No estaba el de Donny McCaslin en mi lista mental de los conciertos inolvidables que vería en JazzMadrid 2023. Me equivocaba. El saxofonista, siempre en las listas de mejor tenor y soprano del año, venía a la capital a presentar “I Want More” un trabajo que muestra su sonido más complejo y musculoso, capaz de desafiar los límites tanto en el aspecto sonoro como en el creativo.
Le acompañaban sobre las tablas del Conde Duque, Jason Lindner (teclados), Tim Lefebvre (bajo) y Antonio Sánchez (batería) que sustituía a Mark Giuliana. McCaslin, conocido por el gran público tras su participación en el “Blackstar” de David Bowie se anunciaba con un largo y brillante historial jazzístico: Gary Burton, Steps Ahead, Maria Schneider, Dave Douglas, Tom Harrell, Pat Metheny, o Danilo Pérez, como algunos de los artistas y grupos con los que ha colaborado a lo largo de su carrera.
Desde hace 20 años, este “enfant terribe” lleva empujando los límites del jazz hasta nuevas fronteras. Y como explica, “si me preguntas que música escucho, en mi teléfono vas a encontrar Beach Boys, AC/DC, Beastie Boys, Sufjan Stevens o Nine Inch Nails”. Todo ello, pasado por el filtro del jazz, pero también de la música electrónica, sintetizadores, pedales, y un sistema de post-producción que cada vez más músicos apuestan por llevar al directo, es lo que nos dejó literalmente con la boca abierta a los que asistimos a su concierto del pasado 8 de noviembre.
Los que hubiesen visto a McCaslin en otros proyectos, no estaban (estábamos) preparados para el vendaval. Sin aviso previo, la tremenda sonoridad distorsionada de su directo, se convirtió en un viaje adrenalínico y abrasador en el que jazz y rock se confunden y complementan, rompiendo las paredes del auditorio y más allá.








La maravillosa energía de Antonio Sánchez, tan versátil y flexible, como duro y rockero (sin duda uno de los mejores baterías de la actualidad) impulsaba el beat del grupo, mientras que McCalsin, en apariencia tímido sobre el escenario con esas gafas tristes que se deslizaban de vez en cuando, convertía su saxo tenor en una ametralladora de gran calibre, clavándonos a todos en la butaca en temas como “Hold me Tight”, “Body Blow” o “Turbo”.
En los momentos en los que se permitía el lujo de respirar, Jason Lindner tomaba el relevo atacando el sintetizador tanto de forma «clásica», como en los momentos más arriesgados, optando por crear nuevos paisajes sonoros a base de ruido blanco, distorsión electrónica y suciedad sonora, con los que de forma improvisada era capaz de crear belleza. Menos protagonista en cambio Tim Lefebvre, cuyo bajo no acabó de cuajar en ningún momento, especialmente por algunos problemas técnicos que arrastró desde el principio y que provocaron que optara por mantenerse en un segundo plano.
Tan solo en «Lazarus», uno de los temas del Blackstar de David Bowie y que McCaslin quiso llevar a este concierto, el grupo intentó contener un tanto su carácter expansivo, limitándose (en la medida de lo posible) a seguir el tempo del tema original, mientras que en el adelanto de su nuevo single, «Phoenix» que se publicará en la próxima primavera, el grupo de desataba por completo, de modo que más que Donny McCaslin, pareciera que sobre el escenario estuviera Shabaka Hutchings y «The Comet is Coming» al completo.
A la salida, el patio del Conde Duque parecía otro. Las piedras que habían levitado durante hora y media, estaban desparramadas por el suelo. Los límites quedaban ya muy lejos. Llovía. Volvimos a casa felices.