La insoportable ingratitud del programar
Los artistas sabemos muy bien que es imposible contentar a todo el mundo, salvo que seas Celine Dion cantando por Edith Piaf desde la Torre Eiffel. Los programadores también lo saben, salvo que puedas permitirte los dos millones de euros que costó esa gloriosa interpretación de L’Hymne a l’amour.