NFT

No, los NFT no van a salvar la música

El pasado mes de mayo, el pianista Greg Spero y el violista Miguel Arwood-Fergurson hicieron historia al convertirse en los primeros músicos de jazz que ofrecieron un concierto virtual, utilizando para ello los cada vez más conocidos NFT (Non Fungible Tokens) como entrada. Además en ese mismo concierto, que tuvo una audiencia de unas 200 personas en la plataforma de realidad virtual OASIS, se celebró el lanzamiento del álbum «Maiden Voyage» (sí, como el famoso álbum de Herbie Hancock) que también se vendió utilizando este formato.

No son los únicos. El legendario trompetista cubano Arturo Sandoval anunció que su próximo disco «Rhythm & Soul» se vendería como NFT, convirtiéndose así en uno de los primeros álbumes en el mundo del jazz en apoyarse en el blockchain para su venta. Mike Casey, al que entrevistamos en Caravan la pasada primavera, también ha abrazado con fuerza esta nueva «utopía digital» y ha publicado en OpenSea (el principal marketplace para este tipo de activos digitales) una completa colección de NFT relacionada con su estupendo álbum «Law of Attraction».

Antes que ellos, la banda de rock «King of Lions» se convirtieron el pasado mes de marzo, en la primera banda de música en lanzar un álbum en este formato, una edición limitada de su «When you see yourself» que incluía además de un vinilo especial, la posibilidad de ganar asientos de primera fila para sus próximos conciertos.

Precisamente para algunos músicos, la falta de conciertos a causa de la pandemia y unos servicios de streaming que desde luego no están compensando su trabajo como deberían hacer, los NFT representan cierta esperanza de recuperar el control sobre su música y una forma de incrementar sus ingresos. Para la mayoría sin embargo, pronosticamos que una vez pasado el «boom» del marketing asociado a las criptomonedas, el fenómeno acabará quedando en nada. Y es que como ya afirmamos en el titular, los NFT no han venido para salvar a la música y sí, para hacer más ricos a algunos especuladores. Pero vamos a verlo con detalle.

Parte de la presentación de Greg Spero en NFT Oasis. Fuente: NFT Oasis.

¿Qué es exactamente un NFT?

En un mundo, el digital, en el que cada imagen, o en este caso cada canción que llega a nuestros teléfonos móviles es la copia de una copia, que puede haber sido alterada en mil maneras diferentes, y que a la vez nosotros podemos alterar y distribuir de nuevo, ¿dónde queda el concepto de autenticidad? ¿qué es lo que convierte el archivo digital en algo único?

Una de las primeras personas en hacerse esta pregunta fue Dieter Shirley, desarrollador del estándar ERC-721 y que en 2017 presentó sus CryptoKitties, una colección de representaciones digitales de gatos, en las que cada gatito «único» se vendía por un precio que partía desde los 12 dólares y que llegaba hasta los 95.000.

Para precisamente, garantizar la autenticidad de cada una de sus criaturas, cada una de estas piezas se protegió con blockchain (la tecnología que está detrás de criptomonedas como Bitcoin o Ethereum). De esta forma, por muchas copias y alteraciones que se hicieran de la obra, el que adquiría la primera podía presumir de que, efectivamente la suya era la original, la que salía directamente del ordenador del artista. Lo más interesante no obstante, es que estos «lindos gatitos» han conseguido demostrar cómo puede funcionar la protección de los derechos de autor en el mundo digital. Y es que gracias al blockchain, cualquier activo «digital» puede ser NFT.

Como muchos sospecháis, el mundo del arte ha sido el más «beneficiado» de esta autenticidad que demuestra la posesión de una obra digital original, por mucho que ni el NFT ni el blockchain puedan impedir que de la misma se hagan millones de copias y se distribuyan libremente como hasta ahora. Y sin embargo, ha encontrado cierto mercado, como ese «Everydays: the first 5000 days», un collage digital creado por el artista Mike Winkleman y que cualquier persona puede descargarse de forma completamente gratuita de Internet, fue subastado en Christie’s por más de 69 millones de dólares. Si lo que te preocupa es que los bits que tienes en tu ordenador sean los «originales» entonces tal vez esto sea para ti. ¿Y para el resto? No está ni mucho menos tan claro.

De la escasez a la abundancia

Pero si hasta cierto punto, el NFT funciona en el mercado del arte digital, es porque el del arte es un mercado que premia la escasez. Si hace unos días un coleccionista pagó 45,5 millones de dólares por «El hombre de los dolores», una imagen de Cristo pintada por Sandro Botticelli, es porque más allá del indudable valor artístico de esta obra renacentista, solo existe una. «El hombre de los dolores» así como las principales obras de arte del mundo, solo pueden estar físicamente en un único lugar. Las copias, de haberlas, no valen nada.

Para el arte digital, los NFT pueden crear esa escasez, toda vez que el NFT identifica el dueño original de la obra, el número de copia (si es que hay más de una), si esta ha sido vendida o no, etc. En definitiva, crea un mercado que para algunos coleccionistas, pero sobre todo para los fondos de inversión, tiene sentido.

No es este el caso de la música, en la que los artistas buscan el efecto opuesto: una distribución masiva de su obra. Y el éxito no se mide en términos de escasez, sino de abundancia, en vender millones de discos, cuantos más mejor. Sus defensores argumentan sin embargo, que en el mundo digital los NFT pueden servir para algo más que para añadir escasez a su obra (las antiguas ediciones limitadas) y ofrecer valor añadido como por ejemplo, complementar ese archivo digital con algunas ventajas exclusivas como merchandising físico, entradas a conciertos, o un archivo original ligeramente diferente del que luego se lance en otras plataformas. Y hasta aquí, casi todas las ventajas.

Los artistas tienen que tener en cuenta que el lanzar un NFT de su disco no lo protege contra la piratería. El que lo adquiere, va a seguir pudiendo hacer todas las copias que quiera del mismo y distribuirlo como le venga en gana…sabiendo eso sí, que posee esa copia original que «legalmente» le otorga el derecho de reproducir su contenido, de la misma forma que antes de la llegada del la cassette o el CD, el adquirir un vinilo equivalía a comprar los derechos de reproducción del mismo (un vinilo no se puede «copiar en casa»).

Si esa persona decidiera vender a su vez ese NFT a otra persona, esa transacción se reflejará en la cadena de bloques, generando además derechos de autor. ¿Bonito, verdad? Pero también altamente improbable para la mayoría, visto la querencia que casi todos tenemos a la hora de pagar por un bien digital, si la alternativa gratuita está a un clic de distancia.

Más allá de ese mercado escaso (que no acabamos de entender) el NFT puede ofrecer al artista cierta independencia de los sellos discográficos, ya que en este caso, puede encargarse de gestionar su obra de forma directa. En el caso de artistas de gran renombre, puede llegar a ser una forma interesante de «trabajar con su catálogo», pero difícilmente va a servir a los intereses de los músicos con menos proyección, que al fin al cabo bastante tienen con grabar sus obras y dar conciertos. ¿Les interesa que los que adquieren su disco de forma digital tengan una «garantía de autenticidad» en la que el que lo compra, tampoco es que tenga unos beneficios realmente sorprendentes? (nada que no se pueda ya ofrecer en plataformas como BandCamp por ejemplo).

Como ya está pasando en el mercado del arte, solo unos pocos músicos van a poder sacar un rendimiento a la hora de vender su música en un formato que tiene mucho más de especulación que de valor real. Y es que la inversión en estos activos digitales responde casi siempre más a un pensar en cómo se pueden llegar a revalorizar con el paso del tiempo, que a una lógica clásica de mercado. Pasado el «boom» y el «hype» del momento y cuando vuelvan los conciertos, probablemente los músicos recordarán todo esto como el sueño que nunca fue.

Larga vida al jazz y en cuanto al NFT… yo qué sé.

No, los NFT no van a salvar la música comentarios en «2»

  1. ¡Uff, me estalló la cabeza!
    Como decía mi abuela, las cosas avanzan más deprisa que la capacidad de entenderlas.
    Cada vez que intento comprender el mundo de las criptomonedas y sus aplicaciones termino teniendo dolor de cabeza. Se lo pasaré a mi mujer, que le encanta este tema, y que me lo traduzca como si fuera para un niño de cinco años (que me traigan al niño, que diría Groucho) .
    Creo que nada se podrá comparar con la emoción de saborear en directo un espectáculo, más en concreto con el género jazzístico, pero ante los problemas bien venidas sean las posibles soluciones.
    En el tema de los derechos de autor y de los beneficios que los músicos pueden sacarle a su obra siempre me asalta la duda si se puede competir con Spotify y Youtube (o similares), al menos en la música «enlatada». ¿Realmente existe, y existirá, un grupo suficiente de compradores para este tipo de material? Creo que cada vez menos.
    Veremos que nos depara el futuro.
    Gracias por la entrada y por la explicación del nuevo fenómeno, aunque para cabezas tan duras como la mía ‍♂️
    Un abrazo.

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