Quiero romper media lanza a favor de Wynton Marsalis. Sí, ya sé que escribí “ese artículo” en el que no me mostré especialmente amable con él, ni con su legado. Pero si lo leéis de nuevo, recordaréis que también decía lo siguiente: “le reconozco el mérito que tiene haber conseguido poner en marcha ese estupendo programa que responde al nombre de «Jazz at the Lincoln Center (JATLC)”.
Las cosas como son. Pocas ciudades del mundo pueden presumir de tener una institución cultural capaz de proyectar tan lejos y con tanta fuerza su propio legado musical. A lo largo de sus más de 30 años de historia, más de dos millones de personas han acudido a los conciertos organizados por la institución (tanto en vivo como por Internet), han pasado por sus cursos de formación o han descargado las miles de partituras y libros que publican de forma gratuita. En ese mismo tiempo, la institución ha celebrado más de 1.200 conciertos en la ciudad de Nueva York y su orquesta residente ha “girado” por 446 ciudades de 41 países de los cinco continentes.
Además de su propia orquesta, disfruta desde hace muchos años de un espacio radiofónico propio en la NPR y desde el año 2015, cuenta con su propio sello discográfico: Blue Engine Records. Sin embargo el centro, que no hubiese sido posible sin la insistencia (y los contactos) de Marsalis, vive desde el mismo momento de su estreno, envuelto en una polémica que “enfrenta” a dos bandos: los conservacionistas, que abogan por la tradición más pura del jazz y los que opinan que el jazz tiene que avanzar con el ritmo de los tiempos y que, en ocasiones, comparan al Rose Hall (el escenario principal), con la “Estrella de la Muerte” de Star Wars. ¿Pero cómo hemos llegado hasta aquí? Vamos con una pequeña lección de historia.
Jazz At The Lincoln Center: “What Jazz Is and I”
A mediados de los años ’80 cuando el jazz se encontraba en una suerte de “impass”, el Lincoln Center, sede de la New York Philarmonic, Orchestra, la Metropolitan Opera y el New York City Ballet, se encontraba en el proceso de diversificar a la oferta cultural que ofrecía a los ciudadanos. ¿El objetivo? Atraer a nuevas y más jóvenes audiencias que quisieran acudir al centro. Entre las opciones que se discutían en el patronato, la apuesta por el jazz era tan solo una más.
Para su toma en consideración, los miembros de la organización se dirigieron directamente a Marsalis, que no sólo era ya uno de los divulgadores más conocidos en el mundo del jazz (ahí estaba su serie junto a Ken Burns), sino que también había mostrado su influencia en el terreno de la música clásica. Es así que en un “vamos a probar”, en 1987 se ponen de acuerdo para poner en marcha un programa de tres conciertos de verano que titulan: “Classical Jazz”.
Como los conciertos funcionan, al año siguiente se le encarga a Marsalis un nuevo programa de conciertos y para promocionarlos, publica “What Jazz Is and Isn’t”, un artículo en el “New York Times” en el que deja claro qué es y qué no es jazz según su forma de ver las cosas. Para Marsalis como para en general el “nuevo tradicionalismo” de la época, el jazz puede ser entendido dentro de unos parámetros objetivos, entre los que se incluye el swing.
Por lo tanto, la comunidad del jazz tiene que decidir entre dos modelos contrapuestos: el clásico o el nuevo que propugna el “pop”. Como él mismo explicaría a continuación, “”Un enfoque pop significa dilución, bastardización y degradación. Para mucha gente, cualquier tipo de música popular ahora puede ser mezclada con el jazz”. Dicho de otra forma: era necesario crear una institución que preservase las esencias.
En el punto de mira de Marsalis no estaba solo el pop o la fusión del jazz con otros estilos, sino también lo que consideraba (y sigue haciéndolo) “el avant-garde eurocéntrico”: abstracción, atonalidad y en general, cualquier cosa que se saliese de la práctica formal.
Sea como fuere, saltemos ahora hasta el año 1989. Marsalis se encuentra en el proceso de convencer a la Junta del Lincoln Center de que es necesario un organismo de conservación de esa tradición americana que arranca en Nueva Orleans a finales del XIX y que según su punto de vista, acaba por desarrollarse por completo a finales de los años ’60. No lo tenía fácil. Porque no solo era necesario convencer a los miembros del comité de lo necesario de esa empresa, sino contar con los fondos necesarios para financiarla.
Como refleja Nate Chinen en su “Playing Changes”, citando al miembro de la junta directiva, Gordon J. Davis, “¡Había gente en la junta del Lincoln Center que pensaba que esto era una locura! Las probabilidades eran de noventa a una de que tuviéramos alguna posibilidad. ¿Recoger dinero? ¿Tienes idea de lo difícil que fue recaudar dinero para el jazz en 1989? La gente nos miraba como si estuviéramos locos!” Y sin embargo, que Marsalis presentara personalmente el proyecto en las páginas del Times, obró el milagro y “Jazz at The Lincoln Center” arrancó oficialmente sus actividades en 1991 tras haber conseguido recaudar más de un millón de dólares.
House of Swing
El primer año como programa oficial, JATLC ofrecía pequeños y variados conciertos en la misma Nueva York, si bien el grueso de sus actividades se desarrollaron en el “Alice Tully Hall”, que servía com continuación de esas series “Classical Jazz” de verano que ya hemos citado. Pronto surgieron las primeras voces críticas con el programa de Marsalis, al que no solo acusaban de ser demasiado tradicional, sino de nepotismo en la confección de su orquesta. La práctica ausencia de músicos blancos en la primera formación, fue visto por algunos como una forma de racismo a la inversa.
Pero lo cierto es que el programa funcionaba. Los conciertos se llenaban y para 1996, Marsalis había conseguido el apoyo suficiente como para convertir su JATLC en un programa permanente. Tanto es así que una vez asegurado su puesto y con ingresos constantes, comisionan la “House of Swing”, un espacio único de más de 100.000 metros cuadrados para cuya construcción se contrata al arquitecto Rafael Viñoly y los mejores ingenieros acústicos del mundo. Tras invertir 130 millones de dólares, en 2004 se inaugura una auténtica catedral para el jazz, con tres espacios únicos: Rose Theather, The Appel Room y Dizzy’s Club.
Marsalis por supuesto mantenía su programa pegado a la tradición en todo momento, pero no era tan ciego como para no dar espacio a ciertos músicos de vanguardia. Y de forma ocasional, por su centro los neoyorquinos tuvieron la oportunidad de escuchar a músicos como Cecil Taylor, Sun Ra o Anthony Braxton…e incluso a formas de expresión más modernas en un curioso programa que se anunciaba como “Cosas que no son jazz y tú lo sabes”.
Y claro que lo sabes porque con motivo de su trigésimo aniversario como institución, su concierto inaugural consistió en un homenaje a las composiciones de Jelly Roll Morton. Cuando se le preguntó por el tema, Marsalis dijo más o menos lo de siempre: “Somos una música a la que se le pide constantemente que abandone su propia identidad para convertirse en otra cosa. ¿Por qué? ¿Qué hay de malo con nuestra identidad? No vamos a hacer eso en el Jazz del Lincoln Center mientras yo siga aquí”.
¿Pero qué iba a hacer entonces? Sí, preservar la historia del jazz pero también, en los últimos cinco años, llevar su programa formación musical de forma gratuita a miles de escuelas de todo el país, crear una oferta multimedia que incluye cientos de vídeos y conciertos en directo e introducir en el jazz a millones de personas en todo el planeta. A la vez, conseguir que su presupuesto anual superase los 50 millones de euros.
A cambio, con una media de edad que supera con mucho los 50 años, parece evidente que la orquesta titular del centro necesita una renovación urgente. Y que en último año sus conciertos más destacados hayan sido los dedicados a la música de Thelonious Monk y Benny Goodman no hace demasiado por atraer a nuevas generaciones ni de músicos ni de público, que hace años que ven en el SFJazz Center (el equivalente del JATL en San Francisco) o la Knitting Factory que puso en marcha John Zorn, espacios más adecuados para su creatividad. Así que repetimos la pregunta: ¿Salvadores del jazz o “malvados”?
Conservadores
Como pieza museística, Marsalis es probablemente la más valiosa. Testigo y relevo de un jazz clásico y purista que, lamentablemente, rechaza la infinita fusión de géneros que tanto enriquece al jazz desde mucho antes de sus añorados 60.
En mi opinión, el arte tiene que comunicar algo de la época en la que se engendra. El jazz de Marsalis es todo lo contrario a esta tesis, aunque apuesto a que él mismo lo sabe y se siente cómodo en esa eterna repetición.