema. Coincidimos en que el academicismo homogeneiza el sonido. «Aprendes a tocar Bebop porque un profesor te dice que tienes que hacer los deberes, que te tienes que aprender los temas de John Coltrane. Pero creo que todo esto te cambia el cerebro, porque no solo es importante el aprender, sino la forma en cómo se aprende» afirma. Y desde luego, que es un debate complicado. «Que en Estados Unidos Duke Ellington o Miles Davis estén en las esferas más altas de ese academicismo, como está Mozart, es un reconocimiento antirracista y es justo valorarlo».
«Mi verdad será inmortal»
Volvemos a hablar de Keith LaMar y su disco. De lo complicado que ha sido grabarlo. «Durante la época de la pandemia no había visitas. Hubo un sistema de videoconferencia muy cutre, nada que ver con Zoom o Skype. No podéis imaginar lo difícil que es la parte logística de este proyecto. Ha sido un rompecabezas, muy, muy difícil. Estuvimos quizás dos o tres semanas ensayando por teléfono. Desde el principio no quería hacer algo por Keith lo quería hacer con él».
Ha surgido una gran amistad a partir de este proyecto. Y desde luego que a Keith, le ha cambiado la vida. «Él siempre me dice que estos dos años han sido los mejores de su vida. Es que ha estado 30 años hablando con las paredes. Entonces, dice, pase lo que pase, por primera vez será escuchada mi versión de los hechos. Mi verdad será inmortal y estará ahí fuera para siempre».
Terminamos la conversación y al día siguiente escucho a Keith LaMar y veo a Albert Marqués en directo. Me acuerdo de sus palabras en el Café Central, cuando me dice: «Yo espero que la gente de aquí se acuerde, descubra, sea educada en que esta música no es tan sólo un entretenimiento para nosotros en el siglo XXI en la sociedad blanca europea. Que su origen aún resuena en lo que hacemos ahora. Que reflexionen sobre lo que ocurre en su cerebro cuando alguien les habla desde el corredor de la muerte».