Vino Avishai Cohen a divertirse a Madrid. A pasárselo realmente bien en la presentación de Iroko en “Las noches del Botánico”; a levantar al público de sus butacas para que se pusieran a bailar casi desde el primer momento.
Y lo hizo casi en un segundo plano, cediendo prácticamente todo el protagonismo al conguero Abraham Rodríguez, quien arropado por una maravillosa banda llenó el oasis madrileño de música afrocaribeña, ritmos cubanos y puertorriqueños, que se mezclaban con el jazz únicamente en algunos solos de Cohen, o en la potencia de ese tremendo trompetista que es el argentino Diego Urcola , al que también pudimos escuchar el año pasado en “I missed you too”, el proyecto que volvió a unir sobre los escenarios a Paquito D’Rivera y Chucho Valdés.
A Urcola no le fueron sin embargo a la zaga el saxofonista Yosvany Terry o el percusionista Jose Angel, ese maestro de la batería que es Horacio «El Negro» Hernández y la maravillosa Virginia Alves que cantó y bailó como si le fuera la vida en ello. Juntos armaron un concierto de alto nivel en el que uno a uno fueron cayendo clásicos cubanos como “Tintorera” o el “A bailar mi bomba” de Ismael Rivera.
Pero también y es lo que hace de este “Iroko” un disco diferente, los sonidos que partiendo de la tradición Orisha Yoruba, se fusionaron con el «It’s a Man’s World» de James Brown, “Theme to Exodus”, ganadora de un Oscar en 1960 por la película “Éxodo” el inmortal «Fly Me To the Moon» de Frank Sinatra, e incluso en los bises del concierto, con la inmortal “No woman, no cry” popularizada por Bob Marley.
Más contenido que lo que escuchamos habitualmente en conciertos en los que las orquestas latinas toman como un vendaval el escenario, en Iroko todo se sostiene con los propulsivos ritmos del contrabajo de Cohen, que mantiene casi siempre un mezzo tempo en el que la percusión manual de Abraham Rodríguez se apoya, y en torno a los cuales giran como satélites, el resto de los instrumentos. Y esto provoca que aunque desde luego la música conguera de Cohen y su banda invita a bailar (como constatamos en la grada), no lo hace con la energía de la salsa, la cumbia, o incluso el latin jazz más alegre, porque aunque Iroko puede ser un proyecto en el que abandonarse y dejarse llevar, es sobre todo un disco para escuchar y sentir el ritmo.
Con todo Cohen de habitual gesto serio, en el Botánico se relaja y cuando reclama su espacio, se deja llevar con el contrabajo como si momentáneamente estuviera solo sobre el escenario y lo que escuchásemos no fuera Iroko, sino un aquí y ahora perfecto. En esa coctelera, todo el espectáculo se desarrolla de forma natural, sin demasiados artificios cierto, o un (si se puede decir esto) exceso de dramatismo musical, para ofrecernos en cambio un grupo cohesionado, que se divierte tocando y que consigue que seamos nosotros los que dos divirtamos aún más.
Tan rápido transcurre el show, que después de dos horas y tres bises Cohen nos cuenta que quiere seguir tocando, pero que los trabajadores del recinto también se tienen que ir a casa en algún momento y es justo para todos el comenzar a replegar velas.