En 1988 y en plena explosión del jazz fusión, Leonard Cohen publicaba «Jazz Police», un tema que formaba parte de su álbum «I’m your man» y con el que el genial cantautor, de alguna forma quería denunciar el espíritu un tanto contra-revolucionario o incluso reaccionario de algunas instituciones culturales y políticas de los Estados Unidos de Ronald Reagan. Así en «Jazz Police» Cohen cantaba lo siguiente en su estribillo:
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Black History Month en tiempos de «Black Lives Matter»
Febrero, además de contener el Carnaval y el día de San Valentín, es el mes que en Estados Unidos se dedica a revisar y visibilizar la historia del pueblo afroamericano. Black History Month se llama la iniciativa ideada por la Association for the Study of African American Life and History (ASALH) y que todos los presidentes del país desde 1976 han avalado.

Jazz at the Lincoln Center: ¿Salvadores del Jazz o Estrella de la Muerte?
Quiero romper media lanza a favor de Wynton Marsalis. Sí, ya sé que escribí «ese artículo» en el que no me mostré especialmente amable con él, ni con su legado. Pero si lo leéis de nuevo, recordaréis que también decía lo siguiente: «le reconozco el mérito que tiene haber conseguido poner en marcha ese estupendo programa que responde al nombre de «Jazz at the Lincoln Center (JATLC)».
Las cosas como son. Pocas ciudades del mundo pueden presumir de tener una institución cultural capaz de proyectar tan lejos y con tanta fuerza su propio legado musical. A lo largo de sus más de 30 años de historia, más de dos millones de personas han acudido a los conciertos organizados por la institución (tanto en vivo como por Internet), han pasado por sus cursos de formación o han descargado las miles de partituras y libros que publican de forma gratuita. En ese mismo tiempo, la institución ha celebrado más de 1.200 conciertos en la ciudad de Nueva York y su orquesta residente ha «girado» por 446 ciudades de 41 países de los cinco continentes.

Contra Wynton Marsalis
Voy a decirlo ya. No me gusta Wynton Marsalis. Y sí, reconozco que es uno de los grandes jazzmen que quedan. O que para muchos, la de Marsalis es la mayor figura que el jazz ha producido en los últimos 25 años. También le reconozco el mérito que tiene haber conseguido poner en marcha ese estupendo programa que responde al nombre de «Jazz at the Linconl Center». Pero no puedo evitarlo, me repatea. No soporto que su talento descomunal y lo que es una técnica que cualquier otro trompetista querría, se haya puesto al servicio de la banalidad, de la nada.

Adiós a Ellis Marsalis, leyenda del Jazz de Nueva Orleans
El Jazz de Nueva Orleans ha sentido esta semana el fallecimiento de Ellis Marsalis. A los 85 años de edad y aquejado de una grave neumonía, Marsalis se ha convertido en una más de las miles de víctimas que está dejando a su paso el infame COVID-19. La noticia la ha comunicado esta semana su hijo Brandford, que junto con su hermano, el archiconocido Wynton, son punta de lanza de lo que se conoce como el «nuevo tradicionalismo» o lo que es lo mismos, un decir adiós a las vanguardias y una mirada a los orígenes de un estilo musical que se remonta a finales del s.XIX.
De Marsalis padre, se destaca su papel como revitalizador durante más de medio siglo del Jazz de Nueva Orleans, portador del gran legado de su ciudad natal a lo largo de todo el mundo. No es casualidad en este sentido, que la alcaldesa de la ciudad, La Toya Cantrell, haya publicado en Twitter que «Ellis Marsalis fue una leyenda. Fue el prototipo de lo que entendemos cuando hablamos de jazz de Nueva Orleans».
Nacido en 1934 en la ciudad del Missisipi por excelencia, Ellis era hijo de un empleado de uno lo de los hoteles en los que se alojaban los músicos negros que visitaban la ciudad y que no podían acudir a otros establecimientos debido a las leyes raciales del estado. (ese famoso Green Book que se hizo con Oscar a la mejor película en 2018). En el instituto aprendió a tocar el saxo, si bien también se defendía de forma notable tras el piano.
Buena parte de la carrera del patriarca de la saga Marsalis estuvo estrechamente ligada a su ciudad natal y eso hizo que su nombre y su dimensión artística no trascendiesen hasta que sus dos hijos mayores comenzaron a ser conocidos. Curiosamente y a diferencia de lo que harían Brandford y Wynton después, el mayor de los Marsalis sí que introdujo en su ciudad natal los nuevos aires que se respiraban en el mundo del jazz, sumándose durante unos años a un movimiento bebop que desde luego no era visto con buenos ojos en la «cuna del Mississipi».
A finales de los cincuenta formó un grupo en el que también militaban nombres como Harold Batiste o Ed Blackwell (que pronto se iría a tocar con Ornette Coleman), en 1962 participó en un disco de Nat Adderley grabado en directo en Nueva Orleans y poco después publicó su primer disco como líder en un efímero sello local. Sin dejar nunca su ciudad natal, Marsalis pasó varios años tocando tanto en clubes (incluida una residencia en el Playboy Club) hasta en programas de televisión y, esporádicamente, en grupos de otros, como en el del trompetista Al Hirt.
Ellis era en este sentido un modernista en la ciudad más tradicionalista. A lo largo de su carrera grabó más de 20 discos y como educador influyó de forma decisiva en la vida de gigantes del jazz como los trompetistas Nicholas Payton y Terence Blanchard o los saxos Donald Harrison y Victor Goines.
Pero más incluso como músico, de Marsalis se aprecia su trabajo como docente. A principios de los años 70 se unió a New Orleans Centre for the Creative Arts (NOCCA) en el que fue profesor durante muchos años y en 1983 comenzó su trabajo en el National Endowment of Arts, en el que dirigía el departamento de estudios de jazz de la Universidad de Nueva Orleans. A partir de 1990 se convirtió en vicepresidente de la Asociación Internacional de Educadores de Jazz. Con Marsalis nos deja básicamente, una leyenda.

A Donald Trump no le gusta el jazz
La frase no es mía. La ha pronunciado hoy el periodista Chema García Martínez en la presentación de su libro “Tocar la vida. El músico de jazz: vueltas en torno a una especie en extinción’” del que ya os hablé la semana pasada. Y si Trump no le gusta el jazz, ha añadido, «es porque el jazz es un idioma musical que tiene cierta complejidad «y todos sabemos que Trump no es capaz de entender argumentos complejos» ha rematado, acompañado de las risas de sus compañeros de coloquio y el respetable.
El que durante muchos años ha sido crítico de jazz para «El País» ha presentado de forma absolutamente caótica, un libro en el que repasa anécdotas, entrevistas y crónicas de conciertos de los que han sido los gigantes del jazz de los últimos treinta años. Parte el libro como solía decir Unamuno, «del sentimiento trágico de la vida» o lo que es lo mismo, de la pérdida. En este caso, de la pérdida del músico de jazz, que según el periodista (al mismo tiempo que el crítico musical), es un animal en vías de extinción.
No porque hoy en día no haya centenares de músicos estupendos, explica, «probablemente con mucha más técnica que Miles (Davis) o Charlie (Parker)» pero según su forma de ver, les falta un je ne sais pais quoi, «una emoción que no se puede definir» y que probablemente está ligado a un modo de vida determinado, que hoy en día ya no se encuentra.
Sin querer decirlo pero diciéndolo a medias, parece apuntar con su dedo acusador (dicho esto con toda la ironía del mundo) a Wynton Marsalis, dominador absoluto de la escena del jazz durante las últimas tres décadas: un jazz técnico pero un tanto frío, que deja atrás el club para reinar en el Lincoln Center. «Yo no digo que para hacer buen jazz haya que ser alcohólico o darle a las drogas» afirma riendo, pero «esta generación de la botella de agua»… se queda un momento pensativo a punto de decir un «no nos representa».
No es que músico de jazz haya cambiado, sino que el mundo es ahora otro. Se da cuenta cuando la conversación se desliza sobre esa crisis que amenaza desde hace años a la profesión del periodista. «A mí ‘El País’ me ha pagado que ir dos días a Nueva York solo para entrevistar a Wayne Shorter»; «En la sección cultural de los periódicos tenías un experto en jazz, otro en ópera, otro en danza contemporánea…hoy en día y no siempre, únicamente la música clásica se salva».
En el mundo de lo inmediato, del aquí y el ahora, parece absolutamente lógico que a Donald Trump no le guste el jazz. Pensar antes de actuar, parar cuando quieres lanzarte, reflexionar antes de hablar. Solo así puedes conectar con el jazz.