Immanuel Wilkins

Immanuel Wilkins y el camino de Coltrane

No faltaba nadie. El pasado 20 de marzo, gran parte de los que cuentan algo en la escena del jazz madrileño, atestaba el Café Berlín para asistir al concierto de Immanuel Wilkins. No era para menos. El saxofonista de Filadelfia se ha convertido con tan solo 24 años en una de las estrellas más mediáticas de Blue Note

Tras debutar en 2020 con esa tremenda carta de presentación que es «Omega» (2020), recientemente ha repetido jugada con «The 7th Hand» (2022), un disco que consagra su enorme talento y que de forma mucho más personal, nos habla de uno de esos músicos tan americanos que crecen arropados por su congregación religiosa, y que expresan a través de la música, un sentido de trascendencia que les conecta con el «más allá».

Como con otros grandes del jazz, la carrera de Wilkins también se explica con el haberse encontrado con las personas adecuadas en el momento indicado. Niño semi-prodigio capaz de desenvolverse con el violín con tan solo tres años, se interesó por el saxo a los ocho y a los 12, aprovechó una de esos trenes que no suelen pasar dos veces: tocar en la Sun Ra Arkestra invitado por el propio Marshall Allen.

Desde entonces, «padrinos» tan influyentes como Aaron Parks, Jason Moran o el propio Wynton Marsalis, han hecho lo posible para ayudarse a crecer tanto a nivel artístico como personal. De estos, reconoce el propio Wilkins, nadie le ha impresionado tanto como Moran, al que conoció mientras el saxo estudiaba en Juillard. Es en un encuentro fortuito entre ambos cuando el pianista le propone acompañarle en un gira por Europa y donde aprende cosas tan importantes como la resiliencia necesaria para aparecer sobre el escenario cada noche, tocar los mismos temas y que suenen diferentes.

En Juillard conoce también a Micah Thomas, pianista de tremendísimo talento que le acompañará desde entonces y que se suma a un grupo en el que ya estaba el bajista Daryl Johns (coincidió con Wilkins unos años antes en el Christian McBride’s Jazz House Kids Summer Camp) y que se completará con el percusionista Kweku Sumbry.

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De «Omega» a «The 7th Hand»

Cuando los comparamos, «Omega» y «The 7th Hand» son discos que sobre una base común (un saxo que recuerda al Coltrane de sus últimos años), parten de puntos de vista opuestos. Si «Omega» recoge la rabia de la comunidad afroamericana que se desata a raíz de los disturbios de Ferguson de 2014(tras la muerte de Michael Brown a manos de la policía), «The 7th Hand» es un ejercicio de autodescubrimiento y trascendencia que, en su búsqueda de la «partícula divina», acaba explotando tras los primeros seis movimientos de la suite, en una improvisación colectiva de 26 minutos de puro free jazz.

Tal y como expresa el propio Wilkins en su página web, en este último álbum se expresa la idea de «ser tan solo un conducto para la música como un poder superior que realmente influye en lo que estamos tocando». Y si en el disco el número 6 (es decir, los seis primeros temas) representan el alcance de las posibilidades humanas, en ese séptimo Wilkins se pregunta «cómo sonaría invocar la intervención divina y permitir que ese séptimo elemento poseyera nuestro cuarteto».

No hace por supuesto compartir la ferviente religiosidad de Wilkins para sentir esa trascendencia. De la misma forma que el «Ascension» de Coltrane era capaz de resucitar a los muertos, la música que escuchamos en el Berlin provoca en nosotros una sensación muy similar: la de perdernos en líneas melódicas infinitas, la de que se pare el tiempo porque lo único que se escucha es la música rompiendo el silencio.

¡Claro que Coltrane hay solo uno! ¡Claro que no volveremos a escuchar un nuevo «A Love Supreme»! Pero a diferencia de todos esos excelentes músicos que se han perdido al renunciar a su propia voz en favor de un legado, Wilkins tiene claro que aún hay espacio para posibilidades nuevas. Porque el jazz, como la mano del dios Maradona, es infinito.

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