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Jazz, Instagram y la escucha menguante

Charlaba ayer por teléfono con el estupendo pianista José Carra. Y comentábamos que su nuevo disco, «Satélite», además de tener todos los ingredientes que se necesitan para disfrutar de un gran álbum de jazz, era, con una duración de 73 minutos, un trabajo largo, muy largo para los tiempos que corren.

Mientras conversaba de esto y de lo otro con el artista malagueño, le planteaba en ese sentido, si habíamos llegado a un momento en que se había perdido la atención necesaria para simplemente, sentarse a escuchar. Si en tiempos de stories en Instagram y TikToks de 30 segundos, no resultaba demasiado arriesgado que «Teoría del abandono» el primer tema del disco, nos exigiese ya nada menos que 7 minutos de atención plena. Se lo tomó por supuesto con humor y tras pensarlo un poco me reconoció que, efectivamente, en 2023, su apuesta y la de tantos otros, solo puede entenderse como un «suicidio creativo».

De alguna forma, tras entrevistar a Carra (permaneced atentos, publicaremos nuestra conversación completa en unos días), no pude evitar pensar en «Une heure de tranquillité» («No molestar» en España), una comedia francesa en la que Michel, un entusiasta del jazz y de los vinilos, encuentra una «rareza» en un mercadillo y todo lo que quiere hacer es llegar a casa, pinchar el disco y escucharlo tranquilamente. En los 90 minutos que dura la cinta, algo tan sencillo se convertirá en una misión imposible; el mundo se confabulará contra él…y el vinilo acabará enterrado en enorme su colección junto a otros que necesitan ser escuchados.

Es así como la «economía de la escucha» sufre de dos formas. Por un lado, la industria hace lo posible para convencernos de que menos (atención) es mejor. Por el otro, incluso cuando queremos realmente escuchar, el mundo puede tener otros planes. En la primera parte de esta ecuación, no puedo evitar recordar ese «el medio es el mensaje», famosa frase acuñada por el teórico de la comunicación Marshall McLuhan (impagable su cameo en «Annie Hall«). Esta afirmación sugiere que no solo el contenido de un mensaje es importante, sino también el medio o la forma en que se transmite tiene un impacto significativo en cómo se percibe y se interpreta el mensaje.

De la misma forma que en los años 20 del siglo XX, los artistas de jazz se cuidaban muy mucho de que sus temas no durasen más de tres minutos (porque es lo que cabía como máximo en cada una de las caras de un disco de vinilo), hoy en día cada vez son más los artistas que se ven presionados (tanto externa como internamente) para componer temas cortos, pensados para la menguante economía de la atención y el consumo rápido. No es casualidad que tan solo 5 de los 16 temas del «Motomami» de Rosalía, uno de los discos más vendidos de los últimos años, superen los tres minutos, situándose la media en 2:30.

La segunda parte de la ecuación, me lleva directamente a pensar en Carlo Petrini, un periodista y crítico gastronómico italiano, que en 1986 fundó el movimiento «Slow Food» en respuesta a la apertura de un restaurante de comida rápida en la Plaza de España de Roma. Y en cómo desde 1986 este ritmo, esta aceleración constante no ha hecho sino aumentar, dejándonos sin tiempo para escuchar de verdad, incluso cuando queremos hacerlo.

Que en los últimos años hayan triunfado libros como el «Elogio de la lentitud» de Carl Honoré, en el que se explora la idea de vivir una vida más lenta y equilibrada en un mundo dominado por la prisa y la velocidad tampoco es coincidencia. Y no es la primera vez que ocurre. En 1854, en plena revolución industrial, Henry David Thoreau se convertía en todo un best-seller con su «Walden», que no era más (ni menos) que una oda a la tranquilidad, relatando para ello su experiencia viviendo en la naturaleza, en una cabaña construida por él mismo cerca del lago Walden (Massachusetts).

Me gustaría afirmar de forma rotunda que escuchar jazz es un antibiótico contra la gratificación instantánea de like. Pero la verdad que no lo sé. Puede que haya algo de eso en el resurgir del vinilo, en el ritual de pinchar un disco y el del sentarse a escuchar. Pero también es verdad que incluso cuando escuchamos un vinilo, la mayoría de las veces también hacemos otras cosas: trabajamos, estudiamos, e incluso, podemos perdernos en Instagram.

Tal vez por eso, debemos ser capaces de construir nuestro propio refugio. Un espacio seguro, en el que como el cine o el teatro, el tiempo se congela y deja de importar. Un espacio al que dedicar durante una o dos horas nuestros cinco sentidos. El club de jazz puede ser ese refugio y si lo es para ti, desde luego has encontrado un espacio seguro. Pero puede ser cualquier otro. Lo importante es no dejar de buscar.

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