Es hombre silencioso. Habla desde el susurro, con modestia y humildad. Y del mismo modo, sin reclamarlo ni levantar la voz, el nombre de Tord Gustavsen (Oslo, 1970) no ha dejado de crecer en intensidad y resonar con fuerza hasta convertirse en uno de los estandartes del jazz europeo. Ese que encuentra en los países nórdicos su particular e idílica atalaya poética donde reinterpretar el lenguaje jazzístico de manera íntima y reflexiva. Y lejos de apaciguarse, precisamente en estas últimas semanas, su nombre ha vuelto a ocupar titulares y estar de plena actualidad.
A la extensa gira de presentación del maravilloso “Opening” (2022), en la que sigue inmerso y cosechando críticas favorables por escenarios de medio mundo, y que incluyó parada en el Auditorio Nacional de Madrid a principios de año; se le suma un nuevo lanzamiento, el recomendable “Villfarande barn” (2023), álbum de un novedoso trío noruego, en el que con percutivas y etéreas notas, esta vez sin ejercer de líder, acompaña a la voz de Kim Rysstad en un delicado viaje por canciones de la cultura escandinava, junto a un trompetista con el que, sin duda, comparte lenguaje expresivo y sensibilidad: Arve Henriksen, cuyo original sonido lleno de aire y timbre aflautado le hacen inconfundible. Disco prácticamente fuera de los límites del jazz, pero con el que los curiosos, se llevarán un regalo, repleto de espiritualidad, más que placentero.
Y a esta novedad discográfica se le suma una importante efeméride: el pasado 17 de marzo se cumplía el 20 aniversario del lanzamiento de su primer disco como líder, el siempre revisitable “Changing Plance” (2003). Él mismo lo celebraba con emotividad en entrevistas y redes sociales, y recordaba algunos de los momentos que rodearon la creación del álbum: el proceso compositivo de alguno de los temas en hoteles y ciudades de gira (‘Deep as Love’ en Wolfsburgo, ‘Where Breathing Starts’ en Colonia); el primer encuentro en el local de ensayo con su inseparable batería Jarle Vespestad -“qué experiencia tan formativa, qué momento tan decisivo en mi vida”-; las grabaciones en los Rainbow Studios de Oslo; el casual visita, una semana después, de Mandred Eicher por Oslo y el estudio, en la que Jan Erik Kongshaug , el ingeniero de sonido, decidió con osadía (y sin permiso) compartirle algunos temas de la grabación; la posterior entusiasta llamada telefónica de Manfred queriendo publicar su música; su apoyo y su inspiradora personalidad; el sentimiento de haber encontrado algo “bello y honesto”; el inicio de una vida de vuelos, aeropuertos, hoteles, y escenarios, que continúa hasta hoy; las primeras críticas horribles; y sobre todo, un sentimiento de gratitud a lo vivido y a las personas que lo hicieron posible y lo han ido acompañando durante estos 20 años –“¡qúe viaje ha sido desde entonces!”. Recuerdos y emociones nostálgicas de Gustavsen, que reflejan la importancia que supuso el lanzamiento. Sin duda, un álbum seminal en su concepción musical, e imprescindible en su discografía. A día de hoy, ECM Records sigue presumiendo de disco y del que fue el lanzamiento debut más vendido de la década.
Su música, en alguna ocasión, me ha recordado unas palabras que leí hace años a James Rhodes, en las que contaba la enorme revelación que le supuso escuchar a su profesor afirmar que si quería saber si alguien era buen músico, le pidiera que tocara un adagio de Mozart, en contra de la creencia generalizada de identificar velocidad con virtuosismo, y lo rápido con lo bueno. Y cómo es mucho más difícil tocar una pieza lenta que una rápida en el piano: un studio presto de Chopin, sonando impresionante en las salas de conciertos, no deja de ser un problema resoluble mediante la apropiada elección de digitación, y las debidas horas de práctica hasta que los dedos mecanizan el trabajo por sí mismos.
En la pieza lenta, en cambio, todo importa: la claridad de la melodía, la sutileza de la mano izquierda que la acompaña, el equilibrio de intensidad con cada pulsación (“tan frágil que dos gramos adicionales de presión de un dedo pueden destruirlo todo”), el pedaleo, la unión de las notas consecutivas mediante dedos superpuestos, los espacios donde todo respira, etc. Todo importa, todo es relevante, todo produce un profundo impacto en el resultado final, explicaba Rhodes.
Y se me ocurren pocos mejores argumentos para reafirmar estas reflexiones sobre el poder de los tempos lentos que la música de Tord Gustavsen. Bucear por su discografía es sumergirse en frías y cristalinas aguas, donde todos y cada uno de los pocos elementos que componen ese hábitat, existen casi para no existir. Existen para servir al silencio, a una belleza radicalmente desnuda y honesta; y sobre todo, a una emoción intensa, pero sosegada. Un mundo de texturas y tonos profundos, lleno de sensibilidad y originalidad, creado por melodías intimistas y bucólicas; música llena de lírica, sofisticada y elegante. Y si se profundiza, se hallará, tras el aliento poético, significado. Se hallará mística, espiritualidad.
Pero no se equivoquen, que su música navegue por aguas pausadas, no la hace sencilla, ni uniforme, ni mucho menos aburrida. Su música es compleja, rica en matices, y de referencias de lo más variadas. Incluso en sus formaciones, no ha dejado nunca de experimentar (tríos, cuartetos, quintetos, ensembles), incluyendo voces, poetas, saxos -emulando el cuarteto nórdico de Keith Jarrett, una de sus mayores influencias-; incluso abrazando la experimentación electrónica y los sintetizadores; y demostrando que cada una de estas vías de expresión no son nunca suficientes para saciar sus capacidades e inquietudes artísticas.
Recordando el citado concierto de Madrid, sólo en la interpretación de la primera pieza, asistimos a una avasalladora demostración de la riqueza y complejidad de su música: un medley de 28 minutos de duración, inolvidable para todos los asistentes, en el que atravesamos uno a uno los distintos vértices que definen su música, revelándose todas y cada una de sus fuentes y filias estilísticas.
Unas primeras notas de piano esbozan una serie de acordes de sonoridad árabe, que dan paso a tímidas melodías herederas del romanticismo de Satie; para desembocar en la sutileza de “Findings II”; para después enlazar con Bach y los bellísimos acordes de “Jesu, meine Freude / Jesus, det eneste”, donde clasicismo y misterio se funden. Posteriormente, Bach se disuelve con melodías del folclore escandinavo que sirven de base a los primeros momentos de improvisación y explosión creativa; para después, volver a la calma del último álbum con ese derroche de clase que es “Re-Opening”. A continuación, cambiábamos de tono con “Ritual”, tema de carácter oscuro, rugoso y experimental, fruto del uso de complementos electrónicos en piano y bajo. Y aún sin darnos un respiro, acabar con la interpretación de “Graceful Touch”, una de las razones que explican el enorme éxito que tuvo ese primer álbum hace 20 años, un tema de una delicadeza y elegancia, y poseedor de un swing, que invita irresistiblemente al público a bailar ligeramente en sus asientos.
28 minutos de música ininterrumpida. 28 minutos de contención de la respiración del público. De emoción, de sumersión en un mundo plagado de belleza. De placer, de bienestar. Una experiencia sonora, en la que todas sus influencias y claves musicales cristalizan creando un todo homogéneo y cohesionado: himnos populares del folclore nórdico, tradición clásica, romanticismo, cool-jazz, minimalismo, improvisación, blues, swing, música sacra, y experimentación electrónica (el momento sonoro en que Steinar Raknes silbaba agachado directamente en la caja de resonancia de su contrabajo la bellísima melodía noruega de “Ingen vinner frem til den evige ro”, creando una atmósfera casi feérica en toda la sala, fue realmente asombroso. Pura magia). Todo ello, agitado, mezclado, y servido en bandeja en los oídos del público para su deleite.
Y es que su música es, sobre todo, honestidad. No solo estilística, permanentemente alejada de cualquier moda o estilo dominante, sino también humana, biográfica.
Una vida destilada a través de su música, por la que se vio atraído desde muy joven, desde que a los 4 años empezara a tocar el piano, componiendo e improvisando incluso antes de aprender a leer música; y sobre todo, a partir de su participación en los coros de la iglesia luterana a la que pertenecía, donde conoce la música sacra y los cantos religiosos, que le llevarán de manera natural a interesarse por el góspel norteamericano, y de ahí pasar al blues y al jazz. Esos orígenes, junto con el contacto con la música tradicional y el folclore de su tierra natal, nunca han dejado de estar presentes y siguen marcándolo como pianista – “Necesito conectarme profundamente con mis propias raíces musicales, con los himnos, espirituales y canciones de cuna que se cantaban en nuestra casa cuando era pequeño. Cada vez que me conecto con esas raíces, puedo ser inventivo, componer y acercarme a la creación musical abstracta”
En esa época, además, un trágico accidente en el que varios parientes cercanos perdieron la vida, supuso un duro golpe, y su necesidad musical se profundizó, reflejándose en su música una espiritualidad más que notoria y una manera casi mística de abordarla –“Necesitaba crear música que realmente me nutriera y reconfortara, música que abriera el paisaje sonoro en lugar de cerrarlo con una especie de teología banal”.
Y si sus cualidades como compositor quedan demostradas con su discografía, Tord Gustavsen es, además, un gran improvisador, demostrando su destreza técnica sobre el piano, con imaginativas soluciones y gran versatilidad. Y es precisamente a este concepto al que ha dedicado toda su vida profesional, dentro y fuera de los escenarios. Porque al margen de sus estudios musicales de jazz en el Conservatorio de Trondheim, es graduado en psicología por la Universidad de Oslo; parte de su vida que ha dedicado con la misma intensidad y pasión al concepto de la improvisación, y más concretamente, al estudio de las significaciones psicológicas de fenomenología de la improvisación en el jazz. Como resultado, sus numerosos ensayos e investigaciones cristalizan en una tesis doctoral titulada “Improvisasjonens dialektiske utfordringer”, y en un alabado ensayo en inglés “The Dialectical Eroticism of Improvisation”, basado en la teoría de la psicología dialéctica de los autores Helm Stierlin y Anne-Lise Lovlie Schibbye. Oro puro para completistas y musicófagos.
Acababa el concierto del Auditorio con la interpretación de “Helenburg Tango”, un tema de una inmensa hermosura, con un tempo lento, pesado, y con una bella y profunda melodía tocada con arco por un bajo electrificado, que nos regaló un último viaje emocional. Se podían cerrar los ojos y sentirse en fríos mares del norte y paisajes de hielo, bailando con viento y ballenas. Una sensación tan placentera y cálida, con la que, al fin, entendimos el mensaje, la valiosa lección.
En una sociedad de pensamiento urgente, sobreinformada, sobreestimulada, condicionada por la prisa y la ansiedad de la inmediatez, donde todo se precipita a gran velocidad; la música de Tord Gustaven es uno de esos milagros que nada a contracorriente, que se revela contra esa vida que transcurre atropellando los días. Todo un elogio a la lentitud, al valor de la sencillez. A parar el tiempo. Y también una invitación, a focalizarnos en lo esencial, a tocar las pocas notas importantes, a eliminar el exceso de ruido de nuestras vidas. A la pausa, a la reflexión, a la contemplación.
Abstenerse de entrar en su música los amantes de la adrenalina, de los excesos, del mensaje inmediato. Por contra, los dispuestos a compartir su pulso poético, a parar el tiempo, a respirar, a simplemente escuchar; encontrarán en su música un mundo de emociones profundas que les conmoverá. Suena “The Ground” mientras escribo estas palabras. Y experimento paz, ternura, incluso algo muy cercano a lo que llaman felicidad. Pruébenlo. Nadie saldrá defraudado. Abran la puerta a su música. Abran la puerta al silencio.
Fotografías: Alejandro Sanz Fraile
Sin duda que cada quien tiene una perspectiva propia y diferente sobtre la música que nos ocupa. Ciertamente me he ido alejando del sonido ECM, no desde la perspectiva referente a vivir con la intensidad que demanda una sociedad posmoderna, la agresiva rapidez que discurre el día a día en cualquier parte del mundo, sino la música hasta ciertio punto el reflejo de nuestro presente que se escapa sin darnos cuenta. Probablemente a algunos.la edad los hace más lentos y reflexivos, quizá tenga un poco de eso, aunqque debo manifestar la locura que me produce los trabajos fuertes, agresivos y disruptivos musicales, no los contemplativos, frios que pueden a llegar hasta el aburrimiento personal. Así recuerdo a finales de la la primera década de este siglo, darme cuenta que el sonido poético de ECM se volvía demasiado falto de fuerza, trabajos de trio de piano demasiado bonitos, pero con una estética repetitiva, hasta los discos del baterista negro Manu Katche perdía es afuerza, tanta música contemplativa y hasta comercial me provocaba ya un fastidio enorme.
Recuerdo a un amigo Belga y especialista de música cuando vino a casa, espulgó con curiosidad mi colección de discos, encontrando Sound Suggestions de George Adams, comentando rápidamente, le falta fuerza. Estos comentarios me alertaron, empecé a escudriñar los disco de esta marca y percibiendo precisamente esa falta de fuerza. Alo ha hecho Eicher, las grabaciones son demasiadas blancas, y no es racismo, sino que en realidad existe un blanqueamiento del sonido ECM que cada vez más se agudiza.
Mientras escribo escucho la recomendación discográfica sobre Tord Gustavsen, concluyo que no podría volver a escuchar nuevamente «Opening», llamó mi atención al principio, existe una ejecución maravillosa, clara, poética, hermosa, demasiado hermosa , demasiado lenta, pero una estética que ya no me satisface.
Con al llegada de nuevas marcas independientes, las cuales florecen cada vez más; el efecto es contundente, cuando estas son experimentales, disruptivas, inclusive en el marco del Avantgarde, no dan descanso al escucha, es una exigencia mental superlativa, por supuesto emocional. No se malinterprete, no estoy manifestando que el gusto sea el factor principal de apreciación de una obra, sino lo que se encuentra en ella, la estructira, improvisación, Coraje Creativo, origonalidad, contexto … es multifactorial.
Sigo apreciando a ECM, pero desde hace años, ya lo hago con desconfianza.
Saludos