«The Lost Chords find Paolo Fresu». Este es el título del primer álbum de Carla Bley que cayó en mis manos. Un disco tengo que reconocer, que compré prácticamente a ciegas, porque aunque era consciente del papel que había jugado (y que en aquel momento seguía jugando) Carla Bley en el mundo del jazz, apenas si había escuchado poco o nada de lo que al mundo había ofrecido esta compositora y pianista genial.
Como la suerte en ocasiones acompaña a los valientes, acerté de lleno. El disco que encontraba a Bley junto al trompetista italiano, incluía a los inseparables Andy Sheppard y Steve Swalow, acompañados en esta ocasión por Billy Drummond a la batería. Desde ese feliz encuentro, con los discos de Bley sigo el mismo método: me olvido por completo de su existencia y dejo que sean ellos los que me acaben encontrando. El último, que responde al nombre de «Life goes on» (2020), es una miniatura a trío que se disfruta con la misma intensidad que sus grandes composiciones para big band.
Acostumbrados a perder y perdernos, a las derrotas inevitables y a la música de plataforma que todo lo devora, su fallecimiento el pasado 17 de octubre, nos deja algo más huérfanos. Pocas mujeres han significado tanto para el jazz de vanguardia y para la modernidad musical. Ella que a los 17 años comenzó trabajar como cigarette-girl en el Birdland de Nueva York, entre otras razones para poder escuchar en directo a la Big Band de Count Basie, no tardaría en demostrar su enorme capacidad como compositora; primero arreglando temas para Paul Bley, con el que se casaría en 1957, pero poco más tarde para la flor y nata del jazz del momento, componiendo para nombres como Jimmy Giuffre, Art Farmer, Steve Lacy, Steve Kuhn o Attila Zoller.
Y no solo componiendo. A principios de la década de los 60, era frecuente verla sobre los escenarios sumando su piano a la banda de nombres como los de Don Cherry, Pharoah Sanders, Gato Barbieri, Paul Motian o Andrew Cyrille. Que no se iba a conformar con estar al lado de, o acompañando a, lo demostraría en esa misma década. Junto a Michael Mantler, su segundo marido, pondría en marcha la Jazz Composer Orchestra Association (JCOA), una organización con la que dar voz a los músicos de vanguardia del momento. Bajo este sello, comenzaría a publicar sus primeros discos, dando rienda a su imaginación en una colaboración con el vibrafonista Gary Burton, «A genuine tong funeral», publicado en 1967.
El bajista Charlie Haden solicitaría sus servicios para arreglar en 1969 ese disco tan especial para los aficionados españoles que es «Liberation Music Orchestra», ya que tres temas del álbum hacen referencia a los perdedores de la guerra civil: «El Quinto Regimiento», «Los Cuatro Generales» y «Viva la Quince Brigada». Dos años más tarde publicaría probablemente el álbum por el que es más reconocida, «Escalator Over The Hill», una ópera jazz de dos horas, en la que además se aúnan tradiciones como la música india, el rock, la música disco, más de 20 vocalistas y cualquier otra cosa que podamos imaginar, en una locura maravillosa que trasciende a todo lo que se había hecho hasta ese momento.
Para combatir la falta de interés por parte de la industria discográfica a la hora de publicar música que desafiara el status quo y que quisiera ir un poco más allá de lo «aceptado y aceptable», Carla y Michael ponen en marcha su New Music Distribution Service, una nueva iniciativa que dentro de JCOA servía como vehículo para distribuir los discos de los miembros de la asociación, a otros sellos interesados en música experimental y de vanguardia (y viceversa). Entre estos, destacaba la ECM de Manfred Eicher. Así que mientras que NMDS hacía llegar a otros sellos americanos la música de ECM, los discos de Bley llegaron a nuevos mercados bajo el sello europeo, en una fructífera sinergia que se desarrolló durante 18 años. Y no solo: para NMDS grabaron nombres como Philip Glass, Lauire Anderson, John Zorn, Sonic Youth, Gil Scott Heron o Keith Jarrett. Casi nada.
El experimento funcionó tan bien (dentro de lo que «bien» significa para el mundo del jazz) que en 1972 la pareja dio un paso más y fundó «WATT» su propio sello, lo que entonces no era nada habitual. Bajo su propia marca, Bley grabaría más de 30 discos (en 1974 «Tropic Apetittes» sería el primero), para finalmente en 2012 decidir que ya no quería ocuparse de todo lo que implicaba la gestión de una empresa y fichar en exclusiva para ECM.
Pero si Michael era su compañero de vida, su compañero musical fue el bajista Steve Swallow, sideman de Gary Burton y veterano del Stan Getz Quartet, quien se uniría a la banda de Bley en 1977 para ya no volver a mirar nunca atrás. Juntos harían todo lo que probablemente se pueda hacer en el mundo del jazz, incluyendo una preciosa incursión en el mundo del R&B a mediados de los años 80, que se tradujo en la publicación de los discos «Heavy Heart» (1984), «Night-Glo» (1985) y «Sextet» (1987).
A finales de esa década comenzó a escribir música para grandes ensembles, publicando algunos de los discos más conocidos de su carrera y llevando a su Big Band a recorrer el mundo durante más de una década, lo que en conjunto le valió tres nominaciones a los premios Grammy y el Prix Jazz Moderne. Hasta hace no demasiado, seguía componiendo para otras formaciones, como la O’Farrill Afro Latin Jazz Orchestra que en 2020 publicó «Blue Palestine». En el siglo XXI siguió creciendo especialmente en formaciones íntimas (dúos y tríos) junto a Swallow y el saxofonista Andy Sheppard. La echaremos mucho de menos.