El día 8 de marzo representa para mí reflexión, autocrítica y reivindicación. No es un festivo y no debería ser una percha para llevar a gente a las tiendas a consumir. Pero no quiero hablar exclusivamente del 8 de marzo.
Quiero hablar de las RAZONES para el 8 de marzo, un día del calendario con una gran carga simbólica, pero cuyas consignas, por desgracia, hay que pronunciar durante todo el año.
Le he pedido este espacio a Rudy para enumerar casi todos los comportamientos machistas que he sufrido en los diez años que hace que retomé el canto. Y quiero hacerlo porque muchos y muchas se creen que en este mundillo de la música todo el mundo es muy moderno y liberal y no hay machismo.
JA.
Voy por orden cronológico.
El guitarrista del primer grupo en el que canté (rock) se las daba de gran conocedor del universo guitarril mundial. Este hombre afirmaba, sin pudor ninguno, que no había mujeres que tocaran bien la guitarra. Yo entonces no tenía conocimientos para rebatirle (nunca he sido experta en rock), pero si me lo dijera ahora le citaría a unas cuantas, de las que, estoy segura, no ha oído siquiera hablar. El entendido.
Cuando dejé ese grupo y busqué otro, me presenté a muchas pruebas. En una de ellas, el líder del grupo, al terminar, me hizo saber claramente que el puesto de corista o co-vocalista era mío, que había cantado fantásticamente bien y que, aunque había otras chicas candidatas para el mismo puesto, no haría falta siquiera que se presentaran a la prueba. Esa misma noche ese hombre quiso acostarse conmigo, a lo que yo me negué. Y su reacción a mi negativa, que nunca olvidaré, fue espetarme, con rencor: “Pensé que lo habías entendido.” Cuando diez días más tarde le escribí para preguntar por los ensayos, me comunicó que había elegido a otra cantante.
Sí. Ahí sí que lo entendí.
Unos años más tarde comencé a liderar formaciones como cantante, aunque siempre muy asistida por los demás miembros del grupo, casi todos hombres. Ocurría con frecuencia que, a la hora de cobrar, el encargado de pagarnos se dirigiera a alguno de mis compañeros de grupo y no a mí, aunque para todo lo demás la interlocutora hubiera sido yo.
Ni se les cruzaba por la imaginación que una mujer, la misma que había buscado el bolo, organizado los ensayos y decidido el repertorio, tuviera también la responsabilidad de cobrar y administrar el dinero dentro del grupo. Esto me ha pasado en más de una ocasión, tanto con gerentes de salas como con promotores de eventos.
Sigo con uno de los episodios más ofensivos que recuerdo. Tuvo lugar en un concierto de algunos amigos, que se estrenaban como banda. Bailé muchísimo y lo pasé muy bien en aquel concierto. Hasta que, al finalizar, uno de mis amigos músicos me presentó al único miembro de la banda que yo no conocía. Este sujeto, mirándome directamente al pecho, me formuló una pregunta muy desagradable. Como me pareció tan improcedente, le pedí que la repitiera, por si no hubiera oído yo bien. Pero no fue confusión: el tipo repitió la grosería entre interrogantes. Los otros músicos que estaban presentes, colegas míos, se quedaron lívidos, desencajados, ante semejante falta de respeto. El que me lo había presentado lo agarró del brazo, lo sacó fuera de la sala y le exigió que me pidiera disculpas, cosa que el otro hizo, aunque francamente no sirvió de mucho: el incidente me arruinó la noche y el día siguiente también.
En otro concierto de otro amigo, hace un par de veranos, como pasa muchas veces, fui invitada a cantar algún tema: al ser una banda que apenas conocía, fui a lo fácil, y pedí un shuffle y marqué un tempo, con toda la intención de que fuera respetado, que para eso lo doy y para eso se me invita a cantar. El baterista, al terminar la canción, se dirigió a mí de manera muy brusca y algo agresiva para soltarme: (palabras textuales) “pero qué mandona eres”, acompañando esta impertinente frase de una risita. Esto ocurrió delante del público, en el escenario. Todo el mundo pudo oírlo.
La condescendencia, la actitud faltona y paternalista, el desprecio a mis opiniones o criterios artísticos también los he vivido. He de destacar, sin embargo, que estos comportamientos no los he sufrido DENTRO de mis grupos. Mis compañeros, muchos de ellos también amigos, me han tratado siempre con inmenso respeto y jamás con arrogancia.
Pero hoy tocaba hablar de los otros, los que no lo hacen así. Y quiero terminar, para ello, con uno de los episodios más recientes.
El año pasado publiqué un vídeo, “Delicious”, que, increíble y afortunadamente, fue muy compartido y obtuvo muchas visualizaciones en Facebook. Como una nunca sabe dónde va a parar el contenido que comparte, me sorprendió bastante recibir durante las primeras semanas de publicación muchos mensajes, solicitudes de amistad y hasta llamadas y videollamadas en mis perfiles sociales por parte de hombres desconocidos (curioso que ninguna mujer lesbiana lo haya hecho) con intenciones de entablar contacto personal (no profesional) conmigo. Me pasé unos quince días bloqueando, ignorando o denunciando estos intentos, indeseados y molestos, de abordarme. La gota que colmó el vaso fue un mensaje directo en Instagram, tan repugnante como ofensivo, haciendo alusión a mi físico de una manera francamente soez.
Y bueno, estas y alguna más son mis razones para el 8 de marzo. Y las cuento porque, desde aquel guitarrista tan torpe hasta el anónimo que me ofendió por Instagram, estoy convencida de que ninguno de estos hombres cree que su comportamiento o actitudes sean reprobables, al igual que estoy convencida de que hacen falta muchos ochos de marzo para alcanzar la igualdad y que nadie nos trate como objetos sexuales o como seres inferiores, ni en la música ni en ningún otro ámbito.
Madre mía, qué pena que te hayas tenido que encontrar con esas situaciones que por desgracia son tan habituales. En fin, seguiremos luchando porque cada vez esa gente (porque no se les puede llamar hombres) sean una minoría en extinción.