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Live in Jazz Vitoria 2023 (y III)

Nuestro último día en Vitoria fue el más luminoso. Sin dramas ni quehaceres urgentes, pudimos por fin abandonarnos a los parques de la ciudad, vagabundear sin un plan definido, comprar libros y regalarnos uno de esos homenaje gastronómicos vascos que tanto merecen la pena.

Nuestro último día en Vitoria fue el más luminoso. Sin dramas ni quehaceres urgentes, pudimos por fin abandonarnos a los parques de la ciudad, vagabundear sin un plan definido, comprar libros y regalarnos uno de esos homenaje gastronómicos vascos que tanto merecen la pena.

Cuando quisimos darnos cuenta, el reloj marcaba ya las cinco. Sin tiempo ya para casi nada, nos tocó apretar el paso y prepararnos para los tres últimos conciertos de un Festival que en 2023 ha brillado con un notable más que alto.

Yamandu Costa

Yamandu Costa

Un hombre, una banqueta y una guitarra clásica de siete cuerdas. Es todo lo que nos esperaba el último día del Festival en Teatro Principal de Vitoria. Nada más y nada menos. 

El brasileño Yamandu Costa llegaba a la capital vasca con la vitola de ser uno de los mejores guitarristas de su generación. Y no necesitó demasiado para demostrarlo. 

Yamandu Costa

Influenciado por la música de Radamés Gnattali, pero también de otros maestros brasileños como Tom Jobim o Raphael Rabello, su música bebe de ese tremendo crisol de sonidos que resuenan en casi todos los barrios de América Latina y que van del choro a la bossa nova, de la milonga al tango, de la samba al chamané, mezclado y fusionado todo ello en esa “coctelera para la improvisación” que tiene la guitarra en sus manos.

De sus acordes imposibles, de su velocidad de vértigo tanto en el traste como en la caja, en contraste con el sosegado lirismo de algunos (pocos) temas, me quedo con el homenaje que le hace al compositor y músico francés Michel Legrand (“A Legrand”), y a ese remanso de paz que tras la batalla (y según sus propias palabras, en plena resaca) encuentra en ese paraíso que es la isla canaria de “La graciosa”.

Yamandu Costa y Silvia Pérez Cruz

Todo ello tras vibrar ojipláticos con un “must” en casi todos sus conciertos, “Samba pro Rafa”, y saltar en la butaca con “Choro loco”. La sorpresa llega al final, cuando esperando el bis, una segunda silla aparece sobre el escenario y junto al guitarrista brasileño se sienta una tal Silvia Pérez Cruz. Cantan dos maravillosos temas y cuando nos cansamos de aplaudir salimos del teatro, frotándonos los ojos y sintiéndonos afortunados.

Ariel Brínguez

Ariel Brínguez

Queremos mucho a Ariel Brínguez, pero estamos seguros que ni en sus sueños más locos, esperaba encontrarse con más de 4.000 personas reventando el Mendi, minutos antes de su concierto. 

Como tan solo “puede” que su actuación fuese como la de un maravilloso telonero para la de Silvia Pérez Cruz, casi podemos imaginar lo que estaría pensando antes de saltar al escenario. Lo primero, la necesidad de marcarse un maravilloso concierto; lo segundo seducir a todos aquellos que llegaron su butaca sin saber muy bien (o sin saberlo en absoluto) qué era esa “Nostalgia Cubana” que anunciaban en el programa.

Ariel Brínguez

Sobra decir que de ese doble envite, en el que algunos se habrían achantado, Brínguez salió coronado. Los que habíamos tenido la oportunidad de escucharle en auditorios más pequeños y arropados, descubrimos que no importa si los que te escuchan son 40 o si son 4.000, cuando la música que llevas bajo el brazo es buena. Y la de Brínguez (saxo tenor y soprano) y su quinteto, en el que encontramos a Javier Sánchez (guitarra), Pablo Gutiérrez (piano) Darío Guibert (contrabajo) y Federico Marini (batería) es sobresaliente.

Todos ellos recrean en “Nostalgia Cubana” el ambiente sonoro de la Cuba de los años 50, vistiéndolo sin embargo de sonidos que perfectamente podrían encajar en distintas geografías del siglo XXI. Porque aunque son temas clásicos como “Cuba Linda” (Virgilio Martí), “Belén” (Eliseo Grenet) o “Hermosa Habana” (Rolando Vergara) los que “leen” en las partituras sobre el escenario, de alguna forma el carácter caribeño que debíamos presuponer al repertorio, acaba diluyéndose en un jazz universal y contemporáneo.

Ariel Brínguez

La mirada de Brínguez sobre la isla no es la nostálgica del que echa de menos su hogar, ni de la canción protesta del exiliado, sino que como él también explica con palabras, es la de sus propios recuerdos, la Cuba en la que tal vez no reparan las hordas de turistas, mucho más íntima y auténtica. 

Es la de una isla expansiva que se bate el cobre contra los elementos, la de una potencia musical a la que muchos envidian y que en manos del saxo de Brínguez, tanto en tenor como sobre todo en soprano, se llena de vida, de vericuetos, matices y notas alegres que invitan a soñar. 

Termina el saxo el concierto recitando ese poema que acompaña al disco “Yo soy de un lugar pequeño, de agua más que de tierra, de sol más que de lluvia, de baile más que de penas…” y para entonces, estoy seguro que muchos de los que venían “solo a ver a Silvia”, se llevaron esa noche a Ariel a casa.

Silvia Pérez Cruz

Silvia Pérez Cruz

Hay verdad en todo lo que canta Silvia Pérez Cruz. Solo por eso, merece la pena no perderse si se tiene la oportunidad, cualquiera de sus conciertos. 

Venía la catalana a presentar en Vitoria “Toda la vida, un día” su último disco y a la vez el más conceptual: un viaje que como ella misma explicó sobre el escenario, recorre las distintas etapas de la vida, desde que nacemos hasta que pasamos a nuestra adolescencia, maduramos, envejecemos y finalmente nos despedimos y renacemos. 

Silvia Pérez Cruz

Con una puesta en escena pensada hasta el más mínimo detalle, utilizando juegos de colores y de vestuario para involucrar al público en cada una de las fases de este recorrido vital, la cantante fue desgranando 21 temas que gravitan en torno a cinco movimientos en los que viaja de lo acústico a lo clásico; escuchamos vientos, toca el saxo, hay sonido orquestal, pero también hay un íntimo dúo de guitarra y esbozos en los que tan solo la escuchamos a cantar a a capella.

Silvia Pérez Cruz

La voz de Silvia tiene una sonoridad preciosa, bien timbrada, penetrante especialmente en los temas más flamencos, e incluso conmovedora en la intimidad de ese juego de sombras que se forma de vez en cuando en el escenario. Y sin embargo a este espectáculo el concepto de concierto se le hace pequeño, porque hay algo de pretenciosidad en lo que nos quiere contar y la forma en la que lo cuenta, algo del triunfo de la forma sobre el fondo, del espectáculo por el espectáculo.

Y si insistimos, hay temas absolutamente brillantes y conmovedores, el conjunto nos parece algo monótono y horizontal. Nos enamoró de nuevo eso sí, que esta vez fuera Yamandu Costa el presentado en los bises, y que cantasen de nuevo los mismos temas que horas antes habíamos escuchado en el teatro. 

Fotografías: Alejandro Sanz Fraile

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