“Es un grandísimo batería”, me dice Itziar antes de ponerme en contacto con Dani Domínguez. No exagera. Mientras preparo la entrevista que me llevará a conocerle unos días más tarde, descubro un músico inconformista, que ha colaborado con músicos tan dispares como Jorge Pardo, Perico Sambeat, Chano Domínguez, Ernesto Aurignac o Giulia Valle, con quien acaba de presentar el álbum “Carlos Cano en clave de Jazz”.
Gallego de nacimiento, barcelonés de adopción, lleva los últimos 25 años de su vida pegado a las baquetas y además de colaborar con algunos de los músicos más destacados de la escena del jazz nacional, saca tiempo para liderar su propio proyecto personal, un Whoookam poliédrico con el que hace poco ha editado un disco grabado en directo en la sala Jamboree de Barcelona.
Confiesa Dani que en la batería empezó “algo tarde, con 15 ó 16 años, con grupos de rock con mis “colegas” en Santiago de Compostela. En mi casa además había muchos vinilos, especialmente de los años 60 y 70…The Beatles, Bob Dylan, los Rolling, Led Zeppelin…pero también Aretha Franklin, James Brown o The Police. Todos crecimos con ese tipo de música, porque además es la única que llegaba a Galicia”.
“Después de la Estudio – Escola de Música (escuela de formación musical en Santiago de Compostela) tenía claro que si quería ser profesional tenía que irme a Barcelona”. Y cuando llega a la ciudad condal, lo que encuentra es una de las escenas jazzísticas más vibrantes de Europa. Al calor de sellos como el Fresh Sound Records de Jordi Pujol y del camino que ya habían trazado figuras como Jorge Rossy, comienza a conocer a artistas como Dani Pérez, David Xirgu, Gorka Benítez, Jon Robles… “Tocaban esa música, ese jazz que no era el Bebop al que yo estaba acostumbrado. Para mí fue como montarme en una nave espacial, me quedé alucinado. Fue descubrir una Barcelona que miraba a Europa, en la que había una influencia directa de todo lo que estaba pasando en Nueva York”.
En una de las jam sessions a las que asiste con regularidad le recomiendan comenzar a estudiar con el baterista uruguayo Aldo Caviglia (“maestro de maestros” dice con orgullo Dani) y como afirma el dicho popular, el resto es historia. Historia, porque cuesta encontrar nombres en el panorama nacional con los que no haya trabajado. Cuando le pregunto, tiene que hacer un verdadero esfuerzo por recordar a alguien al que no haya acompañado: “He tenido la suerte de tocar con grandes músicos, con grandes compositores. Con Chano (Domínguez) con Javier Colina… a lo mejor solo he hecho con ellos un par de conciertos y me hubiese gustado hacer más. ¡Hubiese dado lo que fuera por tocar en ese trío durante diez años! Con Moisés (Sánchez) también me hubiese gustado tocar más…pero la verdad es que en España he tenido la suerte de tocar con todos”.
Admira sobre todo a ese tipo de músicos que son capaces de crear su “propio universo”, como Giulia Valle con la que ha colaborado en casi todos sus proyectos: “Giulia es como Moisés (Sánchez), como Marco Mezquida. Tiene toda esa personalidad, esa estética, la forma en la que entiende la música, cómo la escribe, cómo toca y dirige… es una película”.
“¿Y a nivel internacional?” le pregunto. Entonces se ríe y suelta sin pensar un segundo la respuesta: “Shorter. Claramente. Ojo, también Miles (Davis). Por su papel como creador, como figura de un movimiento, como persona que supo leer su tiempo y, sin ser nada obvio, introducirlo en su música y cambiar el mundo. Pero sin lugar a dudas, mi tótem personal es Wayne Shorter… me parece impresionante”.
Whoookam
Le pregunto entonces por Whoookam, un nombre que, me confiesa, escoge no solo porque le recuerda muchas cosas, sino porque tal vez una excesiva modestia le impide lucir su nombre en ese “Dani Domínguez Quartet” que tal vez formará en un futuro.
Whoookam, me explica, es en realidad un conjunto de ideas, de conciertos improvisados en un aquí y en un ahora, de grabaciones en directo y sobre todo, un sueño. “Whooookam surgió desde el mismo momento en que empiezo a componer, es el contenedor de mis composiciones originales, es el pop y el songwriting que me hizo abrazar la música como pieza fundamental en mi infancia; pero también la forma y la sofisticación del jazz, que ha sido mi manera de desarrollarme como músico profesional”, resume.
En su forma más palpable, Whoookam es en estos momentos un disco que ha grabado en directo en la sala Jamboree de Barcelona y en el que le acompañan David Mengual, Jordi Matas y Gorka Benítez. En lo que es su sueño por realizar, “Whookam” es el tener la oportunidad de grabar un disco de vinilo siguiendo un proceso completamente analógico.
“Ya no se hacen así. He estado hablando con técnicos mayores, que saben cómo grabar en cinta y es un proceso completamente diferente, con todo tipo de complicaciones que ahora mismo los músicos no tienen. Te ves con problemas de tiempo, de duración de la cinta, del tener que acoplar algo en los pocos segundos que quedan…Quiero que todo sea analógico, ser consciente de cómo son esos desafíos que hay que superar y huir de cualquier cosa que pueda oler a digital. Hacer las cosas tal y como se hacían antes”.
Si hay suerte, en un proyecto que necesita sus tiempos, el disco verá la luz en septiembre de 2022…con temas basados en “desarrollos largos, pero con motivos muy concretos” explica: “serán historias de cotidianidad, de amor, incluso pequeñas bromas pop…en las que tal vez no hay ese swing al que estamos acostumbrados, pero en los que habrá jazz, como en esos “Fabulosos Baker Boys” a los que dedico un tema”.
La democracia del jazz
“¿Cómo ha cambiado el jazz en todos estos años?” le pregunto, haciendo referencia a un momento actual en el que parece que la escena nacional es realmente vibrante. “No sé si estamos en un momento mejor o peor” – explica – “pero es innegable que estamos en un momento de cambio. Creo que ahora mismo el jazz tienen más visibilidad, mucha más de la que tenía hace 20 años”.
Se acuerda de sus primeros años. “En los años 90” – afirma – “no existían cosas como el Liceu de Barcelona, en los que te podías especializar en jazz. O escuelas como las que tienes en Madrid. Te tenías que ir a Nueva York, a Ámsterdam, a Londres…Ahora desde luego todo ese mundo está abierto a mucha más gente y eso es lo bueno. Ahora puedes tener un título oficial en jazz y eso era impensable hasta hace muy pocos años”.
“Pero tal y como lo dices” – le replico – “parece que hay otro lado que no es tan bueno”. “Que esté abierto a más gente es genial” , me contesta, “pero es verdad que eso llama también a muchas personas que no se han planteado la música o el jazz como una opción seria. Que cuando están a punto de terminar la carrera te pueden decir que ‘Coltrane no les interesa mucho’. Te encuentras que vas a los conciertos y no ves a todos esos estudiantes de último año que deberían estar. ¡Cuando tienen la oportunidad de aprender de los mejores en directo!”
Dani me habla con cierta nostalgia de esos momentos en los que tal vez eran menos, pero los lazos que se formaban como comunidad eran más fuertes, de una solidaridad entre músicos que tal vez ahora echa de menos. “No se me pasaba por la cabeza perderme una jam session o un concierto… y ahora ves a gente, estudiantes que se pueden pasar un mes entero sin ir a ninguno porque ¡piensan que no tienen nada que aprender!”
Explica cómo los grandes obstáculos que había que superar para llegar a ser profesional también eran los que conseguía tejer ese sentimiento de comunidad: “Tenías que pasar muchos filtros, porque era muy complicado. Tus padres te decían que no, tus amigos, tu pareja…tu entorno cobraba a final de mes y tú no podías quedar porque tenías un bolo…¡para comer!”.
Remando en precario
Como a la inmensa mayoría de los músicos, la pandemia le coge de lleno: “Yo hasta hace cuatro o cinco meses estaba viviendo en Madrid. Ahora estoy viviendo en Galicia, en casa de mis abuelos. Y sí, económicamente ha sido duro porque desde febrero hasta septiembre no he ingresado nada y he consumido mis ahorros. Pero me siento afortunado. Estoy con mi abuelo…y por primera vez en mucho tiempo he vuelto a estudiar. Estoy estudiando muchísimo”, exclama.
Otros artistas, asegura, no han tenido esa suerte: “tengo muchos compañeros que no tienen una red familiar en la que apoyarse, situaciones que son muy complicadas… ha sido una época muy jodida…también en otros gremios”.
A falta de ERTES, los músicos y en general el sector de la cultura, ha dependido de un sistema de ayudas que ha demostrado ser completamente insuficiente, y que ha puesto en evidencia el absoluto “desconocimiento” que tienen las instituciones sobre la realidad de un sector precarizado, en el que casi nunca se firman contratos y casi siempre se cobra en negro.
«Han querido cubrir el expediente, pero ha sido insultante. Y aunque la intención era buena, es que si ves cómo han sido diseñadas, está claro que no tienen ni idea de cómo funciona esto. Tampoco es que tengamos un sindicato o agentes sociales que asuman esa responsabilidad, o una legislación acorde. Para acceder a esas ayudas, necesitas un número de altas en la Seguridad Social, cuando todo el mundo sabe que aquí el grueso del dinero se mueve en negro”.
Con todo, mira el futuro de forma optimista y considera que los músicos son los últimos guerreros románticos: “¿Cómo no íbamos a serlo? Hay que serlo para aguantar todo lo que aguantamos. Somos románticos porque somos justo lo contrario a lo que puede ser el fenómeno OT, del dinero, la fama, el poder… somos románticos porque es la única forma de compartir lo que en realidad significa ser músico”.